sábado, 31 de julio de 2021

TIEMPO

 


(Fred Basset ilustra perfectamente la idea de “dejar pasar el tiempo” disfrutándolo)

Tenía muchas ganas de ver Tiempo, la nueva película de M. Night Shyamalan. Así que fui a verla a un cine la tarde de su estreno, es decir el viernes pasado. Había gente, no mucha, unas veinte personas en la sesión de las cuatro. Me dispuse a disfrutar. Las ficciones que tienen el tiempo como elemento de la narración me gustan mucho. El tiempo, lo rápido que pasa, lo mal que lo usamos, la enorme facilidad que tenemos para perderlo y lo poco que sabemos disfrutar de su transcurrir si hacer nada útil, solo dejándolo pasar, son temas que me interesan. También los viajes en el tiempo, los universos paralelos de tiempo y cualquier variación de la ciencia ficción que tenga el tiempo como motor. Pues ahí estaba, en mi butaca en un cine refrigerado y… Y, nada. Este tiempo de Shyamalan fue una enorme decepción. Me aburrí, que es lo peor que te puede pasar con una película como ésta. (Uno se puede aburrir con algunas películas que tienen el aburrimiento en su ADN, pero no con ésta). En fin, no solo me aburrí. Hubo momento de vergüenza ajena, otros de pensar ¿Cómo alguien como este director cae en estos errores? Algunos de mirar el reloj, el tiempo pasaba muy despacio al contrario que en esa historia de tiempo acelerado. No conseguí sentir empatía por ningún personaje, mientras iban cayendo como moscas, uno, dos, tres, cuatro…. Todos muriendo por envejecimiento o por estupidez. El mensaje es muy claro: el tiempo pasa muy deprisa, no lo desperdicies. Pues bien, como decía una crítica de las que he leído estos días: no lo pierdan yendo a ver Tiempo. Ustedes mismos.

 


Atlántida Mallorca Film Fest

Si tienen tiempo, mejor dedíquenlo a este festival que durante un mes, hasta el 26 de agosto, se puede disfrutar en Filmin. Hay más de cincuenta películas  disponibles, de todo tipo: documentales, ficciones, cine político, cine de género (no podía faltar) historias de todos los colores. Me resulta difícil recomendar una u otra. De hecho he visto cinco y de ellas solo dos me parecen muy estimulantes: Bajo los cielos del Líbano de Chloé Mazlo, una curiosa comedia romántica teñida de tragedia con toques de Wes Anderson ambientada en Beirut en la incompresible guerra civil que sumió esa preciosa ciudad en un caos en los años setenta. Es artificiosa de una manera naif, es divertida de una manera inocente y es política en su denuncia de la irresponsabilidad de destruir un equilibrio de convivencia con iras identitarias.
La otra es un documental se titula El chico más bello del mundo, que no es otro que el Tadzio de Muerte en Venecia, es decir el actor Björn Andrésen. Juguete roto durante buena parte de su vida, el adolescente descubierto por Visconti es hoy un hombre de 65 años, con el pelo blanco y muy largo, una barba entrecana y los mismos ojos grises que encandilaron al director. Lo que empieza como una crónica de su descubrimiento, con imágenes inéditas del casting de Tadzio y el rodaje de Muerte en Venecia, va derivando poco a poco a una búsqueda personal sobre las tragedias que jalonan su vida, empezando por la desaparición de su madre cuando era tan solo un niño; la explotación de una abuela que quiso hacer de él una estrella y la decadencia de un chico tímido que no soportó las presiones de ser objeto del deseo de unos y otras. No es un gran documental, pero si hay un gran personaje. Viéndolo me preguntaba si habría alguien capaz de hacer algo parecido, o mejor, con Marisol, Pepa Flores, nuestra propia niña más bella del mundo. Es un tema documento pendiente.

En fin, lo mejor que pueden hacer, si pueden, tienen tiempo y quiere, es arriesgarse con las películas de la Atlántida, empezar a verlas, y si no les gustan o no les interesan, no pierdan ese tiempo tan valioso, déjenla de lado y empiecen con otra. Seguro que encuentran alguna que si les permitirá decir: ¡Qué bien he aprovechado el tiempo!

 

EL RINCÓN DE LAS SERIES



En la ciénaga Netflix

También tiene algo que ver con el tiempo esta serie. Llegué a ella por casualidad: buscaba series criminales No americanas No inglesas. Y así me salió esta serie polaca. No sabía nada de ella. Empecé a verla con cierto escepticismo (no siempre los experimentos dan buenos resultados) pero tengo que reconocer que me enganchó. En la ciénaga tiene dos temporadas. La primera pasa en 1984, cuando el régimen comunista empieza a dar muestras de clara descomposición. La segunda nos lleva a 1997, cuando Polonia ha entrado, se supone, en la vía de la democratización. La acción se sitúa en una pequeña ciudad de provincias, triste, miserable, mediocre. Los protagonistas son dos periodistas de un diario local. El más veterano, quiere dejarlo todo para marcharse a Alemania, el más joven, llega con una carga de energía. Ninguno de los dos son personajes ejemplares, tienen sus claroscuros y sus grises. Pero los dos se empeñan en resolver un crimen que las autoridades han dado por cerrado. La investigación del crimen es la trama central de la serie de cinco episodios, pero no es la única. Casi más importante o tan importante como resolver el asesinato de una prostituta y un líder político, es el contexto represivo, moralmente corrupto de una ciudad deprimida y en decadencia absoluta rodeada de un bosque que encierra una vergüenza colectiva. La serie es auto conclusiva: el crimen se resuelve no sin antes dejar por el camino algunos cadáveres no tanto reales, como personales y profesionales. Por eso me sorprendió que hubiera una segunda parte ambientada 13 años después. ¿Cómo iban a relacionarla con la de 1984? Pues, lo hacen de una manera muy inteligente. Y además, la vinculan a la vergüenza colectiva del bosque maldito en el que, primero los nazis y luego los rusos, perpetraron atrocidades que nadie quiere recordar, pero que tienen consecuencias tanto en 1984 como en 1997. Los dos periodistas vuelven a ser protagonistas: el joven convertido en redactor jefe del periódico; el veterano, mucho más presente en la historia de 1945 que le atormenta. A ellos se suman dos personajes nuevos muy interesantes: una comisaria que viene de Varsovia arrastrando un problema personal y un policía que intenta sobrevivir en ese mundo de corrupción. La mediocridad y la miseria de los años 80 sigue con su mugre física y moral, pero ahora bajo una capa de falso capitalismo de casas adosadas y lavadoras. Las tramas se entrecruzan: la rotura de un dique provoca una gran inundación y deja la ciudad convertida en un basurero, espejo del basurero que es su sociedad; un niños de doce años aparece ahogado en lo que se supone es un accidente, pero en realidad es un asesinato que la mujer policía se empeña en investigar cueste lo que cueste; el misterio del bosque con sus crueldades da paso a una realidad en la que nada ha cambiado aunque parezca que todo ha cambiado. En esa ciudad olvidada siguen mandando los mismos que mandaban, solo que ahora son más ricos y despreciables. En la ciénaga no es una serie fácil. Su ritmo es pausado (no lento), hay poca acción y mucho trasfondo. No hace falta conocer la historia de Polonia para entenderla, simplemente recordar que hasta 1989 Polonia era comunista bajo el manto dominante de la URSS y que en 1997 Polonia ya no era comunista pero sus traumas seguían estando ahí. Hay que verla con atención para no perder los detalles que ayudan a entenderla y hay que perdonarle algunos giros de guión relativamente forzados. Precisamente por todo esto es una pequeña sorpresa entre las series de cine negro. No se parece a las americanas ni a las inglesas y además nos muestra un país, Polonia, que no parece haber evolucionado mucho en cuarenta años, o si me apuran, en casi ochenta, si nos remontamos a 1945.

El regalo de esta semana es un paisaje para dejar pasar el tiempo



sábado, 24 de julio de 2021

VACACIONES

 


Esta semana he estado de vacaciones. En el mar. Hacia tanto tiempo que no lo hacía que me ha parecido un viaje tan estratosférico como el de los millonarios Jeff Bezos y Richard Branson. Pero el mío ha sido menos costoso, más duradero y seguramente más placentero. Volver a viajar, no solo salir de Barcelona, sino coger un tren, ir a la costa, vivir en un hotel pequeñito y acogedor, ir a la playa cada mañana y algunas tardes, dejar que el tiempo discurra sin contarlo. Todo eso son vacaciones y no tengo tan claro que los nuevos ricos que se marchan de turismo al espacio lo puedan disfrutar igual. Eso sí, hay que reconocerles que han inaugurado una nueva era: la de la privatización del espacio que hasta ahora era de todos. El siglo XXI empezó con un atentado terrible que hizo tambalear el mundo tal como lo conocíamos. Veinte años después, la pandemia y los viajes privados al espacio, hacen tambalear de nuevo lo poco que quedaba en pie después del 2001 y el 2008. La historia va cada día más deprisa y nos atropella, menos cuando estamos de vacaciones en el mar.

Bueno tras este preámbulo se me abren dos opciones: hablar de películas del espacio; o hablar de películas de vacaciones.

 


(Félix, Chérif y Edouard)

He escogido las vacaciones entre otras cosas porque este viernes se ha estrenado una película muy veraniega. Es francesa, muy sencilla y agradable. Se titula ¡Al abordaje! Es la historia de dos amigos, Félix y Chérif. Félix conoce a una chica en París una noche de verano. Al día siguiente, ella se marcha de vacaciones con la familia. Félix decide ir a verla y embarca a su amigo Chérif en la aventura. Para llegar al pueblo contratan un Bla Bla Car conducido por Edouard. A partir de aquí, las cosas se complican, se enredan, se desenredan en un mes de agosto feliz en un pueblo de interior con un rio maravilloso. Los dos amigos, convertidos en trío, se buscan la vida entre los veraneantes con mayor o menor fortuna amorosa. Todo contado con sutileza, libertad y sentido del humor. No es Rohmer (y eso es bueno) pero si es ligero y sin pretensiones. Lo mejor de esta película, aparte del estupendo pueblo que sirve de escenario a sus amoríos, es el proceso de creación. Guillaume Brac, el director, aceptó el reto de hacer una película con los alumnos de la promoción 2019-2020 del Conservatorio Nacional Superior de Arte Dramático. Tras una serie de audiciones y entrevistas, seleccionó doce alumnos y trabajó con ellos improvisando una historia que se rodó íntegramente en el verano del 2019. (un año después no habría podido hacerla igual). Sin un guión determinado el film se fue construyendo entre todos y eso aporta una frescura a este abordaje veraniego en el que debutan muchos nuevos actores. Ya veremos si todos, o algunos de ellos tienen la suerte de consolidarse en el cine francés como lo han hecho ilustres antecesores en películas que también apostaron por un relevo generacional. Pienso por ejemplo en Los Rompepelotas de Bertrand Blier en1974 donde aparecían Gèrard Depardieu, Patrick Dewaere y Miou-Miou. Pero también en películas americanas, recuerden Rebeldes de Coppola,en 1983, con Tom Cruise, Matt Dillon o Diane Lane. O sin ir tan lejos, Laberinto de pasiones de Almodóvar que juntó en su veraniega y delirante historia a Imanol Arias, Antonio Banderas, Cecilia Roth y otros chicos y chicas del montón.

Las películas generacionales dan mucho juego. Yo confío que de este abordaje salgan también nombres que renueven el panorama de los actores en Francia, como poco a poco se van renovando entre nosotros, en parte gracias a las series, tanto las de las televisiones generalistas como de las plataformas.

Y hablando de series, esta semana no hay rincón. Una de las ventajas de estar de vacaciones ha sido que no he visto nada de nada. Ni siquiera noticias. Eso sí ha sido un descanso.. La semana que viene volveré a hablar de series, estrenos on line y estrenos normales. 

El regalo de esta semana es un árbol muy mediterráneo.


 

 

 

sábado, 17 de julio de 2021

PAREJAS

 

A veces no sabes muy bien como se encadenan las ideas. Esta semana, por ejemplo, no tenía nada claro de qué hablar en el blog. Y, de repente, ¡Zas! Una idea se abre camino. Bueno se abre porque le doy pie al juntar una película de estreno, La mujer que escapó, y un documental que he visto para escribir una pieza del programa La Cartellera, Liv & Ingmar. ¿Por qué he unido estas dos películas? Pues muy sencillo. Porque las dos tienen que ver con la intensa relación de un director con una actriz, no solo en el terreno profesional (hay ahí muchos ejemplos posibles) sino en el sentimental.

La mujer que escapó es la séptima película que el director coreano Hong Sang-soo hace con su actriz favorita, Kim Min-hee; Liv & Ingmar traza un recorrido en la vida de Ingmar Bergman y Liv Ullmann a lo largo de los cuarenta años que compartieron juntos en los que hicieron diez películas, aunque solo vivieran como pareja cinco. Podríamos añadir a esta lista de directores/actrices/ pareja a Ingrid Bergman y Roberto Rossellini. Pero eso se escapa de la actualidad de mi semana.

 


La mujer que escapó

Nunca sabremos exactamente quién es la mujer que escapó en esta película minimalista y preciosa como una miniatura. Es tan sencilla en su estructura y en su desarrollo que acaba por ser casi transparente. Parece aire, o palabras que se pierden en ese aire, o sentimientos que se diluyen en una taza de té. El papel de Kim Min-hee en este nuevo trabajo con Hong Sang-soo es el de una mujer que visita a otras mujeres. Gamhee es una joven esposa. Lleva cinco años casada y nunca se ha separado de su marido. Pero un viaje de negocios que él ha emprendido sin ella, la impulsa a visitar a algunas amigas. La primera es una divorciada. Vive en una casita con jardín y huerto compartida con otra mujer; la segunda es una mujer soltera, profesora de pilates, con una relación particular con los hombres de su entorno; la tercera es la propietaria de un café/cine casada con un hombre que años atrás había sido novio de Gamhee. Las tres historias tienen constantes parecidas que se repiten con ligeras variaciones. El encuentro de las amigas, las charlas sobre el pasado y el presente entorno a una mesa donde se come y se bebe, la súbita interrupción de un hombre que viene a estorbar su calma, siempre enfocado de espaldas, estorbando. En las tres hay una ventana abierta al paisaje, a las montañas en las dos primeras visitas, o en el caso de la tercera, al mar en la gran ventana que es una pantalla de cine. Los animales juegan un papel importante, las gallinas, los gatos, los pájaros. En las tres, comer una manzana compartida es el momento de máxima intimidad entre ellas. Todas podrían ser la mujer que escapó, aunque solo una, la vecina de la divorciada, haya escapado de verdad. Al final de este viaje compartido con Gamhee podemos pensar que es ella la que escapa de no se sabe bien el qué en ese refugio seguro que es un cine y una pantalla donde susurra el mar. Esta es una película de mujeres hecha por un hombre que las escucha cuando hablan de los hombres, y que sabe que cuando ellas están juntas, la presencia masculina es un ruido molesto y fuera de lugar. He dicho que era como una miniatura y en cierto modo lo es. Porque hay que fijarse en los detalles; las gallinas, los gatos, las tazas, como se pela una manzana, el paisaje intuido, lo que pasa fuera de campo, para apreciar toda su riqueza. La depuración del relato que Hong Sang-soo y su actriz favorita han conseguido corre un peligro. Igual que Malevich acabó pintando un cuadro blanco sobre blanco, la pareja coreana puede acabar haciendo una película tan sutil y transparente que no se vea. La mujer que escapó todavía se ve y se disfruta.

 (Acabo de darme cuenta de una conexión inesperada entre estos dos films: la película coreana acaba con una imagen del mar; la narración de Liv Ullmann empieza con una imagen del mar. Dos mares distintos, dos mundos distintos, dos tiempos distintos, pero cuatro vidas unidas por este oleaje)


Liv & Ingmar

Este documental de Dheeraj Akolkar rodado en el 2012, recoge la intensa y larga relación que la actriz noruega Liv Ullmann mantuvo con el director sueco Ingman Bergman. Diez películas en 42años, una hija en común y una amistad a prueba del tiempo, son el resultado de una de las más ricas asociaciones profesionales y sentimentales del mundo del cine. Pero si fuera un simple documento sobre dos personas famosas, no estaría hablando aquí de Liv & Ingmar. Lo que me gusta de este trabajo es ella, es Liv Ullman a sus73 años, con sus arrugas, su mirada y su sonrisa, recordando y repasando una vida entera junto a Bergman. 


Liv tenía 25 años cuando conoció a Bergman gracias a su amiga Bibi Andersen. Durante cinco años, vivieron juntos en la Isla de Faro, y rodaron tres películas importantes. Persona, La hora del lobo, La vergüenza. Después, se separaron. Ella con su hija volvió a Noruega, él siguió haciendo cine con otras actrices, con ella también. El documental la lleva a la misma Isla de Faro, y a la casa de Bergman y poco a poco, nos va contando el camino que hicieron durante toda la vida. Hay imágenes de las películas, hay imágenes de los rodajes, hay imágenes de la vida. Hay sobre todo una voz que recuerda y momentos de una emoción extraordinaria. ¿Cómo no sentir emoción cuando Liv Ullmann cuenta que Bergman, muchos años después de separarse como pareja, pero con una relación más profunda como amigos, le dijo que ella era su Stradivarius?. ¿Hay algo más bonito que eso? No sé si es posible encontrar ejemplos como éste de amor y amistad entre un hombre y una mujer (o cualquier combinación sentimental que nos apetezca imaginar). Liv & Ingmar es belleza serena, es memoria, y es más que nada, la reivindicación de que el amor tiene muchas maneras de manifestarse. Ha sido un gran descubrimiento.

Liv& Ingmar se puede ver en Youtube en este enlace

 

https://www.youtube.com/watch?v=X4QW94thuuc

 

El regalo de esta semana son dos manzanas que Ramon ha dibujado para mí y que muy bien podrían compartir las mujeres que escapan con la pareja de la Isla de Faro.



sábado, 10 de julio de 2021

DOS ESTRENOS Y UN TOUR

 

Los dos mejores estrenos de esta semana, siempre desde mi particular punto de vista son dos películas que podemos calificar de políticas. Una es rusa, Queridos camaradas, la otra es japonesa, La mujer del espía. Las dos están ambientadas en el pasado, pero hablan de entonces y de ahora.

 


Queridos camaradas

La última película del mas que veterano Andrei Konchalowski (tiene 84 años) es uno de los mejores retratos, no exento de crítica, de la Unión Soviética pos estalinista. En junio de1962, durante una huelga obrera en la ciudad de Novocherkassk, al sur de la URSS, el ejército y la KGB dispararon contra los huelguistas produciendo una treintena de muertos, y muchos más desaparecidos. Esta violenta represión y sus consecuencias, fue sepultada por el aparato de propaganda del régimen que obligó a todos los que la vivieron a firmar un acuerdo de confidencialidad de lo que había sucedido bajo pena de prisión. A finales de los años 80 se desclasificaron los documentos que Konchalovski ha investigado para escribir el guión de Queridos camaradas. El resultado es una película que denuncia un régimen corrupto y al mismo tiempo mentiroso, que se llenaba la boca con palabras de apoyo a la clase obrera mientras lo reprimía de la forma más miserable. Todo comenzó por la combinación del alza de los precios en los productos básicos y la bajada de los sueldos de los trabajadores. Lo mismo que pasaba en España por esa época en la que se produjeron las grandes huelgas en Asturias. No me canso de constatar las enormes semejanzas que había entre la gris, mediocre y represiva Unión Soviética y la gris, mediocre y represiva España de Franco. Para contar esta historia, el director ruso se fija en Ludmilla, una dura mujer, estalinista convencida, burócrata del Comité Central Partido Comunista que controla la ciudad y la fábrica con grandes privilegios. Ludmila añora abiertamente a Stalin y aboga por reprimir y encarcelar a los huelguistas y sus líderes. Pero su actitud se verá cuestionada cuando su propia hija adolescente desaparece en medio del caos. La hipocresía y el servilismo de los burócratas del partido, el miedo generalizado en toda la población, el férreo control de la información del Ministerio del Interior, planean sobre la lucha de esta mujer buscando a su hija. La protesta de los obreros aquel 2 de junio de 1962 fue violentamente reprimida por el ejército, pero lo que Ludmilla descubre mientras la busca, es que en realidad, la masacre la perpetraron francotiradores del KGB apostados en distintos edificios con la doble intención de acabar con la protesta y desprestigiar al ejército. Si Queridos camaradas fuera solo este documento político sería interesante, pero nada más. Hay dos cosas que hacen que este film ruso sea importante. La primera es la manera como Konchalovsky filma esta historia, con un blanco y negro matizado y usando el formato cuadrado, que deja parte de la acción fuera de campo. La planificación mantiene la tensión constante entre lo que pasa y como pasa y el miedo se hace palpable en los personajes que detectan el poder. La segunda es una lectura más profunda. Se trata de denunciar la tibia apertura de Kruschev y el anti estalinismo que se promovía desde Moscú, haciéndolos responsables de los problemas que padecía la fábrica y la gente. Esta postura queda muy clara en uno de los últimos diálogos de Ludmila cuando afirma: “con Stalin esto no habría pasado”. Es en este sentido que Queridos camaradas entronca con la actualidad de la Rusia de Putin (Konchalovski y su hermano Nikita Mijalkov están muy cerca del neozar ruso) donde la figura de Stalin está siendo reivindicada sutilmente desde hace mucho tiempo, mientras se desprestigia y se reprime cualquier asomo de critica al régimen. Queridos camaradas es una lección de cine, pero es sobre todo una inteligente lección de cómo se transmite la ideología dominante.

 


La mujer del espía

Esta es una película completamente distinta. Para empezar es un melodrama disfrazado de thriller de suspense. Ambientado en la ciudad de Kobe en el Japón de 1940, cuenta la historia de un triángulo entre una mujer, Satoko, su marido, Yusaku y un oficial del ejército del emperador encargado de la represión en la ciudad. Cuando Yusaku descubre en Manchuria las atrocidades que el ejército japonés está cometiendo y vuelve a Kobe con una película que lo documenta, se convierte en un enemigo público, un espía. Su conciencia lleva a Yusaku a querer denunciar lo que ha visto, y con la ayuda de su mujer intenta que la película que ha filmado llegue a las cancillerías extranjeras para que sepan lo que está sucediendo. El suspense viene por la forma como la pareja se las ingenia para conseguirlo usando una película muda casera que sirve de señuelo para ocultar la verdadera. Kioshi Kurosawa, uno de los directores japoneses más importantes de los últimos veinte años hace un cine muy ecléctico, pero siempre con historias cercanas al fantástico y muy actuales. Con La mujer del espía da un giro a su filmografía, no solo por ser un film de época, sino por el clasicismo que le lleva a fijarse en los maestros japoneses, Mizoguchi y Naruse, sobre todo. La ambientación, el vestuario, los actores, parecen sacados de un film de los años cuarenta, pero la realización es absolutamente contemporánea. Como lo es el hecho de que los gobiernos, sean del color que sean, siguen empeñados en ocultar las situaciones que no les son favorables. Y no hace falta irse muy lejos. La actitud de China respecto al COVID 19 es todo menos transparente y no estoy segura de que alguna vez lleguemos a saber exactamente cuantos muertos ha provocado en el mundo esta epidemia. En todo caso, y al margen de valoraciones políticas, La mujer del espía es un estupendo melodrama hitchcokiano.

 


El Tour de Francia

Llevo dos semanas sumergida en el Tour de Francia. Este año he vuelto a meterme de lleno en la carrera más fascinante del mundo. Desde julio del 2017 no había vuelto a hacerlo. Por un lado el trabajo, por otro la situación política y para acabarlo de arreglar el año del bicho, me habían privado de este espectáculo estupendo. Porque a mí me gusta el Tour. Todo, no solo las llegadas o los resúmenes. En una entrada del 20 de julio del 2017 intentaba explicar que era lo que me atraía del Tour. Decía allí que había tres razones para justificarme: la dilatación del tiempo, los paisajes y el trabajo de equipo. 

Estas razones siguen siendo válidas en este Tour del 2021. Cada vez que me siento delante de la tele para ver las cuatro horas o más de la etapa, constato como el tiempo transcurre de otra manera. Los segundos que separan a veces el pelotón de los escapados, la aceleración de las llegadas a meta, la diferente manera en que un minuto se percibe viendo la carrera, no tiene nada que ver con el normal concepto del tiempo. Muchas veces  me recuerda a la sensación de estar en esos “tiempos suspendidos” que son los viajes en tren, cuando tienes por delante tres, cuatro horas de inmovilidad viendo el paisaje a través de una ventanilla.  

Y eso me hace enlazar con la otra razón que daba pare ver el Tour: los paisajes. Siempre ha sido interesante el Tour por lo que mostraba, pero este año, después de año y medio en que prácticamente no he salido de Barcelona, la ventana a los ríos, montañas, abadías, castillos y sobre todo hermosos pueblos franceses, es un soplo de aire fresco que me ayuda a respirar. No sé si la Vuelta a España o el Giro de Italia me producirían la misma impresión. Quizás sí en cuanto a grandeza de los paisajes. Pero seguro que no en lo que respecta a los pueblos. Es un hecho incontestable que Francia ha preservado su geografía y su urbanismo rural sin maltratarlo como se ha hecho en España. Una pena porque una vez destruido un paisaje humano, es muy difícil recuperarlo.

En cuanto al trabajo de equipo, es una de las características más importantes de este deporte de esfuerzo individual, pero de resultados colectivos. Todos los deportes de equipo son parecidos, seguramente. Pero en el ciclismo no existe el asamblearismo, está claro que hay un líder y todos los demás tienen que trabajar para él. No todos son iguales en este trabajo, pero todos son indispensables. Un líder sin equipo difícilmente podrá ganar la carrera. Los gregarios saben cuál es su papel, y como deben comportarse. Y lo asumen porque es la manera de llegar a un buen puerto, de ganar todos. Por eso, si su líder les exige fidelidad y sacrificio, ellos le exigen a él ganar y saber por dónde hay que ir. Un líder enloquecido, megalómano y que vive en un mundo desconectado de la realidad, es decir del equipo, nunca conseguirá nada más que llevar a los suyos al precipicio. Muchos políticos deberían aprender de esta norma del ciclismo.

Cuatro años más tarde, y precisamente por las muchas cosas que han pasado desde el 2017, no solo me sigue gustando ente Tour donde l combinación de una naturaleza que no perdona, con lluvia, frio y calor, con el gusto por el riesgo y la falta de conformismo en sus corredores, está dando un auténtico espectáculo. Aún queda una semana entera de Tour, con los Pirineos por en medio. Yo pienso disfrutarlo.

(el Tour se puede ver en Eurosport y Teledeporte)

El regalo de esta semana no tiene nada que ver ni con el Tour ni con nada, pero este dibujo de un paisaje humano me gusta mucho.

 


viernes, 2 de julio de 2021

AFINIDADES


(para mí el mejor retrato de Goethe)

“En un momento en el que se nos llama constante y duramente a ser coherentes y relacionar nuestras palabras con nuestros hechos, elijo ponerme del lado de la gentileza y la indulgencia en lugar de la acusación. Esta no es una posición ideológica, es mi temperamento, y debo admitir que me contradigo tan a menudo que no me atrevería a culpar a mis compañeros por ello. “No vamos, somos impulsados; como cosas que flotan... fluctuamos entre varias inclinaciones; no queremos nada libremente, nada, absolutamente nada, constantemente”, no quitaría ni una coma a estas palabras de Montaigne.” (Emmanuel Mouret)

“También hay un alegre escepticismo en Diderot al que soy muy sensible. Se trata de observar el mundo en su diversidad y amarlo cómo tal, y no intentar extraer ninguna conclusión o simplemente reducirlo a un sistema. A nivel cinematográfico, se trata de casar los deseos, sentimientos, opiniones y contradicciones de cada uno de los personajes, y hacerlos amables y hermosos.” (Emmanuel Mouret)

“Personas plenamente extrañas e indiferentes entre sí, si viven juntas durante algún tiempo, acaban por mostrarse recíprocamente su vida interna y tiene que producirse de este modo cierta intimidad.”(Las afinidades electivas, Goethe)

No, no se asusten. No estoy hablando del ilusorio idilio Sánchez/Aragonés que hemos podido vivir esta semana. No. Estoy hablando de una película tan francesa como Montaigne y Diderot, los dos escritores que su director Emmanuel Mouret evoca como inspiración, tan romántica como Las afinidades electivas de Goethe, a las que recuerda constantemente y tan veraniega y parlanchina como el mejor Rohmer. Estoy hablando de Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, el mejor estreno de la semana. Todo pasa durante cuatro días en una casa al pie del Mont Ventoux, donde Daphné y Maxime se ven obligados a pasar juntos unos días mientras esperan la vuelta de François novio de ella y primo de él. En esos cuatro días deliciosamente tranquilos, la intimidad les lleva a hacerse confidencias, contar sus historias de amor. La de Maxime con Sandra y Gaspard; la de Daphné con François y Louise. Dos triángulos de vértices cambiantes y relaciones alternas que se cruzan se descruzan en función de esas afinidades electivas que son la base de una de las mejores novelas de Goethe. Todo esto, lo cuenta Mouret con placidez y serenidad, dejando espacio a lo imprevisible, no solo sin juzgar a nadie por su comportamiento, sino entendiéndolo, lo que justifica plenamente su referencia a Montaigne, –los seis protagonistas fluctúan y se dejan llevar por los sentimientos– y a Diderot, –porque lo hace de manera amble y hermosa–. Cosas que hacemos, cosas que decimos, es una película ideal para el verano, cuando hay tiempo para dejar pasar las horas, paseando, recordando y compartiendo emociones. Me gusta mucho.


(Belgravia un barrio de Londres escenario de muchas películas)

 

Belgravia (Movistar)

La referencia a Goethe me ha hecho pensar en una serie inglesa que empieza en Waterloo (nada que ver con los nuevos inquilinos de esa ciudad belga que, la verdad, demuestran tener muy pocas afinidades electivas,) pero si mucho que ver con el romanticismo del escritor alemán y sobre todo con el romanticismo de Jane Austen. Se trata de Belgravia, una serie encantadora y elegante. Una advertencia antes de continuar. Si les gustó Downton Abbey, la disfrutarán mucho; si nos les gustó Downton Abbey no la vean. La referencia no es gratuita porque Belgravia es una creación de Julian Fellowes, que adapta su propia novela romántica en una serie de seis capítulos utilizando una banda sonora que evoca Downton continuamente. La historia arranca en Bruselas en 1815, la víspera de la decisiva batalla de Waterloo. En un baile que reúne lo más granado de la nobleza y el ejército inglés en torno al almirante Nelson, conocemos a Sophie y Edmund, una pareja de enamorados. Ella es hija de un comerciante encargado de los suministros al ejército británico; él es un noble que desgraciadamente morirá en la batalla que acabó con Napoleón. La historia continua 26 años después, ahora en Londres, más concretamente en el aristocrático y elegante barrio de Belgravia donde la nobleza se aloja en las nuevas y ricas casas recién construidas. Aquí encontramos a Anne Trenchard, madre de Sophie y a la condesa de  Brockenhurst, madre de Edmund, dos mujeres que cruzan sus vidas para descubrir que tienen un pasado en común y un secreto compartido. Tercera en protagonismo es Lady María, una joven libre e independiente que se rebela contra el destino que su rígida madre y las más rígidas costumbres de la época le quieren imponer. Junto a ellas, como en Dowton Abbey, la servidumbre ocupa un lugar destacado. Pero en esta ocasión, los criados no son ni tan fieles ni tan adorables como los de la familia Crawley. Tampoco los caballeros son tan considerados, el personaje de John Bellasis es un buen ejemplo de arribista sin escrúpulos y el entrañable James Trenchard, no oculta su pasado plebeyo. Pero son las tres mujeres, las dos damas y la joven aspirante, las que conducen esta serie ligera y espumosa como un buen champán, deliciosa como un chocolate belga, cínica y crítica con una sociedad clasista incluso dentro de sus clases, hipócrita y convencional, pero con un gran sentido del humor y sobre todo una innata elegancia. Belgravia es un caramelo janeausteniano que se saborea de menos a más Si empiezas, no puedes dejarla.

 

EL RINCÓN DE LA RAREZA



Un blues para Teherán

Si hay una película que merece ocupar este Rincón de las Rarezas recomendables es este documento musical de Javier Tolentino llamado Un blues para Teherán. A priori se puede pensar qué se le ha perdido a Tolentino crítico de cine y conocido por su programa El séptimo vicio, en el Irán de ahora mismo. Pero mientras la ves, comprendes su fascinación y su amor por un paisaje que remite al mejor cine de Kiarostami, una ciudad que es el escenario de Panahi o de Farhadi y una música que es el símbolo de una revuelta no callada, pero si oculta. Tolentino busca en las calles de la populosa y caótica Teherán, los músicos que desde el anonimato mantienen viva la tradición persa de la belleza, la poesía y la armonía. Tres cosas que los ayatolás detestan profundamente. Sus canciones son poemas dulces y hermosos (nada que ver con el Rap urbano de las ciudades de Europa o América). Aquí, ser un rebelde se expresa no con gritos, insultos y violencias. La rebeldía en Irán es hacer algo hermoso e inútil, eso les molesta muchísimo a los que controlan el país. Pero Tolentino sale también de la ciudad y tomando las carreteras de Kiarostami nos lleva hasta los pueblos donde se mantiene la música de siempre, la de los campos, la de la vida colectiva. Prácticamente todos los músicos que aparecen son hombres, tan solo hay una mujer, doblemente rebelde porque en el mundo musulmán las mujeres tienen prohibido cantar en público. Como guía en este viaje a la música, el paisaje y el cine, Tolentino escoge a un joven kurdo aspirante a director de cine. Erfan es divertido, inesperado, vive con sus padres y un loro y sabe dónde encontrar a los músicos más interesantes. Sin hacer un solo comentario político, ni una sola crítica al régimen, el blues de Tolentino se convierte en un precioso instrumento de desactivación de la (a)cultura oficial impuesta por el rígido Ministerio de Orientación Islámica que controla con mano de hierro todos los niveles de la creación. Todos, menos los que se escapan en las calles por las rendijas de la música. El blues de Tolentino me ha recordado una película estupenda que ganó la Concha de Oro en San Sebastián en el 2006 y que se puede ver en Filmin. Se llama Media luna y está dirigida por el director kurdo Bahman Ghobadi. Es un canto a la música tradicional kurda, especialmente a la que cantan y conservan las mujeres obligadas a un exilio voluntario en las montañas más inaccesibles del Kurdistán. Como complemento del blues de Teherán este film maravilloso es un regalo.

 

Y el regalo de esta semana es un cuadro extraño de Ramon que, no sé porque, me parece ideal para acompañar una entrada de afinidades.