Todos tenemos servidumbres,
todos nos plegamos a hacer y decir cosas que hacemos o decimos porque hay que
hacerlas o decirlas (esta semana ha habido varias ejemplos de servidumbres políticas
ocupando las primeras páginas de los diarios). Hay servidumbres necesarias, hay
servidumbres humillantes, hay servidumbres lúdicas. De estas tres servidumbres tratan
dos estrenos en salas y uno on line, de los que quiero hablar hoy.
ARMUGÁN, EL ÚLTIMO ACABADOR
La servidumbre necesaria en
este hermoso film de Jo Sol, es la de Armugán, “el ángel del abismo al que nadie desea encomendarse, pero resulta
necesario cuando la decadencia arrasa la fantasía de eternidad con que los
hombres esconden la implacable realidad. Sin embargo, Armugán no mata, no es un
asesino. Posee una radical sabiduría que le permite ayudar a desprenderse del
mayor de los sufrimientos, el miedo a morir”. Armugán, siempre a lomos de
su fiel y necesario Anchel, vive en las montañas del Pirineo aragonés, en medio
del silencio, entre el cielo y la tierra. A él acuden en busca de ayuda los que
tienen seres queridos en el trance de la muerte. Porque Armugán, el último Acabador,
tiene el don de ayudar a morir, de aceptar la muerte como parte de la vida que
forma un círculo infinito. Armugán, el
último acabador es una película difícil, no apta para gentes aceleradas,
pero es un film que te da mucho más de los que te puedas imaginar. La belleza de
la extraordinaria fotografía de Daniel Vergara, en un increíble blanco y negro
que hace resaltar las rocas y las piedras de las montañas; sus silencios llenos
de sonidos de la naturaleza, y su infinita serenidad en momentos de enorme
dureza, son regalos poco habituales en el cine. Aunque aparentemente este nuevo
trabajo de Jo Sol está muy lejos de su primigenia El Taxista Ful, en realidad no es tan diferente. También el taxista
era en cierto modo un acabador, obligado a aceptar que su forma de entender la
vida se había terminado. Pero lo que diferencia estas dos películas separadas
por 15 años, es la madurez belatarriana de Jo Sol. Seguro que
al director húngaro Bela Tarr le habría encantado este acabador con sus
potentes imágenes, su ritmo poético, la belleza de sus paisajes y el deseo que
despierta de que, cuando llegue el momento, tengas al lado un acabador que te
ayude a dar el último paso.
SIERVOS
La servidumbre en el caso de
esta película eslovaca es humillante. Por eso se llama Siervos. Una servidumbre moral, política, personal, que lleva a dos
jóvenes seminaristas en la Checoslovaquia de 1980 a vivir en un mundo donde no
cabe la discrepancia. Tampoco esta película es apta para los que tienen prisa y
no soportan ritmos de narración mas pausados; ni para los que no aguantan el
blanco y negro; ni para los progres que todavía levantan el puño y llevan banderas
con hoces y martillos. Ninguno de ellos entenderá a estos siervos eslovacos. El
ritmo está marcado por el sordo tañido de las campanas del seminario al que
llegan Juraj y Michael para estudiar y llegar a ser sacerdotes. Pero ojo,
porque la película ya nos coloca en situación desde su primer plano, de una
construcción geométrica perfecta y de una ambigüedad moral evidente. Un coche
se detiene debajo de un puente por donde pasa un tren, dos hombres sacan un
cadáver del maletero y lo abandonan en la carretera. El misterio está ahí y la
narración que comienza con la campana sorda se encargará de contarnos los
porqués de esa situación. En ese plano ya están las bases estilísticas de una
película muy construida formalmente. Cada plano está pensado, jugando con la
geometría de los círculos, los cuadrados, los triángulos, las líneas paralelas en
la que se enmarcan, como piezas de un juego terrible, los seminaristas, los que
dirigen el seminario y la policía política de un régimen que, como ese
comisario que lo representa, está cada vez mas podrido y lleno de pústulas. Y
es aquí donde los progres se sentirán ofendidos, o más bien humillados. Sobre
todo los que tengan memoria (histórica o no). La Checoslovaquia comunista de
1980, no es muy diferente de la España franquista de 1960. La lucha clandestina
de los vaticanistas, enfrentados a la iglesia oficial aliada del Poder, es
decir sierva del Partido Comunista, no es tan diferente de la lucha clandestina
de los prosoviéticos enfrentados al régimen franquista. En realidad este
paralelismo es lo más sangrante de todo: la lucha contra las dictaduras se
parecen mucho.En España combatíamos para alcanzar la democracia, en Checoslovaquia
combatían para alcanzar la democracia. Enorme y terrible paradoja que pone de
manifiesto que la lucha más importante es la de conseguir que te dejen ser tú
mismo. La represión comunista y la represión franquista alimentaban un deseo de
ser simplemente… libres. No importa lo equivocados que estuvieran unos y otros
en los caminos escogidos, lo importante es que se consiguiera la libertad de
escoger, de ser, sin que nadie te castigara por no querer escoger lo que te
obligaban a ser. Al margen de su belleza formal, (hay planos que parecen
cuadros constructivistas en blanco y negro) y de su sórdida historia, estos Siervos de Ivan
Ostrochovský son un recordatorio de que la historia y la vida se lee y
se vive según tus circunstancias. Servidumbres en definitiva.
SHIVA BABY (Filmin)
En este delicioso estreno de
Filmin (que recomiendo para aligerar la dureza de las otras dos propuestas) la
servidumbre es absolutamente lúdica y consentida entre una Sugar Baby y su Sugar Daddy.
Lo primero que tengo que agradecerle a esta primera película de una chica de 26
años canadiense que se llama Emma Seligman, es haberme descubierto un término
que desconocía (lo siento, pero hay muchas palabras y costumbres de los más
jóvenes que no conozco, como por ejemplo el Ghosting, pero eso se lo contaré
otro día). Shiva Baby me ha
familiarizado con el concepto de la Sugar Baby, literalmente “una chica que
está dispuesta a intimar con alguien de forma permanente para que le pague
sus estudios universitarios u otras necesidades materiales, con la idea de una
relación basada en intereses mutuos entre adultos”. Naturalmente, para que haya
una Sugar Baby tiene que haber un Sugar Daddy “la persona que paga las
necesidades convenidas, y que disfruta de la sugar baby”. Normalmente
son hombres mayores, con alta capacidad económica, que mantienen relaciones con
una chica joven. No se puede decir que sea exactamente prostitución, es más un
acuerdo consentido entre dos adultos. Bien, ya sabemos quién es la
protagonista, una Sugar Baby. Pero la película se llama Shiva Baby y ¿qué es
una Shiva, mejor dicho una Shiv’ah? Descubro que una Shiv’ah es un funeral
judío, una tradición que reúne a los familiares y amigos de un fallecido en una
especie de fiesta de celebración social donde se come, se bebe, se habla y se
supone que se recuerda al desaparecido acompañando a la familia. Ya tenemos la
protagonista, Danielle, la Sugar Baby, una estudiante a la que conocemos
practicando sexo con su Daddy, Max, un hombre veinte años mayor que ella que la
ayuda en su carrera. Tenemos también la situación, una Shiva a la que acude Danielle,
joven judía, con sus neuróticos padres. Seligman conoce muy bien cómo funcionan
las sugar babys y sabe por experiencia lo que es una Shiva. Sumando dos y dos
le sale esta Shiva Baby en la que
durante 70 minutos seguimos a la pobre Danielle por los rincones de la casa del
funeral, intentando esquivar preguntas inconvenientes, conversaciones estúpidas
y situaciones embarazosas. Pero sobre todo intentando esconderse de su Daddy,
al que descubre entre los invitados acompañado de su guapa esposa y padre de
una preciosa niña. Y por si esto no fuera suficiente, Danielle tiene que evitar
encontrarse con Maya, una novia que tuvo cuando tenía 15 años y que ahora
pretende volver con ella. Ágil, divertida, inteligente, mordaz, critica, Shiva Baby está muy lejos de las
neurosis de Woody Allen y más cerca del humor lúdico de un Lubitsch
contemporáneo, con puertas, equívocos, diálogos veloces y con dobles y triples
sentidos. Es seguro que Danielle nunca olvidará esta Shiva y también es seguro
que yo, al menos, no olvidaré el nombre de Emma Seligman.
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