Ramon ha hecho una foto que es
un bodegón, casi un cuadro. Es una fuente de fruta, de naranjas y limones. Tan
necesarios y tan buenos unas, las naranjas, como otros, los limones. Me gusta
mucho esta foto y la he tomado como guía para los cuatro títulos de esta semana.
Tres estrenos y una serie. Me encantan las naranjas, pero no puedo vivir sin
limones.
Naranja
japonesa. El mal no existe, Ryûsuke
Hamaguchi
El mal no existe… o si. El mal
no existe mientras seamos capaces de mantener el equilibrio con la naturaleza,
la integridad personal, el respeto a lo que nos rodea. Cuando alguna de estas tres
cosas se pierde o se olvida, el mal si existe. La preciosa narración del
director de la inolvidable Drive my car,
nos traslada en una larga secuencia de arboles recortados en el cielo diurno a
un bosque encantado, pero cotidiano. Un bosque con una caperucita azul, una
abuelita sabia y acogedora encarnada en un padre cariñoso y un lobo que viene
de fuera amenazando el equilibrio en el que viven en este pequeño pueblo no
lejos de Tokio. Porque no hace falta irse a la otra punta del mundo para
encontrar la armonía, pero si hace falta venir de la otra parte del mundo para
romperla. El mal no existe es música
e imagen durante mucho rato, música maravillosa que acompaña a Takumi, el
hombre que corta leña, el hombre que conoce los animales, el hombre que recoge
agua, y a su hija Hana, la caperucita que camina por el bosque con la confianza
de saber que el bosque la entiende y la protege. Este mundo no idílico, pero si
ordenado, se ve roto por la irrupción de lobo urbanita que quiere construir un
glamping (horrible palabra que une dos conceptos antagónicos: lujo y camping)
en la parte alta del rio, donde nacen las aguas limpias y cristalinas que son
el orgullo de sus habitantes. La comunidad siente que esa intrusión de los
poderosos ajenos a su mundo, acabará por destruir lo que precisamente los ha
atraído allí (eso es algo que sabemos muy bien en nuestro país). De una manera
callada, con más respeto hacia los lobos con piel de cordero del que tienen con
ellos, los aldeanos intentan parar ese proceso de degradación. La película
discurre lentamente, avanza como paseando por el bosque poblado de ciervos. Y
solo en su última parte, se adentra en la zona oscura, en el peligro, en la
incertidumbre, para acabar con otro plano de arboles recortados en el cielo,
pero esta vez, de noche. El mal no existe,
nos deja pensando que pasará después. Y ahí entra la manera de ver el mundo de
cada espectador.
Limón
alemán. Música, Ángela Schanelec
En la crónica del D’A Fil
Festival hablé de esta película. Entonces escribí: “Hay algo musical en este
film de la directora alemana. El título no está puesto porque sí. Y no solo
porque la música barroca, Vivaldi, Monteverdi, Bach, jueguen un papel
importante en la historia, sobre todo porque es la música la que al final
salvará al héroe. Estamos ante la recreación de un mito: el Edipo de
Sófocles. Claro que no hace ninguna falta saber esto para disfrutar de las
imágenes y el ritmo de este film musical. Pero si lo sabes, puedes llenar los
vacíos de las grandes elipsis que usa como si fueran movimientos de una misma
composición. Primer movimiento, un bebé es abandonado en una cueva donde lo
encuentra un pescador. Segundo movimiento, un adolescente con heridas en los pies,
mata sin querer a un hombre en las rocas. Tercer movimiento, el joven herido,
entra en la cárcel donde conoce a una funcionaria y se enamoran. Cuarto
movimiento, al salir de la cárcel encuentra a la funcionaria, se van a vivir
juntos y nace una hija. Quinto movimiento, la mujer hace una llamada telefónica
y descubre un secreto. Ya no cuento más, pero aun hay un sexto movimiento.
Siempre con la música barroca como contrapunto del paisaje seco y rocoso de las
costas griegas. Cuando se estrene volveré sobre Música para
recordarles que no la dejen pasar.” Pues ya se estrena, así que vuelvo solo
para confirmar lo que escribí y añadir que el film gana en el recuerdo y se
ilumina bajo la capa de un romanticismo trágico.
Naranja
valenciana. La casa, Álex Montoya
Una casa es un hogar, una casa
es un mundo, una casa puede ser el nudo que une a sus habitantes, una casa
puede ser la causa de su ruptura. Pero, sobre todo, una casa es la vida que se
ha vivido allí. Basada en la novela gráfica de Paco Roca, el film de Álex
Montoya no sale prácticamente nunca de esa única localización. Una pequeña casa
en la huerta valenciana, con jardín, piscina y recuerdos. Muchos recuerdos que
los tres hermanos reunidos tras la muerte de su padre para decidir qué hacer
con esa casa familiar, enfrentan de muy distinta manera. Como distintas han
sido sus vidas. El tiempo es el gran protagonista de este film de viñetas
animadas. El tiempo de esos tres días en los que cada hermano y su familia
tiene que dar un paso adelante; el tiempo de la memoria de un padre que añoran
y lamentan no haber cuidado más; el tiempo de lo que les queda por vivir ¿en la
casa o sin la casa? La película se mueve en un tono de comedia luminosa y
feliz, pero dejando entrar zonas de sombra, como si una nube tapara el sol de
vez en cuando. Y en esas zonas de sombra aparecen los fantasmas del pasado,
(rencillas, enfados, malos entendidos) los fantasmas del presente, (bloqueo del
escritor, crisis del hermano empresario, agobio de la hermana) y los fantasmas
del futuro (tener o no tener hijos, cambiar de vida, asumir la
responsabilidad). Todo en un ambiente de comidas, risas, arreglos de la casa.
Pero lo mejor de esta película en la que nos podemos reconocer casi todos, es
la presencia espléndida de María Romanillos en el papel de Ema, la adolescente
que conecta con el abuelo muerto y es la única que tiene un futuro en esa casa
que es de todos y no es de nadie. La casa
es una película familiar, de todas las familias.
EL RINCÓN DE LAS SERIES
Limón
malvado Ripley, Steven Zaillian,
Netflix
En realidad toda la literatura de Patricia Highsmith es un limón ácido refractario a cualquier endulzamiento. Pero dentro de su obra, las cinco novelas del ciclo Tom Ripley, son sin duda las más ácidas y malvadas de todas. Soy fan de Patricia Highsmith, pero sobre todo soy fan de Tom Ripley (mejor con el rostro de Alain Delon). Por eso empecé a ver la serie de Netflix con cierta reticencia. El primer capítulo, además, me irritó mucho. El blanco y negro me pareció impostado, la recreación de una película indi de los sesenta, forzada y Ripley en el rostro inexpresivo de Andrew Scott, no me gustó nada. Sin embargo, algo me impulsó a seguir viéndola. Y poco a poco, me fui sumergiendo en ese mundo ripliano que Steven Zaillian había captado perfectamente. Mundo de engaños, mentiras, asesinatos y maldad en un paisaje idílico de un pueblo italiano, o en la Roma más oscura y la Venecia más brillante. Tres espacios para los tres grandes momentos de Ripley en su increíble transformación. El blanco y negro cogió sentido en las sombras y luces, la ambientación indi dio paso a un cine europeo muy clásico y el rostro inexpresivo de Andrew Scott acabó por hacerme olvidar a Alain Delon. Pero la serie me enganchó definitivamente cuando apareció el gato, único testigo del crimen romano de Tom, al que le gustaría poder decir lo que ha visto, en especial al implacable inspector Ravini que busca un asesino que no existe. Como efecto colateral me ha provocado las ganas de volver a leer las novelas de Patricia Highsmith.
El regalo de esta semana es un
gato que nunca ha presenciado un asesinato
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