sábado, 15 de junio de 2024

POLITICA(S)

 

Una entrada un poco más corta, de vez en cuando hace falta. Dos películas políticas pero muy distintas, tanto en su “mensaje”, como en su “forma”. En una prima el “mensaje”, en la otra prima “la forma”. Las dos son muy interesantes, generan preguntas y despiertan sensaciones.

 


(manifestación en Belgrado en noviembre de 1996)

La patria perdida, de Vladimir Peisic

Noviembre 1996, Serbia, elecciones municipales. La oposición, reunida en una coalición llamada Zajedno de carácter pro occidental y muy anti socialista, gana las elecciones en las principales ciudades. El Partido Socialista de Sloboda Milosevic, uno de los principales responsables de la guerra en Croacia y Bosnia, no reconoce la derrota. La portavoz del partido socialista, Marlenka (acrónimo de Marx y Lenin), anuncia sin despeinarse que ha habido fraude y que se impugnarán los resultados en más de un centenar de mesas. Durante tres meses, se producen continuas manifestaciones en la calle duramente reprimidas por la policía. Este es el contexto (desgraciadamente muy actual y reconocible en muchos países), pero la historia que cuenta La patria perdida es la de un adolescente, Stefan, hijo de Marlenka, estudiante de secundaria. Con ligeros ecos autobiográficos, Peisic era hijo de la Ministra de Cultura de Milosevic, Stefan es el vehículo que encuentra el director para intentar cerrar una herida. Stefan, como Peisic, se encuentra entre dos mundos enfrentados, por un lado su madre a la que adora y con la que tiene una relación que roza el incesto; por otro lado sus amigos, alineados con la oposición. De marco teórico el romanticismo de William Blake, de marco cinematográfico, el cine de Rossellini y el de Bresson. Del primero, el director toma el personaje del niño de Alemania año 0, tan perdido y desubicado como Stefan; del segundo se fija mas en Mouchette y su desesperación. Todo junto hace de esta película un cine político del bueno, del que te deja reflexionando en tu propia realidad, del que te hace pensar en cómo te han condicionado tus padres para ser de una u otra manera. Un film con muchas capas.  


Eureka, de Lisandro Alonso

“Cuando Arquímedes se dio cuenta del descubrimiento, salió desnudo por las calles, estaba tan emocionado por su hallazgo que olvidó vestirse. Así, sin ropa, corrió hacia el palacio gritando: "Eureka, Eureka", que en griego antiguo significa lo he encontrado.” (de Internet)

Lisandro también ha dicho “Eureka, lo he encontrado”, aunque no ha necesitado salir desnudo, ni él ni ninguno de sus personajes. ¿Por qué creo que Eureka es una película política? Porque trata de las colonizaciones depredadoras, de la destrucción de las culturas, de la imposibilidad de parar la historia. Y lo hace trazando una ronda que empieza en una pantalla cuadrada, en blanco y negro, en un paisaje extraño de western marítimo, donde un hombre (Viggo Mortensen) llega a un pueblo buscando a otro hombre. Todo muy codificado. Un pueblo dominado por un Coronel que tiene rostro de mujer (Chiara Mastroianni) y en el que todos están borrachos. Cuando el hombre encuentra al otro hombre, descubrimos que busca a su hija, pero lo que pasará después no lo sabremos nunca porque en ese momento, la pantalla se abre y se colorea, en los tonos oscuros de azules y anaranjados de las luces de un coche de policía circulando por carreteras nevadas. Estamos en una reserva india en Dakota del Sur ahora mismo. Una policía de carretera vive su rutinaria noche de vigilancia resolviendo pequeños, pero dramáticos conflictos provocados por la miseria, la pobreza, la ignorancia. La policía tiene una sobrina, el único rayo de esperanza en ese mundo nocturno y medieval aunque pase en pleno siglo XXI. Es esta sobrina la que sirve de enlace con la tercera parte de Eureka, cuando cansada de la realidad tome una decisión y deje de ser ella misma. Es en este punto donde las plumas de ave que han ido puntuando la narración adquieren sentido. El pájaro fantástico que ilustra el poster volará hasta la selva amazónica donde un pequeño grupo de indígenas vive en cierta soledad, contándose sus sueños. Hasta que la violencia obliga a uno de ellos a marchar a las minas de oro. Este es el argumento de Eureka más o menos contado, pero lo que hace del film de Lisandro Alonso una experiencia es la forma de narrarlo. Para mí no es la mejor película de Lisandro, pero si es la que resume un poco su manera de entender el cine y por eso pienso que es un punto final de una etapa que le permitirá dar un salto adelante. Aunque hay en el film demasiadas resonancias del western clásico, de David Lynch, de Jim Jarmush, de Apichatpong Weeeasethakul, se reconoce en Eureka la intención de hacer un cine político arriesgado. Y muy hermoso formalmente.

El regalo de esta semana es un fondo azul que no sé porque me gusta para ilustrar esta entrada


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