Un libro: Buenas noches, lechuza, de Jordi Ibáñez Fanés
Hay libros que tienes que
esperar a que te llamen. Necesitan “su momento”. Eso es lo que me ha pasado con
Buenas noche, lechuza de Jordi
Ibáñez. Lo tenía en mi mesa desde hace varios meses. Y un día de esta semana
“me llamó”, “léeme”, me dijo. Y lo leí. Casi de un tirón, en dos tiempos. Valió
la pena esperar a leerlo cuando el libro estaba dispuesto. Creo que no lo
habría disfrutado tanto en otro momento. Porque es un libro raro, si, pero esa
es su gracia; es un libro divertido, cosa que no me esperaba; es un libro de
asesinatos y espías rusos. También un libro de monjas y de submarinos, de
ancianos inteligentes y filosofas sobrepasadas. Y de Barcelona, de los
intelectuales barceloneses, de literatura y de cine. De política y sobrinas, de
ahora mismo y de hace cincuenta años. Conviven en sus páginas Straub y Huillet
con Chejov, Miterrand con Luis XVI, policías con subsecretarios, maoístas con
independentistas, la pandemia con la trama rusa de Putin. Pero no es un libro
difícil, al contrario. Hay que dejarse envolver por el punto de partida de un
asesinato múltiple en una residencia de ancianos durante el verano de 2023, que
sirve de macguffin para la historia que se cuenta en el primer capítulo y se
retoma en sus consecuencias en el cuarto. Entre medio, una conversación entre
espías, Sebastián y Alexis, que da una (posible) explicación del asesinato. Y
luego está Alba. Alba y Sebastián. Tío y sobrina, amigos y cómplices en sus
conversaciones. La lechuza y la naranja. Me lo he pasado muy bien leyéndolo
justo ahora en que la Rusia de Putin, cada vez más parecida a la Rusia de estos
espías de la cuarta edad, está tan presente. Es un libro políticamente
incorrecto, es un ajuste de cuentas con el hacerse mayor, es una pequeña y
suave burla de un tipo de intelectual académico, es una crónica desencantada de
la historia reciente. Todo escrito con la libertad de quien no tiene que rendir
cuentas a nadie.
Una
película. Aquel verano en París, de
Valentine Cadic
Hay un tenue hilo de seda que entrelaza tres cuentos de verano de distintas épocas: Empieza en El rayo verde, de Eric Rohmer, se prolonga en La virgen de agosto, de Jonás Trueba y acaba en Aquel verano en París, de Valentine Cadic. Delphine, Eva y Blandine son tres hermanas en su desconcierto veraniego, en su vagabundeo urbano, en su desubicación en esos días de vacaciones en los que no hay nada que hacer. Y esa nada es precisamente lo que provoca la tristeza de Delphine, la curiosidad de Eva, la sencillez de Blandine. Las tres son historias muy bonitas y vale la pena verlas para acompañarlas en su búsqueda de un rayo verde, unas flores blancas o una piscina de aguas azules. Pero hablemos de este verano en París. Estamos en el año 2024, París vive sus Olimpiadas. Blandine, una joven inocente y tranquila, callada y con mucha paciencia, llega a París desde su Normandía natal porque quiere ver una prueba de natación de su atleta favorita. Pero la ciudad y los parisinos no están muy dispuestos a ponerle las cosas fáciles. Blandine lo acepta casi todo, bueno todo, con una resignación absoluta. Incluso verse envuelta en las protestas de los que estaban en contra de las Olimpiadas. Blandine es adorable, quieres que todo le salgan bien. Quieres estar con ella en el parque con su sobrina, en el puente sobre el Sena, como querías estar con Eva en el viaducto, en el Parque del Oeste, o con Delphine en el Luxemburgo o en el pequeño pueblo costero. La gran diferencia entre los tres films es la relación de las mujeres con el amor: en 1986, Dephine busca y necesita el amor romántico, alguien con el que ver el rayo verde; en 2019, Eva busca y necesita un amor distinto, un amigo, alguien con quien compartir una charla, una copa o un paseo. En este 2025 post todo (pandemias, metoo, guerras) lo que Blandine busca no es el amor, (en realidad lo acaba de perder) sino el sentirse parte de algo. Aunque al final descubra que la mejor compañía que puede tener es la de ella misma.
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Un recuerdo. Pere Joan y Carles
A Pere Joan lo conozco desde
los lejanos tiempos de Comisiones Obreras y la primera Filmoteca. Era operador
de cámara, trabajaba en la tele y era un asiduo de las sesiones de la Filmo. Un
poco más tarde, le traté cuando fue el director de fotografía de algunos films
de Portabella. Pero sobre todo coincidí con él y con Giorgina Cisquella, su
compañera de vida, de militancia, de compromiso, en la filmación del documental
El efecto Iguazú, sobre el Campamento
de la Esperanza de los obreros de Sintel en la Castellana de Madrid el año
2001. Pere Joan era un outsider con conciencia de clase y compromiso político.
Carles Balaguer, era otra cosa. También era un outsider y un marginal, pero desde la perspectiva de alguien que es consciente de vivir un tiempo que no le toca. Carles Balaguer era un señor, educado, elegante, serio. Culto y cinéfilo. La necesidad de dejar memoria de una Barcelona oculta, pero no canalla, burguesa pero transgresora, le llevo a realizar un documental único: La casita blanca. La ciudad oculta, sobre el meublé más famoso de la Barcelona de los años 50, 60 y 70. Empezó haciendo ficciones, pero donde demostró su manera de entender el cine fue en los documentales. Y en las salas de cine, porque Carles, crítico esporádico y devoto de Truffaut, tuvo la brillante idea de inventarse los Cines Méliès, pequeño cine-estudio consagrado a los clásicos y a las películas que a él le gustaban (y a muchos más). Los Méliès abrieron sus dos salas en 1996 y hasta el 2020 estuvieron llenos de espectadores. Superaron crisis, superaron un incendio, pero no superaron la COVID y el confinamiento de la pandemia. Los Méliès cerraron a mediados de julio del 2020. Cinco años más tarde, Carles ha cerrado la sesión de su propia vida. Una vida entregada a sus dos pasiones. Porque gracias a un artículo de Joaquín Luna en La Vanguardia, he descubierto su segundo gran amor: el club de futbol CE Europa. “El cine y el CE Europa fueron sus dos pasiones, muy en la línea de su figura distinguida, culta y reacia a dejarse arrastrar por las corrientes mayoritarias, más vulgares…”. Joaquín dice que se le va a echar de menos en el campo del Europa, también se le echará de menos desde el cine cada vez que se compruebe el empobrecimiento cultural que nos rodea.
El regalo de esta semana es
una acuarela de un verano en París
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