(la foto es de la peli de Scott, a veces es muy difícil tener una foto propia de algunas cosas, como por ejemplo separar las aguas)
Hace
mas de 30 años, en 1982, escribí un cuento que se llamaba Blade (1). Era un homenaje a Blade
Runner. En ese cuento, el protagonista llegaba a Los Ángeles, una ciudad en
ruinas, condenada a la desaparición, y se encontraba con una chica que
proyectaba una y otra vez una película en un cine. Blade la veía con ella:
“La evocación que sentía ante los grandes
edificios del Plan y la Oficina Central, aquello que le hacía reaccionar de una
forma extraña, como si tuviera algo que ver con él, aparecía ahora en colores y
gran formato frente a sus ojos. “Pirámides” las llamaban en el idioma que salía
de las bocas de los hombres que allí se movían. Pirámides, eso era lo que los
edificios le recordaban. Pirámides que se construían para alabar a sus reyes.
Reyes que podían hacer cosas impresionantes como separar el mar abriendo un
camino entre sus aguas o desencadenar tormentas de insectos. Era increíble, no
podía apartar los ojos de aquellas sombras en movimiento. Y de repente entendió
lo que la chica quería decirle. En lo alto de una montaña había una mata de
hierba ardiendo. Del cielo caía una bola de fuego y una lluvia de estrellas que
iluminaba esplendorosamente el firmamento…” La película era Los diez mandamientos, como es fácil
deducir. Por eso no deja de ser curioso, que treinta años después, el mismo
Ridley Scott haya escogido de todas las historias fascinantes que ofrece la
Biblia justamente la de Moisés para hacer
su particular Exodus. Es como
cerrar un círculo.
Antes
de seguir quiero aclarar una cosa. A mí me ha gustado Exodus. La Biblia es un libro mal conocido, poco leído y muy
divulgado en algunos de sus episodios. El de Moisés y la zarza ardiente, es uno
de los más famosos. En el cine, cada generación, o mejor dicho, cada época,
tiene su Moisés y su zarza ardiente. La de Scott es una zarza de los tiempos
austeros. Y realistas. Porque Scott ha hecho un Exodus neorrealista, con un Moisés lleno de dudas, entre su amor al
pueblo que lo cuidó y su deber hacia el pueblo que le han encomendado y que ha
hecho de él un hombre fundamentalista e intolerante. Me ha gustado mucho que
Dios sea un niño mal criado al que te vienen ganas de darle dos azotes por sus
caprichos. Y me ha parecido muy interesante la iconografía y el uso del paisaje. Pero todo esto no valdría si
Ridley Scott no hubiera hecho con todo un gran espectáculo. Dejen de lado toda clase de prejuicios,
olvídense de absurdas y ridículas polémicas en torno a los actores que hacen de
egipcios, déjense llevar como cuando veían a Charlton Heston separando las
aguas. Christina Bale las separa también, pero su tsunami es absurdamente
verosímil.
Solo
una pega le pongo a esta macrohistoria: tengo la sensación que le falta una
parte. Todo el final, desde la subida al Monte Sinai, es demasiado precipitado.
Así que, conociendo a Scott, no me extrañaría nada que apareciera dentro de
unos años la “directors’s cut” de Exodus,
una película mucho más completa.
(1)
Publiqué
este cuento en una entrada del 23 de septiembre del 2011. Si alguien tiene
curiosidad por leerlo, poniendo Blade en la casilla de búsqueda arriba a la
izquierda, sale enseguida.
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