(éste
cuadro de Ramón no tiene ningún Leviatán, pero no sé porqué, cuando buscaba
imágenes para ilustrar esta entrada, me saltó a la vista diciéndome: “ponme”. Quizás
porque hay algo en él que evoca el dolor y la impotencia frente a la maldad)
La
primera entrada del año es para una película rusa impresionante. No es un film
redondo ni perfecto, pero es de aquellos que se recordarán todo el año. Se
llama Leviatán y la dirige Andrey
Zvyagintsev. Intenten memorizar este nombre impronunciable (Ezviyaginsev, seria
mas o menos), porque es, y lo será más aun en los próximos años, uno de los directores
importantes del cine europeo.
La
palabra Leviatán evoca monstruos marinos, mitológicos, satánicos. Monstruos de
todo tipo, de esos que no se pueden combatir porque no se llegan nunca a
entender. En todo caso, es una palabra cargada de miedo, misterio, dolor,
maldad. Todo esto abunda en este Leviatán
ruso que nos acerca a mundo realmente terrible. El miedo heredado del
stalinismo y el comunismo que sigue imperando en una sociedad corrupta y
dominada por los intereses de unos pocos, los que lo controlan todo, antes,
ahora y siempre, es decir el poder político y la iglesia. Misterio, el que
provoca ese paisaje impresionante, esa costa del norte de Rusia, con un mar
tormentoso, donde aun se pueden ver ballenas y sus esqueletos se erigen como
esculturas impresionantes en medio de la playa. Dolor, el que viven estos
personajes empapados en vodka como único recurso para soportar el mal que les
supone vivir. Maldad. Toda la que se pueda imaginar. Maldad asesina de la
belleza, de la armonía. Una de las imágenes mas duras de la película es la del
bulldozer derribando la casa de Kolya. Demasiado sabemos en España lo que esa
destrucción del paisaje ha traído. El Leviatán ruso no soporta la belleza de su
paisaje y está dispuesto a hacerlo desaparecer,
como lo ha hecho nuestro Leviatán particular.
Las
hermosas imágenes de Leviatán remiten
directamente a Tarkovski, al Tarkovski de El
sacrificio o de Stalker. Pero la
historia no. La historia nace de las raíces del propio director que desde su
debut en 2003 con El regreso, no ha
dejado de indagar en aquello que Dostoievski llamaba el alma rusa. Y algo de Dostoievski
hay en los personajes de Kolya, Lilia y Dimitri, un triángulo abocado al
fracaso y a la destrucción. Pero no hay nada de Dostoievski en el cuarto
protagonista de esta tragedia, el alcalde yeltsiniano, encarnación de la
corrupción, la cobardía y la maldad de la nueva Rusia de Putin.
Cine
político, si, pero sobre todo cine trágico y hermoso.
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