(Ramon me ha dibujado esta estrella roja expresamente para esta entrada)
La
mejor película de esta semana es un documental. Un documental de hockey sobre hielo. Un documental político.
Las relaciones del deporte y la política
son muy estrechas. Todos los gobiernos
se han apoderado de sus deportistas para convertirlos en héroes nacionales.
Pero solo los regímenes mas totalitarios
los han instrumentalizado de una manera brutal. Basta con recordar las
Olimpiadas de 1936 para la mayor gloria de la raza aria (les fastidió un poco
la fiesta que ganara una medalla un negro); Franco y el futbol como ariete
contra los enemigos de España, ya fuera la pérfida Albión o los masones
comunistas de Rusia. Y desde luego Stalin y el régimen soviético. De esto habla
Red Army, nombre del equipo nacional
de hockey sobre hielo de la URSS que entre 1969 y 1990 ganó todo lo que se
podía ganar en este especialidad.
La
verdad es que este documental contado así no parece nada apasionante, pero
cuando empiezas a verlo sientes que estás ante algo más que una película sobre
un deporte. En la elección y el encuadre de su principal y casi único
protagonista, Slava Fetisov, uno de los jugadores estrella del periodo glorioso
del equipo y actual ministro de deportes de Putin, se puede ver que estamos
ante algo más profundo, más interesante. Su mirada, la manera con la que elude
las preguntas que no le gustan, la forma como relata lo que si le interesa,
dice tanto o más que sus propias palabras. Es un duelo de inteligencias entre
el entrevistado y el entrevistador, el director Gabe Polsky.
Hay
muchas cosas en esta historia de la guerra fría sobre el hielo que relata cómo
se tomó la decisión de construir un equipo que fuera capaz de derrotar a los
americanos. Ese era el único objetivo. Para conseguirlo, no dudaron en
militarizar a los jugadores, instrumentalizarlos, usarlos, destrozarlos. A
ellos y a su entrenador, al que en 1975 defenestraron por una crítica al final
de un partido y pusieron en su lugar a un comisario político incompetente y
malvado al que los jugadores odiaban. Si siguieron ganándolo todo, fue gracias
a que eran muy buenos, no a las indicaciones de un gris personaje con ínfulas y
poder. Ya suele pasar eso. Se quita a los buenos profesionales con criterio
propio para encumbrar a los mediocres y obedientes. No solo en el hockey, no
solo en la URSS de los años 70. Siempre.
El
documental repasa los trece años que
Fetisov y los otros cuatro jugadores, los cinco magníficos, vivieron en la
gloria de la URSS. Luego, cuenta su combate para poder escapar de ese régimen
absolutamente tiránico y acceder a jugar en las ligas norteamericanas cuando el desastre ideológico
era ya evidente y la vieja URSS se desintegraba. Traiciones, humillaciones, ostracismo
y finalmente un triunfo que sabía a derrota. Todo esto contado con rigor y con
humor, con unas imágenes que cuentan más de lo que se dice, dejando entrever el
auténtico tema de la historia: el poder manipula, y explota el deporte para su
único beneficio patriótico y nacional.
Y
de patriótico, nacional y olímpico va otra película que curiosamente se puede
entrelazar con esta. Foxcatcher,
estrenada la semana pasada. También aquí se habla de patriotismo y de convertir
a los deportistas en marionetas al servicio de una idea. La única diferencia es
que en el documental sobre los rusos, es el poder, el estado el que manipula; y
en Foxcatcher es el dinero y la
egolatría de un personaje desequilibrado el que quiere convertirse en dios
todopoderoso. En las dos, el deportista lo tiene complicado. Y ojo, las dos
están basadas en hechos reales.
2
Estas
dos películas me han llevado a pensar por un momento en la difícil relación del
deporte y el cine y en concreto el fútbol y el cine. El fútbol ha tenido muy
mala suerte en la pantalla. Si dejamos de lado Quiero ser como Beckham, que habla de otra cosa, Evasión
o victoria, que también habla de algo distinto, o Fuera de juego, de Panahi, que usa el fútbol para denunciar la
situación de la mujer en Irán, pocas, muy pocas películas han sabido sacar
partido del fútbol. En cambio otros deportes han tenido más suerte: béisbol,
baloncesto, fútbol americano, tienen una filmografía estimable. No sé muy bien
cuál es la razón, pero una posible explicación, temeraria y absurda es, que los
deportes americanos son muy cinematográficos. En cambio el fútbol, un deporte
europeo no lo olvidemos, tiene un ritmo
mucho más pesado, un tempo de ballet en lugar de un tempo de rock and roll. Los
directores yanquis conocen el tempo de sus deportes nacionales, los directores
europeos no controlan igual el tempo del suyo.
3
Y
antes de acabar solo comentar que mientras escribía esto me venía una y otra
vez a la cabeza una película de James Caan. Se titula Rollerball, de Norman Jewison, estrenada
en 1975 (en plena gloria del Red Army), está ambientada en el entonces super lejano
2018.No la he vuelto a ver, pero por lo que recuerdo, y por eso me venía a la cabeza, parece inspirada directamente en lo que Slava
Fetisov cuenta que hacían en el equipo soviético en el también lejano 1980. Curioso.
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