Acabé
de leer Como la sombra que se va de
Muñoz Molina unos días antes de que salieran las nominaciones a los
Oscar donde Selma optaba a dos
premios. ¿Qué tiene que ver el nuevo libro de Muñoz Molina con la película de
la marcha de Selma de 1965 en la que Martin Luther King dio un paso de gigante
en la lucha por los derechos civiles? Pues mucho y nada.
Mucho
porque en los dos, libro y film, Martin Luther King es uno de los
personajes de la narración; nada porque son dos aproximaciones a su figura completamente distintas. Mucho,
porque ambas ponen sobre el tapete la realidad no tan lejana de un mundo donde
la discriminación racial era algo habitual; nada porque para Muñoz Molina ese
no es el tema, mientras que para la película de Ava Du Vernay es el pilar donde
se sustenta todo su discurso.
Vamos
por partes. El libro.
Como la sombra
que se va es sin duda uno de los ejercicios literarios
más apasionantes que he leído en mucho tiempo. No es una novela, no es un
ensayo, no es una autobiografía, no es un análisis histórico, no es una
historia de amor. No es nada de esto y lo es todo a la vez. Es un libro de un
género que creo aún no tiene nombre en literatura y que en el cine se podría
semejar a lo que se llama documental de creación. Es decir, partir de hechos
reales, históricos y personales, para narrarlos con una mirada que no es la de
la objetividad sino la de la más pura y profunda subjetividad. Muñoz Molina
utiliza la ciudad de Lisboa como centro de su escritura. Allí se concentra en
tres tiempos el entramado de su compleja narración: el tiempo de un hombre
acorralado en 1968; el tiempo de un hombre joven que busca su camino en 1987 y el
tiempo de un hombre que desde la madurez y la serenidad, es capaz de mirar
atrás y contarnos lo que ve, sin pudor, sin miedo y con mucho amor. El primero
es un asesino, los otros dos son él mismo, el escritor. ¿Y Luther King? Si leen
la novela lo descubrirán.
La
película.
Selma no es una gran
película, pero es una película eficaz, necesaria, útil. Sobre todo, porque
después de varias décadas en las que pensábamos que el racismo en Estados
Unidos era cosa del pasado, de pronto descubrimos que sigue ahí latente. Es
algo tan arraigado en el ADN de algunos americanos que es difícil erradicarlo
definitivamente. "Sólo tenemos
que abrir nuestros ojos y oídos y el corazón, para saber que la historia racial
de esta nación todavía proyecta su larga sombra sobre nosotros” ha dicho el presidente
Obama en la celebración de los 50 años del llamado Domingo Sangriento en el
puente de Selma.
Selma, el film, es un
intento de mostrar a un Luther King humano, con debilidades, y cometiendo
errores. Sin embargo, la historia de las tres marchas en el puente de Selma que
tan importantes fueron en la lucha por los
derechos civiles y el derecho a voto de los negros, se diluye en un biopic que
no acaba de ser satisfactorio para nadie. Hay demasiados tópicos en los
personajes, un uso de recursos narrativos tramposos, como el de las niñas
muertas a cámara lenta y en el fondo una cierta conformidad en retratar al
personaje sin adentrarse en sus contradicciones. Selma es un film para ver y pensar, es ese tipo de cine que no lo
recomiendas por sus valores cinematográficos, sino por su interés histórico,
tergiversado, manipulado, todo lo que se quiera, pero interés. En especial para
las nuevas generaciones que no recuerdan que hace poco, muy poco, a los negros
no se les consideraba personas con iguales derechos que los blancos.
Escribo
esto, el sábado 7 de marzo en el que se cumplen 50 años de la represión
policial contra la primera gran marcha en el puente de Selma que el presidente
Obama ha recordado con su presencia. La imagen de Obama en Selma me sirve para
cerrar este extraño post que enlaza Lisboa y Selma, un escritor, un asesino y
un líder carismático que está en la historia por haber tenido un sueño y haber
intentado hacerlo realidad.
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