(yo
también tuve abuelos guapos, pero no tenía edad para filmarlos)
La
imagen más divulgada de la película de Hermes Paralluelo No todo es vigilia, es la de unos ancianos en la cama uno al lado
del otro mirando hacía un lugar fuera de cuadro. No podía ser más explícita de
lo que esta película cuenta. “Hace sesenta años nos casamos para dormir juntos.
Nadie nos va a separar ahora”. Le dice Felisa a Antonio dejando clara cuál es
su postura ante la posibilidad de que tengan que ir a vivir a una residencia. No
es la única idea clara de este documental que se suma a la larga lista de
retratos de abuelos que los cineastas más jóvenes están haciendo en un doble
ejercicio: el de la memoria propia y cercana;
y el de dejar constancia de vidas comunes, de gente normal, esa que
nunca protagonizaría una película convencional. Aunque creo que Felisa y
Antonio darían para un film de amor de verdad. Ese amor que se demuestra en las
pequeñas cosas, en un vaso de leche, mirar el termómetro, recordar el pasado
viendo un retrato donde los dos están en plena juventud.
Pero
si esta película es especial, no es solo por sus protagonistas. También lo es
por los espacios donde los encierra. La primera mitad del film transcurre en un
hospital donde Antonio se somete a una serie de pruebas mientras Felisa
deambula por los pasillos. Este fragmento es casi un film de ciencia ficción.
El personal del centro, médicos, enfermeras, no existe. Es como si Felisa
caminara por una nave espacial vacía buscando a Antonio, el único ser vivo en
la tierra. La segunda parte de la película pasa en el pueblo, en Muniesa.
Tampoco en este fragmento el director les deja salir. Una especie de ángel
exterminador los retiene entre esas cuatro paredes heladas, donde los dos
ancianos se mueven entre la cocina y el dormitorio. Pero aquí no estamos en una
nave espacial. Aquí estamos en ese terreno único y privado de cada pareja que
es el que se construye con la convivencia continuada durante años y años: la
vida en definitiva. Hermes, el nieto, se coloca en una posición de observador.
No interviene, solo mira y deja que los abuelos hagan y digan. Planos largos,
silencios rotos por los sonidos cotidianos: el reloj, los timbres, la puerta…
encuadres que los colocan siempre en el centro de la imagen, juego de espejos.
Solo
al final hay un giro. Un giro inesperado y feliz. Porque esta es una película
feliz aunque no lo parezca.
2
No
sé si es una coincidencia o no. En todo
caso, cuando apenas hace doce días de la muerte de Ruth Rendell se estrena una
película que adapta una de sus novelas cortas The New Girlfriend, publicada en 1985. La dirige François Ozon y no
es de sus mejores trabajos. Pero a pesar de eso, hay que reconocer que hay
algo turbador y malsano en esta mirada sobre los cambios de roles y las
ambigüedades de la amistad entre mujeres que tanto le gustaban a la escritora
británica.
Es
curioso que hayan sido los franceses los que más se han acercado a su
literatura. Los ingleses adaptaron las novelas del inspector Wexford, pero han
sido Chabrol, Ozon, Miller, Thomas con el añadido de Almodóvar y su Carne trémula, los que ha buceado en sus oscuras historias para hacer un cine negro que se mueve constantemente en
el filo de la navaja de lo amoral y lo políticamente correcto.
De
todos, sin duda fue Chabrol el que mejor entendió su universo provinciano,
cerrado, claustrofóbico y tremendamente clasista. La ceremonia sigue siendo la mejor película de Ruth Rendell y una
de las mejores de Chabrol. En la morbosa relación de Sophie y Jeanne se esconde
el germen de la extraña relación de Claire y Virginie, en Una nueva
amiga, llevada hasta las últimas consecuencias en una delirante
representación de la familia feliz. Ozon se erige con este film irregular pero
atractivo, en el heredero natural del Chabrol más irónico y ambiguo.
(Ahora
que pienso, Carne trémula fue la
primera película que Penélope Cruz hizo con Pedro Almodóvar. Era la madre
parturienta de la primera secuencia).
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