Un
festival es un lugar perfecto para ver películas. Pero también es el espacio
ideal para confrontar posturas, reunir personalidades diversas y plantear retos
de futuro. Al menos un festival de las dimensiones y objetivos del D’A de
Barcelona. Preocupado por dar visibilidad a un
nuevo cine español que se teje en los márgenes de una industria
paralizada por la falta de canales de financiación y una cierta incapacidad de
adaptarse a los nuevos modelos de producción y explotación del cine, el D’A
ofreció su plataforma a dos grupos de directores diferentes pero con un nexo
común entre todos ellos: intentar hacer las cosas de otra manera.
Por
un lado y en torno a una mesa redonda bajo el lema de Futuros (Im)posibles, reunió a cuatro de los jóvenes autores de la
última hornada. Miguel Llansó, Ion de
Sosa, Velasco Broca y Chema García
Ibarra. Es reconfortante comprobar que los discursos más innovadores se repiten
periódicamente entre la gente más inquieta. No es que lo que estos directores
dicen, hacen o piensan sea nada totalmente nuevo, pero si es cierto que
se enlazan en la tradición de aquellos creadores que han intentado escapar de
la rutina en cualquier tiempo. Escuchándolos pensaba que su discurso era muy
parecido al que tenía Marc Recha o Huerga a principios de los años 90, o Guerín
y Almodóvar en los 80, o Arrieta y Zulueta en los 70, o Jorda en los 60, o….
podríamos remontarnos hasta el origen del cine. Pero lo que lo hace
interesantes es que siga vivo este espíritu y que se presente siempre renovado
y con un ímpetu subjetivo. No sé si estos (nuevos) directores tendrán o no
futuro (¿habrá futuro para alguien en el terreno de la cultura en España? a
veces me lo pregunto) pero lo que sí es seguro es que siempre habrá gente con
necesidad de contar las cosas de otra manera, de acercarse al mundo desde
distintos espacios: ya sea la lejana Etiopia; ya sea un sueño de androides en
un Benidorm desierto poblado de zombies; o el salón de una casa donde una
abuela lee una carta o esa India tan lejana de las postales turísticas. El problema es que estos talentos en ciernes
no sean capaces, por las razones que sean, propias o ajenas, de su propio
devenir o del comportamiento de la sociedad, de llegar a su público natural y
de dar el salto a una profesionalidad indispensable para continuar haciendo lo
que les gusta hacer.
En
el mismo día y en otra mesa redonda que se agrupaba bajo el lema de Posthumor se reunieron los componentes
de los colectivos Venga Monjas, Burmin’Percebes, Miguel Noguera, Carlos de
Diego y Carlo Padial. El tema: la comedia en este nuevo cine español que ha
encontrado en Internet y en los medios de difusión que ofrece la red un lugar ideal
para imponer un lenguaje de humor distinto (o no) pero en todo caso, entroncado
con una tradición que tiene un largo recorrido en el cine español. Una
tradición que siempre ha sabido entroncarse con la realidad que le corresponde
y que va de Mihura a Berlanga.
Las
dos mesas redondas me dejaron una sensación de optimismo. Y lo digo contenta
porque a pesar de todas las dificultades, a pesar de que hay mucha confusión de
ideas, a pesar de que todo es difícil, comprobar que hay gente que todavía
tiene ganas de hacer cine como El cami
mes llarg per tornar a casa, Les amigues de l’Agata, Antígona despierta, No
todo es vigilia, Searching for Meritxell
o Taller Capuchoc, por citar solo algunas de las películas que
se han visto estos días, me hace pensar que el cine está vivo. Mejores o
peores, estos y otros muchos títulos, son la garantía del relevo necesario para
seguir adelante.
2
Más
que de películas (quizás mañana haga un repaso de algunas de las que me han
interesado) quiero acabar esta crónica con un baño de realidad. Estando en la
cola para entrar a ver Juana a los 12,
pasó a nuestro lado una mujer mayor, una vagabunda con su carrito lleno con todas sus
pertenencias. Estaba enfadadísima porque la gente que hacía cola ocupaba la
acera y no la dejábamos pasar. Mirando a
los que esperábamos allí lanzó un grito: “Sois todos unos muertos en
vida”. Pere Vall y yo que estábamos
hablando en ese momento, nos quedamos helados. ¿Era verdad lo que decía aquella
mujer? ¿Éramos muertos en vida sumergidos en una sala oscura y en silencio en
lugar de estar en la calle viendo el sol y paseando? Nosotros vemos la vida en
la pantalla y esa mujer vive la vida en sus carnes. No sé qué extraña sensación
me produjo ese grito airado después de un día de estar escuchando a los
directores hablar y hablar de lo que se puede y no se puede hacer. Creo que la
única conclusión posible es que hay que vivir la vida como uno quiera, viendo
películas, haciéndolas o con un carrito lleno de cosas. No hay nada peor que
los muertos en vida. En eso tenía la razón la señora.
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