Estoy
leyendo un libro que me gusta mucho. Se llama Pequeño Grande y es de John Crowley. Es un libro que tenía en casa
desde hace años. Creo que lo compramos a principios de los años noventa. Pero
no lo había leído, hasta que, hace unos días, de repente “me llamó”. Y respondí
a la llamada. Cuando me disponía a
escribir esta entrada del blog dedicada a Alain Resnais, me saltó de sus
páginas una frase: “Lo que quizás aprendes al envejecer es que el mundo es
viejo, muy viejo. Cuando uno es joven, el mundo le parece joven. Es eso, nada
más”.
No
sé porqué Resnais me hizo recordar esta frase. Quizás porque era viejo muy
viejo, como su mundo, pero no como su cine. Me di cuenta de que en realidad,
cuanto más viejo se hacía Resnais, más joven se hacía su cine. Como en el caso
de Rohmer, Resnais, que tenía 92 años cuando murió y 91 cuando rodó su última
película, este Amar, beber, cantar
que se estrena esta semana, era cada vez más joven en su manera de enfrentarse
al trabajo.
Creo
que si miramos su filmografía, sus primeras películas, aquellas que causaron
estragos entre la progresía del momento, como El año pasado en Marienbad, o Muriel
(Hiroshima mon amour es otra
cosa, es más una película de Marguerite
Duras que suya) se han quedado viejas, muy viejas. Y las que hizo en los
años sesenta, La guerra ha terminado, Te
amo, te amo, ya eran viejas cuando se filmaron. En cambio, a partir de Smoking/Non Smoking, Resnais empezó a
rejuvenecer su cine a medida que su cabeza se llenaba de cabellos blancos. La
intensa relación con el teatro entendido no como un escenario quieto, sino en
movimiento, el uso de los decorados, de la música como instrumento narrativo, trabajar
con un grupo estable de actores que iban creciendo a su lado, haciéndose
mayores, todo contribuía a que las películas de Alain Resnais fueran cada vez más
personales, únicas, diferentes. Inclasificables y no siempre del gusto de todo
el mundo.
Amar, beber,
cantar
es su última película, pero no es un testamento. Resnais había renunciado hace
mucho a hacer testamentos. Vivía y disfrutaba con la urgencia de quién sabe que
cada día es un regalo mas que hay que aprovechar al máximo. Y su manera de aprovecharlo
era haciendo cine desenfadado y sencillo como este. Pero lleno de sutilezas en
los pliegues que no se ven a primera vista pero hacen que la tela, el film, sea
lo que es. Tres parejas mayores, un amigo ausente al que todos evocan, un
jardín, cuatro estaciones, cambios de luz, decorados de árboles de papel,
conversaciones. Y unos enlaces casi documentales de un paseo en coche por
caminos rurales que sirven para ligarlo todo junto con los preciosos dibujos de
las casas que no existen más que en el deseo de Resnais de representar el mundo
–viejo o nuevo– desde su particular punto de vista. No hace falta más, ni menos.
Otra
frase de Crowley me sirve para cerrar este texto de Resnais: “¿Cuál es la única
cosa buena del Invierno? … Si viene el Invierno, no muy lejos, tras él, vendrá
la Primavera”.
Resnais
vivía desde hace años en una eterna primavera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario