(dibujo de Ramon para celebrar el verano en La Casa Grande de Arcos de la Frontera)
No
hay gran cosa para ver esta primera semana de agosto, primera de vacaciones,
primera del fin de verano. Porque parece que al final el calor agobiante que
nos ha tenido aplastados durante más de un mes empieza a dar tregua con algo de
fresco. Buena falta nos hace refrescarnos las neuronas ante lo que nos queda de
verano. No olvidemos que el otoño empieza el 21 de septiembre, pero el
verdadero otoño de nuestro descontento (Shakespeare me perdonará el cambio de
estación) empezará un poco después, el 27, y para eso mejor que nos coja descansados y con las pilas cargadas.
Así
que, cuando me he planteado de que iba a hablar este domingo de agosto, he
pensado que debía escribir de eso tan manido como son las vacaciones. Manido,
pero necesario. Tópico pero útil. No para descansar ¿cuánta gente descansa de
verdad en agosto de vacaciones? sino para cansarse de otra manera. En familia
casi siempre. Por eso y sin seguir ningún criterio determinado sino simplemente
lo que me venía a la memoria me he ido de paseo por los veranos de Europa en el
cine.
Empiezo
el viaje en Lisboa con el marinero de En
la ciudad blanca, de Tanner que en el lejano 1983 ya se hacía selfies con
una cámara mientras paseaba por el puerto y la ciudad. Han pasado más de
treinta años, pero esta película sigue siendo un referente para los que viajan
para descubrir(se) en ciudades hermosas.
Camino
del este, la siguiente parada es Madrid y ahí me quedo con Hablar, de la que hablé (sic) hace unos
días. Oristrell retrata la ciudad una noche de verano en un bario popular donde
se resume casi todo lo que puede pasar ahora mismo.
Un
AVE desde Madrid me lleva a Barcelona nit d’estiu, una noche en la
que seis parejas jóvenes ven como sus vidas sentimentales cambian radicalmente
en una calurosa noche de verano. Hay otra película de noche, verano y ciudad, menos
conocida pero muy recomendable, Lo bueno de llorar, de Matías Bizé.
Un
barco nos traslada a Italia. Hay tantas películas de verano en Italia que es
difícil saber con cual quedarse. En todo caso yo revisaría dos: Pranzo di ferragosto de Gianni di
Gregorio o como conocer una Roma semivacía; y Belleza robada, de Bertolucci, las idílicas vacaciones de los pseudo-intelectuales
en la Toscana, el Ampurdán italiano. Dos mundos, dos estilos.
Subiendo por Venecia (Muerte en Venecia, un clásico), cruzando
Albania (no sé si hay vacaciones en Albania, me imagino que si) entramos en Grecia.
Esa Grecia que está tan de moda este verano en el que ha entrado una auténtica
fiebre viajera al mundo heleno. Tengo la sensación de que flota en el ambiente
la idea de que la cuna de la civilización (la nuestra) está a punto de caer
bajo la sombra de ese oriente siempre amenazador, ya sea en forma de turcos o
de rusos. En todo caso, de todos los posibles veranos en Grecia me quedo con
dos completamente distintos: Mamma mia¡, refrescante
musical con una Meryl Streep estupenda y Akadimia Platonos, coproducción greco-germana dirigida por
Filippos Tsitos en el 2010 que explica (muy bien) porque los griegos están
donde están. El verano se puede pasar de muchas maneras: sentado delante de una
tienda en ruinas, viendo a los chinos apoderarse del barrio y a los albaneses
trabajando, puede ser una de ellas.
Desde Atenas un tren nos
lleva a Viena donde hay que pararse para pasear una noche entera con Celine y
Jesse en su primera cita europea, Antes
del amanecer. Viena con sus flores y sus princesas es también el verano
deprimente y morboso de las películas de Ulrich Seidl, solo recomendables si
están realmente muy contentos. Si no, pueden contribuir al suicidio mental.
De Viena hay que ir a
Berlín, y ahí encontramos una película que me gusta mucho. Se llama Verano en Berlín, la dirige Andreas
Dresen y es la historia sencilla y simple de cómo se puede disfrutar de un
verano urbano desde una terraza en la que dos amigas charlan sobre la vida, el
amor, los hombres…
No sabía si desviarme en
este viaje hacia el norte y caer en el tópico, pero lo voy a hacer. Un verano con Mónica sigue siendo una de
esas películas que no envejecen jamás, un canto a la libertad y el amor. Mónica
merece el desvío.
Gran Bretaña está ahí mismo
al alcance de la mano. Una Gran Bretaña que al norte se llama Escocia y en
Escocia pasa una de las películas más bonitas que se pueden ver en estos
momentos en las carteleras, Nuestro
último verano en Escocia. Las vacaciones familiares suelen ser terribles,
estresantes, insoportables. Los pequeños
deben buscar refugio lejos de los problemas de los adultos. Es lo que hacen
estos niños que consiguen vivir un
verano de felicidad y despedirse de su abuelo con una auténtica aventura
vikinga. Es un film precioso, confortable, tranquilo y sobre todo muy esperanzador:
si los niños siguen siendo capaces de cumplir los deseos suyos y de los demás,
a lo mejor hay alguna alegría en el horizonte.
Acabo este periplo europeo
en Francia. En París hay montones de películas veraniegas, pero no creo que
haya ninguna película que resuma mejor la presión obligada de hacer vacaciones
de los urbanitas, la necesidad de ser como todos, que la tristísima El rayo verde de Rohmer protagonizado
por Delphine y su lamentable soledad.
Y hasta aquí. Felices
vacaciones. Yo seguiré, si los temas me lo permiten.
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