(Ramon
tenía 14 años cuando pintó este cuadro del jardín de su casa en la que hemos
vivido juntos casi cincuenta años. Los árboles han crecido, el pozo ya no está,
pero sigue siendo la heimat de Ramon y en gran parte mi heimat)
Llevo
una semana sumergida en Heimat. Heimat en formato serie, Heimat en formato cine, Heimat en la
calle. Heimat es una palabra alemana que tiene varios significados. Para Hitler
significaba PATRIA, así con mayúsculas y con imposición a todos los demás que
no eran PATRIA. Pero para Reitz, el autor de esta impresionante historia
privada de Alemania, Heimat significa la tierra, lo que se conoce y se
siente cercano. Esa acepción de Heimat es la que a mi me gusta frente a la
HEIMAT grandilocuente que nos envuelve y nos arrastra hacia un precipicio de
Heimats que detesto.
Esta
semana se estrena Heimat La otra tierra,
un largometraje de casi cuatro horas. Este Heimat
de cine (Reitz dice una frase que me gusta mucho “El cine es nuestro heimat
cultural”) se sitúa sesenta años antes del inicio de la serie que le hizo
famoso en los años 80. Sucede la historia a mediados del siglo XIX en el mismo
pueblo donde los Simon tienen su herrería, en la misma casa donde vivirán
cincuenta años después María, Paul y sus hijos. Es una época de hambruna, de
despotismo, de incultura. Jakob sueña con los pueblos indígenas, pero será su
hermano Gustav el que consiga llegar a Brasil; Jakob se enamora de Jetchen,
pero tampoco logrará quedarse con ella. Jakob nunca saldrá de su heimat, de ese
pueblo, esa tierra donde sueña con el mundo hasta el día de su muerte. Porque
su Heimat no es el del espacio, no es el de la lengua, no es el de la posesión:
su Heimat es el del pensamiento y en ese sí que es dueño y señor.
La
película de Reitz es menos compleja que la serie en su primera temporada, la
única que he visto. Si tuviera que definirla en un twit largo diría que tiene
de John Ford, la belleza de los paisajes abiertos y las nubes en blanco y
negro; de Renoir, la alegría de las cosas sencillas de la vida; de Eisenstein, la fuerza de los rostros, especialmente
el de la madre; de Bela Tarr, la dureza del retrato de un pueblo hambriento y
obligado al exilio. Todo junto produce
una sensación muy difícil de conseguir en el cine, la de estar ante la vida
misma pero contada a través de alguien que sabe mirar. Puede que me consideren
un poco extravagante si les digo que este Heimat
de cine me recuerda el Boyhood de
Linklater.
Solo
unas líneas para hablar de la serie. Vi esta serie excepcional en el Festival
de Venecia de 1985, el primer certamen de cine que se atrevió a programar una
serie completa en sus sesiones. La pasaban por las mañanas y todos hacíamos
malabares con el tiempo para poder seguirla sin dejar nuestros deberes
festivaleros. No la había vuelto a ver hasta esta semana. Justo esta semana. Heimat es una serie extraña. Tiene un
ritmo propio. Se detiene en algunos momentos para hacer descripciones
minuciosas de lo que pasa, del espacio, de los personajes y las situaciones, y
luego da un salto en el tiempo sin ninguna justificación. No nos cuenta solo
las cosas importantes, las que marcan los puntos y aparte en la vida; nos
relata mas esos tiempos entre medio donde se fraguan las emociones. Utiliza el
color y el blanco y negro de una manera inquietante, pero no arbitraria. Pero
lo más sorprendente es como se vive la Historia en ese pequeño enclave alemán
perdido en medio del campo, lejos de las ciudades. La historia de la familia
Simon comienza en 1919 y va hasta 1982. Con ellos vivimos la inflación y la
crisis de los años veinte, el auge del nazismo, la guerra, la miseria y el
hambre, la recuperación económica… Pero todo se ve desde lejos, es algo que no
sale de ellos, pasa en otro sitio y ellos, simplemente, lo sufren o lo
disfrutan. Eso es quizás lo más extraño y lo que ha hecho que esta serie sea
considerada algo aparte. De este heimat hay quién sueña con irse, como Jakob,
hay otros que consiguen irse, como Paul y hay muchos que se quedan, como María
y Anton. Pero todos pertenecen a ese heimat que es solo de ellos.
Heimat,
todos tenemos nuestro heimat particular, es solo nuestro, nadie tiene derecho a
apropiarse de él, a hacerlo suyo, es mío y de otros, no es excluyente ni tiene
límites. No quiero que nadie me obligue a dejarlo.
Nota:
Estaré
esta semana en el Festival de San Sebastián. Intentaré escribir desde allí algo
cada día si puedo.
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