Una
película y un libro. Los dos hablan de amigos. Los dos hablan de pérdidas. Los
dos se te quedan en el alma enganchados durante mucho tiempo. Curiosas
coincidencias. Vi Truman de Cesc Gay
en el Festival de San Sebastián al mismo tiempo que empezaba a leer un libro
que me había prestado una amiga. El libro, Mientras cenan con nosotros los amigos, es de Avelino Hernández. Yo, mientras veía cenar a los amigos, Julián y Tomás, leía como cenaban los amigos
del autor y hacía todo lo posible por cenar con amigos en el festival.
Me
gusta mucho Truman, me gusta por qué
hace eso que Manni Farber llaman el GYM, es decir hacer extraordinario lo
ordinario. Cuatro días, dos amigos que hace tiempo no se ven, la separación
definitiva, un perro que se queda solo. Madrid como fondo, como decorado. El
tiempo que pasa, el que ha pasado, el que no pasará. Truman, el perro, Julián,
el actor, Tomás, el amigo.
Me
gusta mucho Mientras cenan con nosotros
los amigos. Teresa la mujer presente, Marta, la mujer ausente. Poetas y médicos. Gente
que te acompaña. El libro no es una novela, pero tampoco un ensayo y mucho
menos unas memorias ¿qué es entonces? Un GYM literario que hace extraordinario
lo ordinario de la vida y su discurrir. Aquí pasa un año entre la primera
“carta” y la última. Un año a través del cual se intuye toda una vida.
Como
en Truman, que sin necesidad de
contar nada de lo que pasó antes de esos cuatro días, vivimos con ellos un
pasado de recuerdos comunes, de historias compartidas.
Cine
y literatura, dos buenos amigos. Al menos para mí que nos los considero un
trabajo, sino un descubrimiento constante de cosas que me llenan.
Y
después de ver Truman y de leer a
Avelino, me hago la reflexión de que hace mucha falta cenar con los amigos: al lado
de un río, en un restaurante, en el jardín de una casa. Donde sea, pero tenerlos
cerca. A ellos y a una Teresa como la del libro y a un Truman como el de la
película que puede ser un perro, un gato, una tortuga, un pájaro. Es igual,
alguien, no humano, con quién sabes puedes contar.
Nota.
Avelino Hernández murió pocos meses después de acabar este libro. Troilo, el
perro Truman, murió pocos meses después del rodaje. La realidad, como siempre,
acaba imponiendo sus tiempos.
2
De la avalancha
de estrenos de esta semana, nada menos que 16¡¡¡¡ solo voy a destacar dos. No
porque los demás no me gusten, sencillamente porque entre esos 16 hay muchas que
no he visto ni sé cuando veré. Las dos que me gustaría que no pasaran
desapercibidas son documentales: The Propaganda
Game, de Álvaro Longoria, sobre la que he escrito en la web de Fotogramas y
en Time Out Barcelona y El gran vuelo,
de Carolina Astudillo que se estrena en muy pocos sitios.
Cuando vi El gran vuelo le escribí a
Carolina un e-mail: “Ayer vi la película El gran vuelo.
Me ha encantado. Por varias razones. Formalmente me gusta mucho como utilizas
las imágenes de archivos diversos para contar una historia concreta. Están muy
bien buscadas y son muy ilustrativas de toda una época. También me ha gustado
mucho descubrir un personaje que me resulta muy cercano. Yo no sabía nada de
esta mujer, pero es como si la conociera.”
Siempre he pensado que
hay todavía muchas historias de la guerra y la posguerra por contar. Y esta es una de
las más desconocidas. La historia de una mujer, Clara Pueyo, que luchó por unas
ideas y que fue doblemente encarcelada por ellas: físicamente por el franquismo
que la recluyó en la Cárcel de Les Corts de Barcelona; psicológicamente por su propio
partido, el Partido Comunista, que la obligó a un exilio interior por no
aceptar las consignas ciegamente, como si fuera coreana.
Y con esto enlazo los
dos documentales.
El resto de estrenos,
arriésguense ustedes mismos aprovechando La Fiesta del Cine que se celebra los
días 3, 4 y 5 de noviembre con entradas a
2,90 euros.
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