Me pregunto que serían las películas estrenadas esta
semana si fueran pasteles. Vayamos por partes, o mejor dicho miremos el
mostrador y veamos que escogemos.
Si nos decidimos por la tartaleta de frutas del
bosque que es Isla bonita
encontraremos que la pasta ligera de la base la pone un Fernando Colomo que a
sus casi setenta años demuestra tener una frescura y capacidad de reírse de sí mismo
y del mundo como para ponerse en primera persona en una historia donde no tiene
la mejor parte, pero si un estupendo personaje. Si Fer, Fernando, es la base, las
frutas son dos mujeres llenas de vitalidad, madre e hija, una escultora con las
ideas muy claras y una jovencita desinhibida que desprende felicidad y energía por
todos sus poros. Digamos que Nuria, la madre, es la crema que se superpone a la
pasta ligera de Fer; la hija en cambio es un conjunto de frutas del bosque:
frambuesas, moras, frutos pequeños, ácidos y dulces a la vez como esta Olivia
que llena de sustancia el pastel. ¿Y el azúcar cande? El azúcar la ponen los
dos chicos jóvenes enamorados de Olivia y enamorados entre sí. Nos dejamos la fresa,
un filósofo plácido e inteligente que mira a sus compañeros de historia como si
los viera desde la lejanía. Aunque este delicioso y recomendable pastel que ha
cocinado Colomo no tendría ningún sentido sin la bandeja donde nos lo sirve: la
isla de Menorca con su ritmo pausado, su menorquín cantarín y sus aguas
transparentes. Les recomiendo comerse esta tartaleta. De verdad.
Si cuando nos acerquemos al mostrador/cine no
tenemos claro que nos apetece una tartaleta ligera, podemos escoger el exótico
dorayaki que nos ofrece Naomi Kawase con
Una pastelería en Tokio. Los dos
bizcochos que usa la directora en esta dulce y triste historia son un hombre
solitario y sin ilusiones y una adolescente en una edad difícil. La mermelada
que las unirá y les dará sentido es una anciana con un don para hacer dorayakis
y para unir bizcochos separados. La vida sucede lentamente y sin ningún estímulo
para Sentaro el hombre que no habla y que hace pasteles sin alma en una pequeña
tienda de una esquina de Tokio. Tampoco la vida tiene mucho interés para
Wakana, una adolescente que no encuentra su lugar, ni en su casa, ni en la
escuela. Hasta que aparece en sus vidas Tokue, una anciana capaz de hacer
dorayakis inolvidables y capaz sobre todo de unirlos para que puedan encontrar
la fuerza que necesitan. Todo ello regado por pétalos de cerezos en flor y
suaves aromas de dulces en el aire. También les recomiendo que degusten este
pastel.
Y ya puestos a hablar de pasteles, ¿qué sería Spectre, el último Bond? Pues yo diría que
un búlgaro. ¿Se acuerdan de los búlgaros? Eran esos pasteles redondos de
bizcocho forrados de chocolate con unos fideos de colores por encima. Son
pasteles muy sólidos, muy potentes. No aptos para apetitos exquisitos. El
bizcocho es sin duda Bond, James Bond, y su imperturbable rostro putinesco. El
chocolate es una Léa Seydoux escurridiza pero al final empalagosamente pegada
al bizcocho Bond. Y los fideos los ponen a partes iguales un M desdibujado y un
malvado un poco blando al que le falta un gato persa para acariciar. En
conjunto este Búlgaro/Spectre es un poco denso, pero si se le hinca el diente y
se degusta todo junto, acaba por ser una merienda recomendable.
(las fotos no son mías, por desgracia, yo no sé hacer pasteles)
No hay comentarios:
Publicar un comentario