Las
actrices suelen quejarse de que no hay papeles buenos para mujeres. Esta
semana, los estrenos vienen a demostrar que no es una verdad absoluta. Cuatro
mujeres protagonizan films que merecen ser vistos y merecen, sobre todo,
ser pensados.
He
utilizado algunos retratos de Ramon que me evocan los personajes de Paulina,
Josephine, Adela y Yinniang. No son ellas, pero podrían serlo.
PAULINA/DOLORES
FONZI
Paulina/Dolores
provoca, Paulina/Dolores, desconcierta, Paulina/Dolores deja a los espectadores
con ganas de hablar. ¿Por qué Paulina reacciona así? ¿Por qué insiste en
mantener su punto de vista sobre un caso que tiene muy tipificadas sus
consecuencias y ante el que ella reacciona de una manera inesperada? Eso es lo
más interesante de este film y lo que justifica, creo, que en el Festival de
San Sebastián le hayan dado el Premio Otra Mirada que otorga TVE a la película
que mejor refleje la defensa de los derechos de la mujer. “Pero, oiga,” dice el
espectador al salir del cine, “A esta chica la han violado cuatro energúmenos y
ella no sólo no quiere denunciarlos, sino
que ni siquiera quiere reconocerlos. ¿Eso es normal?” No sé si es normal, en
todo caso, es lo que las convicciones de justicia social que esta abogada
intenta transmitir en esa miserable ciudad del interior de Argentina, le dictan
que debe hacer. Frente a la postura políticamente correcta de su progresista y
muy de izquierdas padre; frente a la reacción lógica de su única amiga; frente
al dolor que ve en los ojos de los que la han violado, ella aguanta, sola.
Mantiene su postura y desafía a todos. Salvador Mitre, el director, la sigue,
la acompaña, está a su lado, sobre todo en un plano/secuencia/diálogo que abre
el film en el que Paulina deja claras cuáles son sus ideas. Y en ese travelling
sostenido del final en el que vemos a Paulina/Dolores avanzar directa al
espectador, retándolo casi, decidida. En medio, el film cambia de punto de
vista dos veces para ofrecer el contraplano de lo que está pasando. Este giro
de eje de la mirada, es la única concesión que Mitre se permite. Es una forma
de ayudarnos a entender a Paulina. No a empatizar con ella. Solo a entenderla.
JOSEPHINE
PEARY/JULIETTE BINOCHE
Dice
Isabel Coixet que Josephine Peary es un pavo real que acaba convertido en
perro, Y que, cuando es perro, es mucho más humana que cuando es pavo real. El
principal atractivo de esta Josephine/Juliette es el de pasar de ser un cuerpo
a ser un rostro. En la primera mitad de Nadie
quiere la noche, Josephine/Juliette es un cuerpo espléndido, vestido de
negro, una figura en el paisaje nevado. Su rostro aparece oculto por un velo
negro. Ella es una reina de las nieves. En la segunda parte, cuando se enfrenta
a la dureza del invierno y a la convivencia con Allaka/Rinko,
Josephine/Juliette se va despojando de sus vestiduras de reina, se va
envolviendo en pieles mientras la cámara se va concentrando en su rostro, ese
rostro transfigurado por el descubrimiento de un mundo que ignoraba: el de la
inocencia, el del amor, el de la amistad que es más fuerte que cualquier otra
cosa. El del sacrificio. Cuando Josephine y Allaka se encierran en el iglú, la
película da un giro y de la frialdad de su primera mitad, deriva hacia la
calidez de esa segunda parte en la que las dos actrices y la directora llegan a
establecer una especie de comunión en la imagen.
ADELA/PATRICIA
REYES SPINDOLA
Patricia
Reyes Spíndola es el alter ego de Paz Alicia Garciadiego. O mejor aún, es la
suma de las palabras de Paz Alicia y las imágenes de Arturo Ripstein. Patricia está en todas las películas que han
hecho juntos Paz Alicia como guionista y Arturo como director. A veces solo con
un pequeño papel con el que no le cuesta robar todas las escenas en que
aparece. Otras, como protagonista absoluta. En esta nueva colaboración del trío,
La calle de la amargura, Patricia
asume el papel de Adela, una puta vieja que ya no sirve para hacer su trabajo y
que por un cúmulo de errores se ve envuelta en el asesinato de dos luchadores
enanos. La sordidez habitual del cine de Ripstein, fotografiada en un sucio
blanco y negro que se corresponde con la miseria que retrata, acaba por
adquirir una extraña belleza a medida que avanza el relato. Un relato contado con ese lenguaje tan característico de los guiones de Paz Alicia, en el que el
habla popular del México más pobre se convierte casi en una lengua nueva, casi
en un mexicano/español de un nuevo siglo de oro. Porque sus personajes, y especialmente
esta Adela que a pesar de los esfuerzos de todos en aparecer fea no puede
ocultar su inmenso y raro atractivo, hablan un idioma que no es de nadie más que de
Paz Alicia. Y eso, dicho por una actriz de la talla de Patricia, es un regalo.
YINNIANG/SHU
QUI
No
sé qué les pasa a todos los directores chinos que más pronto o más tarde acaban
por hacer una película de espadas, acrobacias y cuentos legendarios. Un género
que se conoce como wuxia. Hou Hsiao-Hsien
había escapado hasta ahora de esta tentación en la que cayeron todos los anteriores:
Zhang Yimou, Chen Kaige, Wong Kar Wai, Ang Lee. Pero con La asesina se ha unido a la lista de directores que buscan en el lejano
pasado imperial de China y en las historias de legendarios héroes su fuente de
inspiración. Que haya escogido un personaje femenino, la princesa Yinniang,
interpretada por su actriz fetiche Shu Qui, es lo mas sorprendente de un film
al que hay que acercarse sin ánimos de entender la trama política de lo que nos
cuenta. La asesina, un wuxia bressoniano, como lo ha definido
Philip Engel en Fotogramas, es muy
simple en su planteamiento: una joven princesa es adiestrada por una misteriosa
monja para asesinar a un tirano que domina una lejana provincia. Pero ella no
logra matarle al plantearse un dilema moral. Vale, con eso podemos seguir la
historia. Pero si pretendemos entender el contexto de quién es quién y por qué
es quien, seguro que nos perdemos. Así que lo mejor es dejarse llevar por la
belleza de esta asesina vestida de negro que vuela por los bosques y las
montañas y sobre todo dejarnos llevar por la belleza de los paisajes en los que
sucede la acción, los palacios en los que se encierra y el vestuario de sus
habitantes. Es tan hermoso que uno se olvida de intentar averiguar por qué la
princesa tiene que matar al tirano. ¿Qué más da?
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