La idea del No
Lugar se aplica en antropología y en urbanismo a esos espacios que no
forman parte de la historia, que están fuera, al margen
En realidad los No Lugares,
tal como los define el creador de la idea, Marc Augé, no son exactamente los
que yo intento reflejar en este entrada del Blog. Porque para Augé, los No
Lugares son espacios donde el anonimato del individuo se funde con el anonimato
de la colectividad: aeropuertos, centros comerciales, parkings, carreteras y
autopistas. Nada de eso existe en las dos películas que me parecen las más
interesantes de esta semana, ni en el libro que acabo de leer. Pero, ¿no son en
realidad No Lugares, los espacios dibujados en ellos? Bueno, que cada uno
decida.
La trama fenicia, Wes Anderson
Wes Anderson es un nombre
recurrente en este blog. Creo que he hablado de casi todas sus películas, no de
todas, porque hay algunas que no me gustan. Pero es cierto que en la mayoría he
encontrado cosas interesantes. De la última, Asteroid City, escribí: “La rareza de Anderson es contagiosa en su
alegría y en su ingenuidad. También en su inconfundible capacidad de crear
imágenes kitsch, apasteladas, artificiales, en las que se enmarcan sus
historias, siempre corales, sin centro, sin aparente motor. A veces le salen
pequeñas maravillas como Fantástico Sr Fox o Moonrise
Kingdom, otras resulta menos acertado, El Gran Hotel Budapest o La
crónica francesa, pero siempre está lleno de imaginación. Su nuevo
artefacto, Asteroid City, es para mí, una de las mejores.” Este
párrafo me sirve para explicar porque su nuevo trabajo, La trama fenicia, es algo diferente a sus anteriores películas. Es
menos rara que las otras, cuenta una historia con principio y final; las
inconfundibles imágenes de Anderson han perdido los colores pasteles, para
entrar en los colores ocres, verdes y grises; deja de ser coral y tiene un
único y auténtico protagonista, el inmortal magnate Zsa-zsa Korda, bien
acompañado de su hija monja y de un extraño secretario. Esto es lo diferente,
lo parecido es el tono entre el humor, la crítica, el artificio, y la falta de
realidad (no de verosimilitud). Lo parecido es el tipo de cine que lleva
haciendo Anderson desde sus primeros trabajos, acercándose a personajes y
colectivos que están fuera del tiempo. Fuera de lugar. Habitantes de
No-Lugares. Rodada completamente en los estudios Babelsberg, el film nos cuenta
“una oscura historia de espionaje con una relación padre-hija en su núcleo”.
Una película de aventuras, venganza y familia que en cierto modo la emparenta
con Life Aquatic, realizada 20 años
antes. Si en aquella historia el azul y el agua eran dominantes, en esta nueva,
el amarillo y el verde son los (no) espacios donde Zsa-zsa Korda vive y muere
continuamente. En realidad la historia no interesa demasiado pero sirve de
MacGuffin: una trama de poder y dinero, corrupción y traiciones, intentos de
asesinato, crisis de fe y personajes que no son lo que aparentan. Todo servido
de la mano de un Benicio del Toro encantado de morir y resucitar continuamente,
de la revelación del rostro de Mia Threapleton,
hija de Kate Winslet, y de un pelirrojo encantador Michael Cera. Al
fondo de la escena, el desfile de cameos imprescindibles: Tom Hanks, Scarlett
Johansson, Benedict Cumberbatch, Brian Cranston, Mathieu Amalric… Acabo este
texto como acababa el de Asteroid City:
“A Wes Anderson lo adoras o lo detestas. Yo, casi siempre, lo adoro”.
Si yo pudiera hibernar, Zoljargal Purevdash
Este film mongol dirigido por
una mujer de nombre imposible, sucede en un No Lugar por excelencia: los
suburbios de chabolas de una gran ciudad, en este caso Ulan Bator. Yo creo que
toda Mongolia es un No Lugar, deshabitado, vacío, y paradójicamente,
contaminado. Uno de los países más grandes del mundo, con una densidad de 2
habitantes por km2, que se transforma en 296 habitantes por km2 en la capital
Ulan Bator, una de las más invivibles del mundo. Es en este espacio suburbial
donde vive una familia en una yurta plantada en el patio de una pequeña casa.
En esta yurta helada, el frio pude llegar a los 30 grados bajo cero durante
días y días, sobrevive una madre viuda y alcohólica con sus cuatro hijos. El
mayor Ulzii, un chico de 14 años, es un prodigio para la física. Él y sus dos
hermanos pequeños, acuden a la escuela en la ciudad mientras su madre intenta
encontrar trabajo. Pero los habitantes de los no lugares son a veces no
habitantes y la mujer, cansada y superada por las circunstancias, decide
alejarse de esa yurta y esa ciudad y volver al campo. Es entonces cuando Ulzii
debe tomar una decisión. El argumento no es tremendamente original, lo que es
original es el espacio donde sucede, y las soluciones que sugiere. Eso es lo
que hace de este film mongol, suave en su dureza, solidario en su
individualismo, una propuesta que escapa de los lugares más comunes para
habitar un No Lugar cinematográfico.
La muy catastrófica visita al
zoo, Joël
Dicker
Los zoológicos son también en
cierto sentido No Lugares. No lugares para los animales que viven en ellos
fuera de sus hábitats; no lugares para los visitantes que al verlos se colocan
en un espacio fuera de su entorno cotidiano. Que conste que soy una defensora de los zoológicos. En una entrada
de este blog del 19 de octubre del 2019, contaba una visita al Zoo de Madrid
donde lo dejaba muy claro: “Aprovechando que estaba en Madrid, hice una cosa
que hacía mucho tiempo quería hacer: ir al Zoológico. Me sorprendió como
sorprendió a todos los que estaban conmigo que quisiera ir al Zoológico. Parece
que nadie va al Zoo en estos tiempos. Nadie adulto, quiero decir, porque niños
había montones y era extraordinario verlos descubrir que el ¡Rey León está
vivo! No entiendo la manía que les ha entrado a los progres en contra de los
Zoos. Si entiendo que se quiera acabar con Zoos insalubres para los animales,
con espacios pequeños y descuidados, pero si el Zoo está bien y los animales
tienen espacio y pueden vivir en buenas condiciones, es una fuente de placer,
de alegría y sobre todo, para los niños, de contacto con la naturaleza
que está tan lejos de su vida cotidiana.” Por eso el nuevo libro de Joël Dicker
(también soy fan de este escritor suizo) me llamó inmediatamente la atención.
Lo que no podía imaginarme es que me iba a encontrar con un libro divertido,
lleno de hallazgos de lenguaje, con una trama encadenada que parece un collar
de catástrofes protagonizada por un grupo de niños de siete años y narrada en
primera persona por Joséphine, una niña que intenta explicarles a sus padres
“la muy catastrófica visita al zoo”. No me resisto a copiar el razonamiento de
Joséphine antes de empezar a contarles a sus padres lo sucedido, mientras se
come pequeños trocitos de bizcocho de zanahoria. No es un spoiler, está en las
primeras páginas: “Mis padres querían explicaciones, pero para explicárselo
todo había que explicar que la catastrófica visita al zoo pasó por culpa de la
catastrófica función del cole que pasó por culpa de la catastrófica obra de
teatro que pasó por culpa de la catastrófica visita de Papá Noel que pasó por
culpa del catastrófico Santa Plas que pasó por culpa de la catastrófica clase
de seguridad vial que pasó por culpa de la catastrófica clase de gimnasia que
pasó por culpa de la catastrófica presentación en el salón de actos que, a su
vez, pasó por culpa de una catástrofe inicial.” Si quieren saber los porqués de
todas estas catástrofes les invito a vivirlas de la mano y el lenguaje de
Joséphine que acaba asumiendo que hará “un propósito de merienda”.
El regalo de esta semana es un
león/oso en un no lugar.
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