La palabra oscuridad tiene muchas definiciones en el Diccionario de la RAE.
Falta de
luz para percibir las cosas.
Lugar sin luz, o con luz muy escasa.
Falta de luz y conocimiento en las facultades intelectuales o espirituales.
Falta de claridad en lo escrito o hablado.
Carencia de noticias acerca de un
hecho o de sus causas y circunstancias.
Bajeza en la condición social.
Las cinco definiciones se
dieron la mano el lunes en lo que llamamos “El Gran Apagón”. La falta de luz para percibir las cosas
en cuanto se hizo de noche y todavía mucha gente seguía a oscuras; Lugar sin luz o con luz muy escasa, todo
el territorio en cuanto anocheció y en las tiendas desde que empezó el apagón; Falta de conocimiento en las facultades intelectuales
o espirituales, las que dieron nuestras autoridades balbuceantes durante
toda la jornada; Falta de claridad en lo escrito o hablado, nadie entendía
las primeras cosas que se dijeron. Carencia de noticias acerca de un
hecho o de sus causas y circunstancias, lo
que nos tocó sobrellevar, ayudados por la radio que fue el instrumento de
tranquilidad y de comunicación ante la no comparecencia de nadie que diera una
explicación; Bajeza en la condición
social, esta, por suerte, solo se dio en los que mandan: la ciudadanía se
comportó con una dignidad y un civismo asombroso, dando pruebas de una madurez
que no se merecía ser tratada como si fuéramos niños que no entendemos nada. Si
tuviste la suerte de no estar en un tren, un ascensor o un atasco, si no eras
un enfermo que necesita asistencia de máquinas conectadas a la red, si estabas
tranquilo por tus hijos, el día se vivió de una manera serena, incluso festiva.
No tener Internet dejó a todos sin la posibilidad de trabajar, pero también
provocó que no nos pudiéramos comunicar con nadie. Eso fue lo más angustioso de
sobrellevar, ¿dónde estarán mis hijos, mis amigos, mis padres? La gente salió a
la calle, hablaba, compartía, esperaba. Poco a poco sentimos que las cosas
empezaban a arreglarse. La luz iba volviendo lentamente y nosotros nos dejábamos
llevar por el no “tener que hacer” nada en concreto. En algún momento volvió el
recuerdo de los días de confinamiento de la pandemia, pero entonces al menos
podíamos hablar unos con otros. Fue un día raro, muy raro. Y aunque se empiezan
a dar algunas explicaciones técnicas, nadie en el gobierno ha asumido la
responsabilidad de nada: como siempre, la culpa es de otro.
(Aprovecho
para recordar que en el blog he hablado de dos series y una película que tienen
mucho que ver con lo que sucedió el lunes. Si alguien quiere leerlos son estos:
El colapso Filmin, 25 julio 2020; Apagón, Movistar, 21 octubre 2022; Dejar el mundo atrás, Sam
Esmail, Neflix, 16 diciembre 2023)
La buena letra, Celia Rico Clavellino
No he podido evitar empezar
esta entrada hablando del apagón, porque, además, enlaza con el estreno de la
semana que más me ha gustado: La buena
letra de Celia Rico. El film de Celia no es oscuro, pero si habla de un
lugar donde falta la luz. La luz para ver, en una España de posguerra apagada y
silenciosa, en la que la gente se encerraba en las casas y en sí misma para
preservar la luz interior que cada uno llevaba dentro. Unos más que otros. Ana
más que Tomás, Isabel más que Antonio, la nieta más que la abuela. La buena letra está basada en una novela
de Rafael Chirbes, pero es una película de Celia Rico. Aun siendo muy diferente
en el tiempo, Celia sigue hablando de lo que pasa en el interior de una casa,
de sus zonas de luz y sus zonas de sombra, de familias en las que las mujeres
son centrales, aunque en este film haya también hombres. Ana es la madre, la
esposa, la cuñada, Ana es el alma de esa casa en un pueblo del interior de
Valencia iluminado por bombillas que apenas dan luz. Ana es la que conserva las
tradiciones, la que guarda el secreto de la continuidad que enlazará el pasado (la
abuela) con el futuro (la hija). Ana tiene buena letra, por eso asume el papel
de escribir las cartas que supuestamente envía su cuñado Antonio a su vieja
madre. En esas cartas, Ana vuelca su imaginación, sus deseos, sus frustraciones
y anhelos. Y cuando el auténtico Antonio vuelve, Ana se siente despojada de ese
otro yo. Ana no quiere al Antonio real: Ana es el Antonio imaginado. Por eso no
soporta la presencia de Isabel. Isabel es la otra cara de la moneda de las
mujeres en esa España sin luz. Isabel es moderna, quiere hacer las mismas cosas
que los hombres, se pone pantalones. No está dispuesta a quedarse en la cocina.
Pero sobre todo Isabel le ha robado a Antonio. Celia cuenta con una delicadeza exquisita
esta historia de silencios y zonas de sombra con rayos de luz que se cuelan por
las ventanas. Convierte una novela introspectiva y epistolar, narrada en
primera persona por la voz del pensamiento de Ana, en una película de miradas,
de objetos, de pequeños detalles, de puntadas de una costura, (Celia y la
costura están muy unidas) que va dibujando el paisaje interior de una
mujer que vio como la oscuridad se cernía sobre ella, y consiguió combatirla
con la palabra escrita.
( Al escribir este texto me he dado cuenta de la estrecha relación que tiene La buena letra con El espíritu de la colmena de Víctor Erice. Allí también hay una mujer que escribe cartas en una casa silenciosa durante los años más duros de la posguerra. Pero lo que en el espíritu de Erice era dorado, en la película de Celia es azul y blanco.).
EL RINCÓN DE LAS
SERIES
La
agencia, Sky
Showtime
Cuando
empecé a ver La agencia, sentí que ya
la había visto. ¡Claro! Era Oficina de
infiltrados, la serie francesa de Eric Rochant que protagoniza Mathieu
Kassovitz y que se puede recuperar en Movistar+. Pero, entonces, que hago, ¿Veo
el remake americano producido por George Clooney, dirigido por Joe Wright y
protagonizado por Michael Fassbender? Si, lo veo, porque me interesa comprobar
como la han hecho suya. La primera diferencia es la agencia. Aquí se trata de
la oficina de la CIA en Londres encargada del servicio de infiltrados en todo
el mundo; la segunda es el país en conflicto, Siria en la francesa, Sudán y
Bielorrusia en la americana; la tercera es la introducción de la Guerra en
Ucrania y un problema con un agente secuestrado en Bielorrusia que atraviesa
los 10 capítulos de la serie. En cuanto a las similitudes, son importantes. Martian/Paul,
debe salir de Sudán dejando atrás una mujer a la que quiere profundamente,
Samia; Malotrou/Paul, debe salir de Siria dejando atrás una mujer a la que
quiere profundamente, Nadia. Los dos tienen una hija adolescente que les
cuestiona e intenta comprenderlos. Los dos juegan un papel decisivo en la
oficina con estrechas relaciones con sus jefes: Richard Gere en una, Jean
Pierre Darrouisin en la otra. En las dos hay una trama paralela, la de Danny y
Marina, jóvenes agentes entrenadas para infiltrarse en Irán. Pero lo mejor de
ver este remake no es su actualización a los tiempos que corren (la francesa se
rodó en 2015, durante el conflicto en Siria y esta se ha rodado en plena guerra
de Ucrania) sino la forma en que está planificada la serie, con una frialdad
robótica de tonos azules y grises. Fassbender rodó esta serie un año antes de
meterse en la piel del espía George Woodhouse de Confidencial. Seguro que su papel como el sufrido Paul/Martian le
sirvió para encontrar el tono frío y falto de empatía del film de Soderbergh.
El regalo
de esta semana es una imagen de luz en la oscuridad
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