Esta
semana no hay grandes estrenos que reseñar. O si, porque hay uno muy especial
que merece la pena no pasar por alto. El reestreno, casi con carácter de
estreno, de El mundo sigue, de Fernando Fernán Gómez.
Fernán
Gómez era un actor único por su físico y su voz; era también un director muy
heterodoxo que se topó una y otra vez con distintas censuras, no siempre
políticas, a veces simplemente mentales o comerciales, que convirtieron su
filmografía como realizador en un continuo Guadiana. Desde su debut con la
inclasificable Manicomio en 1954, sus
películas corrían siempre una suerte extraña. Pero ninguna tan extraña como la
de El mundo sigue y El extraño viaje. Aunque lo más extraño
de todo para seguir con la palabra, es que las pudiera seguir haciendo a pesar
de que no se estrenaban y cuando lo hacían eran maltratadas por la crítica y
olvidadas por el público. Pero él seguía, con la ayuda de algunos fieles amigos
que colaboraban con él. Y menos mal que siguió sin rendirse porque si no fuera
por eso no podríamos disfrutar de algunos de los mejores títulos del cine
español.
Habría
que hacer una revisión del concepto que se tiene sobre el cine español del
franquismo. Seguramente nos llevaríamos muchas sorpresas inesperadas en películas
que la critica oficial consideraba despreciables e indignas de existir y la
crítica de izquierdas (que la había y era tan intolerante como la otra)
consideraba poco valiosas para la causa. En ese terreno se mueve casi toda la
filmografía como director de Fernán Gómez, entre un cotidianismo, término que él mismo inventó para diferenciarse del
neorrealismo y una comedia absurda, negra y surreal. Es el tono del díptico de
la pareja, La vida por delante, 1958 y La
vida alrededor, 1959, que sin perder el humor se enfrenta a la dificultad
de construir una vida en una España que aun no había llegado al desarrollo.
Pero sobre todo es el tono de El extraño
viaje, 1965, una de las obras fundamentales del cine español con ese crimen de Mazarrón contado en clave de
comedia negra y momentos delirantes, (el pase de modelos de Carlos Larrañaga),
que hicieron que el film fuera incomprendido por todos.
Dos
años antes de hacer El extraño viaje,
Fernán Gómez rodó El mundo sigue, adaptación
de una novela de un escritor cuyo nombre se consideraba gafe entre los
intelectuales de los cafés madrileños. Fernán Gómez lo sabía y nunca aludía a
él por su nombre sino por el mas sencillo Zeta Zeta. Era un riesgo meterse con
esa novela dura que retrataba una España miserable más moralmente que
económicamente en la que dos hermanas enfrentadas, espléndidas Gemma Cuervo y
Lina Canalejas, representaban dos mundos opuestos, no necesariamente asociado
el bueno a la buena y el malo a la mala. No hay en esta historia ni un gramo de
humor o un resquicio por donde escapar. Todo es sórdido, no hay un solo
personaje, la madre quizás, que sea digno de ser salvado. La España que se
modernizaba con los planes de desarrollo y los primeros bikinis convivía con
una España cerrada y ultraconservadora incapaz de aceptar cualquier cambio. Cuenta
la leyenda que el primer día que llegó al rodaje una jovencita Pilar Bardem
dijo en voz alta el nombre del gafe y Fernán Gómez exclamó: “no estrenamos”.
Fuera por eso o por otra cosa, el hecho es que la película no se estrenó hasta
dos años más tarde. Un 10 de julio, en Bilbao. Ahora hace 50 años. El mundo
sigue, de eso no cabe la menor duda y ahora, gracias a la distribuidora A
contracorriente, podemos conocer esta película que es como un puñetazo
en el estómago.
2
Un
deseo personal. No he vuelto a ver algunas películas de Fernán Gómez de las
consideradas “menores”. Manicomio,
1954, El malvado Carabel, 1956, La venganza de Don Mendo, 1961, Los Palomos, 1964, Crimen imperfecto, 1970. Desde aquí le pido a la plataforma Filmin
que intente recuperarlas si es posible. Estoy segura que muchos de los nuevos
directores de ese cine español de low cost, se quedarían de piedra ante el
inconformismo formal y moral de algunas de estas películas.
3
Un
pequeño y pertinente texto de Fernán Gómez en El tiempo amarillo.
“Ha
salido a relucir lo del Estado y el individuo. Eso era lo que a mí me parecía
mal de lo que predicaban –me predicaban–
mis amigos comunistas. Un Estado
fuerte. Era necesario un Estado fuerte. Por tanto –pensaba y oponía yo–, unos
ciudadanos débiles. No había conseguido apartar de mí –no lo he conseguido
todavía– la idea de que el Estado es enemigo de los individuos. Y que si los
gobiernos al recibir el encargo de gobernar la nave del Estado no se dedican
tenazmente a domeñar a los individuos, a sojuzgarlos, a perseguirlos, no podrán llevar la nave a lo
que para los intereses de los privilegiados se supone que es buen puerto.”
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