La policía siempre está en el
punto de mira de la sociedad. La necesitamos, pero no nos gusta. Queremos que
nos defiendan y nos cuiden, pero cuanto más lejos estén de nosotros, mejor. En
realidad somos muy hipócritas. Sobre todo en sociedades democráticas. Es evidente
que el papel de la policía durante las dictaduras (la franquista sin ir más
lejos) cumple una función represora al margen de su trabajo como protección
contra el delito. Eso justifica que durante esos años intentáramos mantenernos
lo más lejos posible de los grises y procuráramos evitar pasar cerca de Vía
Layetana en Barcelona o La Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol
en Madrid. Con la consolidación de la democracia, la presencia de la policía en
nuestras vidas se fue normalizando, aunque aún nos quedan resquemores muy
profundos que yo, al menos, intento olvidar. La primera vez que fui consciente
de que la policía era otra cosa fue cuando vi una manifestación de policías,
mossos y guardias civiles reivindicando sus derechos y cantando La Estaca de Lluis Llach. No sé qué pensaría
el independentista cantautor de esto, pero a ´mí me puso de pronto frente a la
realidad: la policía había cambiado. Como debe ser. A esa normalización ha
contribuido y mucho, la ficción tanto en cine como en televisión o en
literatura, que ha encontrado en el colectivo uniformado una de las fuentes más
fructíferas de argumentos.
Todo esto viene a cuento
porque esta semana se estrena una importante película danesa de policías que
ahonda en uno de los temas claves de la
realidad y la narrativa de este género: la brutalidad policial, tan presente en
las primeras páginas de los diarios, sobre todo en Estados Unidos, donde se
entremezcla de manera malsana y conflictiva con un racismo rampante y un
enfrentamiento de clases entre ricos y pobres, no siempre asociados a
blancos/ricos y negros/pobres, aunque esa sea la simplificación más repetida.
Shorta. El peso de la ley
La película se titula Shorta. El peso de la ley y es la opera
prima de dos jóvenes directores daneses. El film se abre con una secuencia que
recuerda el caso de George Floyd; un detenido, Talib Ben Hassi, gritando que no
puede respirar. A partir de aquí, el protagonismo recae en dos policías que tendrán
que pasar un día juntos. Uno de ellos es racista y prepotente, un claro ejemplo
de un policía de derechas;
el otro es callado, reservado, idealista. El primero es fiel al cuerpo: hay que
protegerse entre compañeros; el segundo, testigo de la detención ilegal del
joven negro que muere en prisión, se debate entre la lealtad al cuerpo y la
honestidad de su conciencia. Juntos integran una bomba de relojería que
explotará cuando se metan imprudentemente en un barrio marginal, un gueto de
inmigración musulmana. La historia
arranca de verdad cuando entran en ese laberinto no solo de calles también de
sensaciones y de emociones, donde quedarán irremediablemente atrapados. Porque
en ese viaje al fondo de esa noche de pesadilla, Hoyer, el más decente y
Andersen, el más brutal, se van a ver arrastrados a una experiencia que les
cambiará para siempre. Todo empieza cuando detienen injustificadamente a Amos,
un chico sospechoso, coincidiendo con la noticia de la muerte de Talib en la
comisaria que desata una ola de violencia en las calles. Los tres, juntos o
separados, transitarán de un punto a otro físico intentando salir de esa
ratonera, y emocional, pasando de la confianza al miedo, de la certeza a la
duda. Y es ahí donde Shorta deja de
ser solo una película sobre la policía para convertirse en una reflexión sobre
los prejuicios (de la policía respecto a los jóvenes sin futuro que viven en
esas zonas marginadas; de los habitantes de los guetos respecto a la policía) y
convertirse en un film que nos obliga a pensar en nuestro propio
comportamiento. Los directores lo resumen muy bien cuando dicen: “Para
nosotros, Shorta. El peso de la ley
no es una película política, sino que habla sobre la gente. Nuestro objetivo no
es defender ni criticar, sino intentar comprender qué hay detrás de los actos y
de la visión del mundo que tienen las personas. Hablamos de unos jóvenes
desfavorecidos y enfurecidos, privados de su derecho de acceso a la vivienda,
jóvenes que se sienten demonizados e incomprendidos, así como de policías con
exceso de trabajo y mal pagados que también viven una situación difícil.” Una combinación
explosiva que se repite en cualquier ciudad de Europa, incluidas las nuestras. Lo
mejor de todo es que, además, Shorta es
una película de género que juega muy bien sus giros narrativos y que mantiene
la expectación hasta el final.
Si hablamos de policías,
tenemos que hablar de Line of Duty,
una de las mejores series sobre la policía que se han hecho nunca. La verdad es
que me ha sorprendido comprobar que no había hablado de ella en el blog, cuando
es una de las que más me gustan y lleva nada menos que 6 temporadas y 36
episodios desde su estreno en el 2012. Line
of Duty, término que significa literalmente Cumplimiento del Deber, es una serie inglesa, ambientada en una
ciudad no identificada. Sus protagonistas forman parte de una unidad policial
dedicada al control de asuntos internos, es decir la policía de la policía. Los
tres personajes principales son los investigadores Steve Arnott y Kate Fleming
y el jefe Ted Hastings. Su trabajo es ingrato; vigilar a sus compañeros, acusarlos
si es necesario y luchar contra la corrupción que se extiende por todo el
cuerpo de policía como una lacra. Un caso sin resolver recorre las seis
temporadas avanzando de una a otra al mismo tiempo que en cada una de ellas se
enfrentan a un nuevo problema. Basada en investigaciones sobre el trabajo de la
AC-12, la unidad anticorrupción de la policía británica, Line of Duty combina la
ficción y la realidad con una gran dosis de verosimilitud. No podemos imaginar
la serie sin su trío protagonista, pero al mismo tiempo hay que reconocer que
es imposible sentir empatía por ellos. Ni Steve ni Kate ni el jefe Hastings son
perfectos y transparentes, los tres esconden muchas cosas que lastran su
trabajo irremediablemente, Pero juntos son implacables y aunque no te caen bien,
no puedes dejar de seguirlos y querer saber más de ellos, sus relaciones, su
vida y su trabajo. Line of Duty se
puede ver entera en Movistar y en Netflix están
cinco de las seis temporadas.
EL RINCÓN DE LA RAREZA
Karen
No tiene nada que ver con policías, ni con problemas de actualidad. Pero no quería dejar pasar la oportunidad de hablar de Karen, sugerente película de María Pérez Sanz. La Karen del título es Karen Blixen, es decir la escritora Isak Dinesen, en sus últimos días en África. Esta Karen que habla en castellano, se mueve por un paisaje extremeño poblado de vacas, acompañada siempre de su fiel criado y amigo Farah Aden, es una figura casi abstracta, volátil, ligera, encarnada en una Christina Rosenvigen poseída por el espíritu de la escritora sin dejar de ser ella misma. Karen dura solo 65 minutos en los que acompañamos a esta mujer y su criado en un deambular por los campos de los que se está despidiendo, reflexionando sobre el fracaso de su empresa africana que sin embargo será la matriz de su éxito como escritora. La cotidianidad de los gestos, la belleza inesperada del lugar, la creciente complicidad entre los dos únicos personajes, se van colando poco a poco en el espectador, llevándole hacia un terreno muy alejado de cualquier realidad. Karen es un experimento delicado, minimalista que sentimos como un soplo de aire fresco. Para mi ha sido un pequeño descubrimiento que, además, me ha despertado el deseo de volver a leer a Isak Dinesen desde la imagen de Christina Rosenvigen.
El regalo de esta semana es un
dibujo feliz y lleno de luz, que le gustaría a Karen y nos compensa de tanta
policía.
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