Esta
semana se han estrenado dos películas importantes. Dos de esos títulos que
estarán en todas las listas de mejores films del año. Son dos películas que no
se parecen en nada y sin embargo… Sin embargo tienen algunas cosas en común,
elementos que las hermanan. Primero, las dos miran como referente directo e
inmediato a clásicos de la historia del
cine; segundo, las dos hablan de hijas perdidas; tercero, ambas tienen una calidad pictórica indiscutible.
Hasta
aquí lo que las relaciona. A partir de aquí hay que hablar de cada una por
separado.
Jauja, de Lisandro
Alonso.
Jauja es un film
hermoso, reflexivo. Una historia de pocos personajes, uno en realidad,
ambientada en los grandes espacios
abiertos de la Patagonia, que sin embargo se hacen claustrofóbicos a causa del
formato cuadrado que los oprime sin dejarlos respirar. Jauja cuenta una búsqueda, una quête
que dirían los trovadores (y algo tiene
de leyenda artúrica esta aventura solitaria). Estamos en 180…. Un destacamento
militar, un capitán danés, su hija. La hija desaparece, el capitán decide ir a
buscarla hasta el fin del mundo si hace falta. Y ahí empieza este viaje hacia
el infinito, emprendido por un hombre con los rasgos de Viggo Mortensen. Un
viaje que le adentrará en territorios desconocidos no solo físicos, también
mentales. El padre en busca de esa hija que no sabemos si ha sido raptada o ha
huido, se encontrará completamente solo. Y en una secuencia inolvidable en una
cueva chamánica, descubrirá que es lo que está buscando. Todo encerrado en ese
cuadrado iluminado por Timo Salminem, un hombre del frío norte (Finlandia) que
entiende muy bien el frío sur (Patagonia). Jauja
es una aventura del tiempo, del pensamiento, del futuro. ¿Y el referente? Lo
han nombrado en todas las críticas y textos sobre el film: Centauros del desierto, de John Ford.
Camino de la
cruz,
de Dietrich Brüggemann
Camino de la
cruz
es un film hermoso y doloroso. La historia de una adolescente, María, tan
perdida como la hija del capitán. Pero a María no la busca nadie. Más bien la
expulsan de la vida. La conducen como un cordero al matadero, como se condujo a
Cristo a la cruz. Catorce planos fijos sirven para contar las catorce
estaciones del asesinato de María a manos de la intransigencia católica mas
furibunda. Catorce planos fijos en los que, al contrario de los espacios
abiertos y claustrofóbicos de Jauja, todo respira y se mueve en torno a una
María que siempre está en el centro de la imagen polarizando la mirada hacia
ella. Cada plano fijo es una aventura para el espectador. Una aventura de
tristeza ante el rigor insostenible de esa familia ultramontana, de esa madre
asesina, de ese seminarista sin sentimientos, de ese padre ausente. María no
encuentra salida mas que en Bernardette,
una chica francesa que le ofrece un cierto aliento. Pero ya es tarde, María ha
elegido el camino de la cruz y no lo dejará.
El referente inmediato de este film extraño y fascinante es Ordet de Dreyer. También aquí hay un
milagro, pero es un milagro sin esperanza. Lo que hace que la vida de María sea
tan dura es la extraña combinación entre el catolicismo mas feroz y
preconciliar y un entorno dominado por la austeridad calvinista. La fe católica
en los países mediterráneos se vive con mas esplendor, con mas boato. La culpa
siempre se perdona. En el mundo en que vive Angela Merkel del que ha surgido el
austericidio de Europa, la alegría está condenada a la hoguera. No hay refugio en ninguna parte. Camino de la cruz crece, crece y crece, a medida que María se
adentra en sus estaciones hasta conseguir que el espectador que la mira, se
sienta parte de ese retablo contemporáneo de un martirio de los tiempos
modernos.
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