(dos arbolitos de Ramon para celebrar la entrada de año)
Los
estrenos de esta semana son tan penosos que no vale la pena hablar de ellos
(aclaro una cosa: no he visto Musarañas,
la única película que seguramente merecía ser reseñada). Por eso esta última crónica del año 2014 va a
ir de… películas de Navidad.
El
día de Navidad por la tarde, decidimos hacer una sesión acorde con la
celebración. Vimos primero ¡Qué bello es
vivir! de Frank Capra y luego, La
historia interminable de Wolfgang Petersen sobre el libro de Michael Ende.
Fue
una tarde muy reveladora. Toda la vida había pensado que el film de Capra era
una película positiva que hablaba del valor de la solidaridad entre las gentes.
Pero en esta última visión me di cuenta de que en realidad es una historia
terrible. El personaje de James Stewart, George, se pasa toda la película intentando irse de
ese pueblo, hacer algo con su vida, estudiar arquitectura, crecer en algún
sentido. Y nunca lo consigue. Cuando no es su padre, es su hermano, o su mujer
y esos cuatro hijos que sin darse cuenta
tiene en su casa; cuando no es una cosa es otra. El caso es que Georges nunca
consigue su sueño. Nunca sale del pueblo y se ve obligado a vivir en la
frustración, haciendo un trabajo que no le gusta para unos vecinos que no se lo
agradecen en ningún momento. Cuando Georges explota y decide matarse, no lo
hace solo por el problema económico que le ha caído encima, lo hace mas que
nada porque ya no puede mas de la falsa vida que le han obligado a vivir. Lo
que el ángel sin alas Clarence le enseña al obligarle a dar un paseo por una
ciudad donde él nunca existió, es una especie de infierno tenebroso. Pero no
mas tenebroso que su propia vida antes de la crisis. Y al devolverle a la
realidad, lo que Clarence está haciendo es consolidar para siempre este
conformismo, este conservadurismo atroz de la vida de Georges que, de pronto,
se alegra simplemente de vivir, aunque sea a costa de todo lo que habría
querido hacer. Nunca me había dado cuenta de este lado tan reaccionario, tan
castrador. Renuncia a tus sueños. Es lo mejor que puedes hacer. En fin. Creo
que no volveré a pensar en ¡Qué bello es
vivir! como una comedia feliz. Es una tragedia.
Con
La historia interminable, me pasó
todo lo contrario. Recordaba la adaptación de Petersen como un film mas bien
aburrido. Y no lo es, para nada. Quizás sea porque el tiempo que ha pasado,
exactamente treinta años, hace que los efectos especiales tan primitivos y ese
dragón tan felpudo, que en su momento me parecieron bastante feos, hoy tengan
el encanto de una película antigua. Pero creo que es sobre todo porque la
historia interminable de Michael Ende cuenta y aboga justamente por todo lo
contrario de ¡Qué bello es vivir! Nunca
dejes de soñar, persigue tus sueños aunque sean inalcanzables; lucha contra la
nada, contra el vacío que todo lo corrompe y lo destruye. No te dejes engullir
por ella como hace el pobre Georges. La nada nos acecha por todas partes.
Nuestro propio reino de Fantasía está amenazado por la mezquindad, la estupidez,
la falta de emoción y de curiosidad. Como Atreyu, como Bastian, tenemos que
salvar la emperatriz infantil que todos tenemos dentro para conseguir que la
grisura de un entorno absolutamente mediocre no nos consuma y nos haga desaparecer.
Ver
juntas las dos películas fue una lección
de vida. Navidad, a veces te da esos regalos.
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