(un paisaje de Ramon que podría servir de fondo a A esmorga)
Algunas
de las sorpresas que te da el ir a ver
una película sin saber nada de ella, es encontrarte con una historia que de
repente te suena a conocida. “Esto ya lo he visto, aunque era diferente”. Es lo
que me pasó con A esmorga, el film de
Ignacio Vilar que se estrena este viernes. A
esmorga es una película gallega, basada en una novela de Eduardo Blanco
Amor, publicada en 1959. Su título se puede traducir por Parranda. Fue entonces cuando me acordé que, efectivamente, esa
historia la había visto hace muchos años en una película de Gonzalo Suárez que
se llamaba así: Parranda. Pero casi
cuarenta años no pasan en vano y esta parranda húmeda y brumosa no se parece al
recuerdo que tengo del film de Suárez. Así que no voy a compararlas en ningún
caso.
Ciñéndome
a esta versión, probablemente más
literal que la otra, lo primero que destaco es su sequedad. ¿Cómo hacer de una
historia que pasa bajo la lluvia y la niebla, regada por todo tipo de líquidos
alcohólicos y preñada de sueños húmedos, un film seco? Es la gracia del
director y el trío de actores que ocupan la pantalla de principio a fin. Solo
una cosa le cuestiono a esta historia de destrucción, a este viaje al final de
la noche ambientado en una Galicia rural en los años cincuenta: la música. En
una aventura tan destructiva como ésta, con unos actores que rozan la
teatralidad sin caer nunca en ella, con una voluntad de ser realista, pero no
naturalista y una falta absoluta de sentimentalismo, la música del piano me
saca un poco del mundo de este trío suicida que pasa por la vida dejando un
rastro de caos.
2
El
estreno de A esmorga y de Las altas presiones me hacen constatar
la salud del cine gallego en este año 2015. Hace años ya, desde que Jorge Coira
sorprendió con 18 comidas, que el cine
gallego está llamando a la puerta del cine español. Es una excelente noticia
constatar que en una sociedad plurinacional y pluricultural como la española,
existen focos de creación potentes como el catalán, el vasco, el gallego o el
andaluz. Es la mejor prueba de la riqueza de un país que tiene la inmensa
suerte de tener cuatro idiomas distintos y cuatro miradas (o mas) sobre la
realidad. Esta riqueza no tiene nada que ver con nacionalismos o
independencias, y mucho menos tiene que
ver con un afán uniformador y centralizador.
Es la prueba de que España es un pueblo formado por muchos pueblos que
en su interrelación se enriquecen unos a otros. Que en Euskadi se hagan películas como Loreak o El negociador; que Catalunya produzca films como Murieron por encima de sus posibilidades
o El cami mes llarg per tornar a casa;
que Extremadura nos sorprenda con una historia como El
complejo del dinero o Andalucía cuente con directores como Alberto
Rodríguez, es la mejor noticia que podía tener el maltrecho y a veces poco
esperanzado cine español.
3
Unos
apuntes sobre Las altas presiones
y Camiños
de Bardaos de Ángel Santos. De Camiños
de Bardaos, un corto que habla de encuentros extraterrestres en un pequeño
rincón de Galicia, me gustó sobre todo la mirada sobre el paisaje. Pensé que ahí
había un buen localizador de caminos que tejen una extensa red de aterrizaje
para los ovnis que visitan Galicia desde la Edad Media. Y cual no fue mi
sorpresa al ver que el protagonista de Las
altas presiones es… un localizador. Curiosa coincidencia con un tema que
últimamente me ha ocupado mucho con el libro Scouting in Catalonia y la exposición que lo ha acompañado. En
este caso se trata de un localizador que
busca en la Galicia de ahora mismo paisajes industriales en ruinas mientras
intenta reconstruir la ruina de su propia vida. El contraste de la Galicia
rural y brumosa de A esmorga y la
Galicia urbana y luminosa de Las altas presiones,
es la mejor prueba de que un mismo escenario y una misma identidad cultural
produce un sin fin de historias diferentes.
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