Si algo explica el cine de Vicente Aranda es su lado físico, tangible.
Aranda hace, debería decir hacía, un cine que se toca, se huele, sobre todo
cuando habla de sexo, pero también cuando habla de otros temas (recuerdo El Lute y su miseria, o Tiempo de silencio y sus ratas). Aranda
era una rara avis en el cine español. Y merece ser revisitado, revisado y
reivindicado. Aranda se ha muerto a los 88 años. Era muy mayor, más de lo que
yo pensaba y más de lo que aparentaba hasta hace muy poco. No sé si en sus
últimos años conservaba el mismo humor y la fina ironía que le caracterizaba.
Pero en todo caso yo le recuerdo así. Divertido, inteligente, mordaz. Fue José
Luís Guarner el que nos presentó a Aranda al que le dedicamos un ciclo en la
Filmoteca el año 1979. Allí nació una amistad que se mantuvo durante muchos
años. Ya como crítica seguí sus rodajes muy de cerca, le hice varias
entrevistas y sobre todo hablé mucho de cine con él. Recuerdo especialmente el
rodaje de Libertarias, una película que él necesitaba contar. No le
importaba si era una buena o mala, tenía que contar aquella historia de su
infancia barcelonesa durante la guerra. Lo encontré muchas veces: un divertido
viaje a Moscú; en San Sebastián cuando presentó Si te dicen que caí; en Madrid siempre que Ramon exponía allí.
Ahora hacía mucho tiempo que no sabía nada de él. Por eso, quizás, no notaré
tanto su ausencia.
Si Aranda hacía cine físico en España, Doillon lo hace en Francia. Mis escenas de lucha su última película
y una de las pocas estrenadas en España donde no se veía nada de él desde Ponette en 2007, es la prueba de este
cine físico. Él y Ella empiezan peleando como un juego liberador y acaban haciendo el amor salvajemente,
luchando, confundiendo sus cuerpos en una mezcla de curvas y de sudores. No hace
falta más. En la crítica de la web de Fotogramas
he escrito: … un realizador que
consigue poner a flor de piel los sentimientos, descarnarlos de cualquier
sentimentalismo y dejarlos en el hueso. Doillon se acerca a sus actores,
explora su piel, su sudor, su aliento. La depuración de un estilo que empezó a
formarse cuando debutó en 1973, y que alcanza sus más altas cotas en títulos
como La Femme qui pleure, La Fille de quinze ans, Le Petit criminel o Ponette,
llega en estas escenas de lucha a una sublime fisicidad.
Doillon tiene ya 71 años. Pero igual que Aranda, sigue sin tener miedo a la carnalidad de los cuerpos y la descarnalidad de los sentimientos.
Doillon tiene ya 71 años. Pero igual que Aranda, sigue sin tener miedo a la carnalidad de los cuerpos y la descarnalidad de los sentimientos.
El camí més llarg per
tornar a casa
En este caso lo físico se muestra en esa incapacidad del protagonista para
resolver su problema. Tropieza una y otra vez. Y el perro pesa, pesa mucho.
Pesa físicamente y pesa anímicamente. Asistí a un pase de El
camí més llarg per tornar a casa hace un tiempo, cuando aun no tenia
distribución. Después de verla escribí a Sergi Pérez y Aritz Cirbian, director
y productor de la película. He vuelto a leer lo que les dije entonces y sigo pensando
que refleja muy bien lo que me produjo esta especial película.
La verdad es que la
película me gustó, aunque no sé si esa es la palabra adecuada para una historia
que te encoge el corazón. Me interesó mucho la manera de explicar la soledad y
el vacío sin decir nunca claramente que ha pasado, ¿esa herida, por ejemplo,
como se la ha hecho? Me dolió pero entendí la relación con Elvis, el perro. Él
no puede soportar lo que le pasa al perro. Pero el perro es él. Él que intenta
encontrar el camino de vuelta como hacen los perros cuando los abandonas. A él
le han dejado sin agua y sin comida y le han dado patadas. Pero vuelve. Como
Elvis.
El camí mes llarg per
tornar a casa es una de esa películas que abre puertas, o caminos aunque sean largos. No
se la pierdan. Sobre todo si tienen animales, da igual perros o gatos o lo que
sea y especialmente si han sufrido una pérdida reciente y aún se lamen las
heridas. Este camino es largo, pero ayuda a volver a casa.
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