(este
cuadro de Friedrich sirve para ilustrar los dos exilios: el romántico de Jonás
Trueba, que busca a las mujeres que se escapan; el mío en un camino hacia el exilio
interior)
Escribo
estas líneas la mañana del 11 de septiembre en Barcelona. Y nada me parece más
adecuado que el título de la nueva película de Jonás Trueba para representar en
cierta manera como me siento: Los
exiliados románticos, la exiliada romántica. La exilada interior. Han
pasado muchas cosas en este país y en esta ciudad. Y una de ellas ha sido la de
robarnos una fiesta que era de todos para quedársela solo unos. Otra ha sido la
de obligarnos a escoger entre A o B cuando en realidad lo que queremos es ser A
mas B e incluso más C. Entre unos y otros nos están llevando al exilio, romántico,
interior, pero exilio. Y paro porque no quiero seguir hablando de aquí y de mí,
sino de allí y de ellos.
El
día del pase de prensa en Barcelona de la película de Jonás me encontré con tres
comentarios recurrentes: es como Rohmer; es cine viejo; es como las comedias
madrileñas de los ochenta. No estoy de acuerdo con ninguno de esas tres ideas.
¿Rohmer?
No, para nada. Tanner, si. No podía ser menos llamándose Jonás que tenía 20
años en el año 2001. Pero Rohmer no, El cine de Rohmer es el de un hombre mayor
que mira a la gente joven con curiosidad, con cariño, con respeto, pero no
puede negar verlos en toda su sencilla estupidez (la Marie de El rayo verde sin ir más lejos). El cine
de Tanner, en cambio, no mira a sus personajes, los acompaña, los sigue. Cuando
rueda La salamadra Tanner tiene 39 años, Jonás rueda los exiliados con 33. Tanner es el referente de esta
película: Tanner y sus paseos junto al río, sus baños en el lago, sus
conversaciones en el parque. De todos modos yo creo que la película de Jonás en
realidad no hace referencia a nadie más que a sí mismo y sus gentes: las gentes
del cine, las que confunden el trabajo con la vida. Hay una conversación
absolutamente tanneriana en el film. Un viejo americano que acoge en su casa a
esa pandilla de adolescentes tardíos, reflexiona sobre el mal uso que se hace
de la palabra trabajo entendida como una maldición, una condena. Trabajar, el
trabajo, debería ser la vida, hacer lo que te gusta, hacer lo que sabes hacer. Disfrutar
con ello y poder vivir. Rodar una película entre amigos, en el caso de Jonás
Trueba.
En
cuanto a lo de cine viejo. Es un tema que da para mucho juego y puede ser
motivo de una larga discusión. ¿Es viejo este film porque piensa, habla, es
literario, culto, además de ser divertido, libre y espejo de una generación?
Sinceramente, creo que el concepto de viejo se puede aplicar más a otro tipo de
cine que reproduce miméticamente esquemas y maneras, historias e ideas ya muy
caducos, o que ya eran viejos cuando se consideraban nuevos. No quiero dar
ejemplos, pero si alguien los quiere se los cuento. Jonás utiliza los medios
que tiene a su alcance y hace la película que puede hacer. Eso es lo nuevo.
En
cuanto al empeño de una parte de la crítica en relacionar este film con la
comedia madrileña de mediados de los setenta y primeros ochenta, la que hacía
el Trueba uno, Fernando y las gentes de su tiempo, la verdad es que no creo que
tengan nada que ver. Jonás no hace comedia en el sentido clásico de la palabra,
sino otra cosa, –divertimento me parece mas apropiado (1)–, y mucho menos
madrileña. Luis E. Parés en el pressbook del film escribe una frase que
suscribo: todos suspiramos pensando que
si el cine vale la pena es por hacernos cruzar fronteras.
Eso,
cruzar fronteras, romperlas, no crearlas.
(1)
El divertimento es una forma musical que fue muy
popular durante el siglo XVIII,
compuesta para un reducido número de instrumentos. Los divertimentos solían
mostrar un estilo desenfadado y alegre. (de la Wikipedia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario