Imaginen una combinación entre
El señor de las moscas de William
Golding y El corazón de las tinieblas
de Joseph Conrad. Piensen en el rodaje extremo de Deliverance de John Boorman o Apocalypse
Now de Coppola. Y coloquen el resultado en un paisaje impresionante y
peligroso, misterioso y arcaico en dos variantes: la del altiplano andino y el
de la selva amazónica. Esto es más o menos Monos, uno de los mejores films latinoamericanos dirigido
por el colombiano Alejandro Landes. Monos
es la historia de un grupo de soldados paramilitares que se entrenan en un
paraje salvaje de la alta montaña. No sabemos dónde estamos, no sabemos quiénes
son, no sabemos porque luchan. No hace falta. Son universales, son casi niños.
Se trata de ocho adolescentes obligados a una disciplina férrea ejercida por un
instructor al servicio de La Organización. Este grupo de monos tiene dos
funciones: cuidar de una vaca lechera, fundamental para la causa y vigilar a
una doctora secuestrada no se sabe para qué. La primera parte de la película
sucede en medio de este paisaje donde falta el oxigeno y la vida todavía puede
parecer un juego. Pero cuando las cosas se complican por su propia estupidez,
los monos se ven obligados a huir y se refugian en la selva donde su precario vínculo
emocional y vital se resquebraja y todo comienza a desmoronarse entre ellos. Monos en realidad no viene de los
animales, los simios, los monkies, aunque a veces los niños soldados lo parecen.
Monos viene de mono, uno, único,
diferente. Porque este grupo de seis chicos y dos chicas que viven en una
burbuja de miedo y falta de moral, son individuos cada uno con su personalidad
propia y todos juntos integran un mono único: el escuadrón entregado a la
destrucción de algo que ni siquiera saben nombrar. El imponente páramo de
Chingaza a 4000 metros de altura, donde se entrena el grupo, y el cañón del río
Samaná en plena selva amazónica, en el que estalla la violencia y la
desintegración del escuadrón, son los marcos físicos donde se rodó el film con
enorme dificultad (eso es lo que la conecta con Coppola más que otra cosa). El
resultado es una película de una gran belleza que también se puede entender
como una denuncia de todas las guerras absurdas o ideas descabelladas, que
arrastran a los más jóvenes en enfrentamientos de los que en realidad no saben
nada, ni mucho menos, porqué lo hacen. Cine latinoamericano del bueno.
EL RINCÓN DE LAS SERIES
Una confesión.
Los seis capítulos de Una confesión, que se pueden ver en
Movistar, narran una historia mil veces contada: un policía empeñado en
resolver un crimen. Pero si solo fuera esto, quizás habría visto la serie (me
encantan las historias de policías y ladrones) pero no hablaría de ella. Una confesión es algo más. Primero
porque está basada en hechos reales y está construida casi como una crónica
periodística. Segundo, porque lo que cuenta no es la investigación para
encontrar al malo, (de hecho, éste se descubre muy ponto) sino como una
legislación proteccionista consigue que la burocracia de las leyes acabe por
convertir en víctima al que ha resuelto el crimen, más que al que lo ha
cometido. El tema de esta serie inglesa, eficaz, sencilla, sin pretensiones, es
el de cuestionar, no denunciar, la estricta regulación de los derechos de los
detenidos. Cuando el detective Fulcher decide no seguir el procedimiento
reglamentario porque piensa que aún puede llegar a tiempo de salvar a una
persona, ¿está haciendo lo correcto o se está saltando la ley? Conseguir una
confesión, la que da título a la serie, sin los avales obligatorios, ¿es válido
o por el contrario, sirve para que el criminal se libre del castigo por una
cuestión de forma? El derecho que asiste a cualquiera que sea detenido de tener
un abogado antes de ser interrogado es incuestionable, pero como casi todo, la
aplicación de la ley, las leyes, las que sean, tienen que tener una flexibilidad
en función de las circunstancias. Ese el tema de Una confesión: qué hacemos con una reglamentación necesaria, pero
demasiado rígida, promulgada como contrapeso a comportamientos policiales poco
recomendables, pero que ahora y aquí, debería ser utilizada con cierta
libertad. Da qué pensar.
Una película extraña que fascina: no se sabe muy bien lo que está pasando, pero el privilegio de mirar a esos chicos haciendo cosas te mantiene en vilo. Normalmente lo que hacen son tonterías (cosas que ni nos van, ni nos vienen), pero aún así, los contemplas. La tipa película que atrapa: para ver que pasa en la siguiente secuencia.
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