(este precioso y divertido oso Panda de Ramón es un regalo para todos los de la banda de los Panda)
Murieron por encima de sus posibilidades,
de Isaki Lacuesta. No entiendo muy bien que pasó con esta película en San
Sebastián. No entiendo que críticos de cine que encumbraron a Torrente (film
mucho peor en todos los sentidos) se lanzaran a la yugular de Isaki por hacer
una comedia gamberra, divertida y gore. Quizás la explicación sea que de Segura
no se podía esperar más que una comedia basura en todos los sentidos y cuando
la hizo todo el mundo se sintió confirmado en su idea. En cambio a Isaki
Lacuesta, un director considerado exquisito, difícil, un autor en
todo el sentido de la palabra, capaz de hacer films como Pasos
Dobles o Los
Condenados, no se le perdona que se haya atrevido a dar un giro de 180
grados y se haya metido de cabeza en una ácida comedia sobre la crisis y los
deseos nada escondidos del ciudadano de a pie de matar a banqueros,
especuladores y políticos con sus propias manos. Con un elenco de actores
impresionante en pequeños papeles y cinco protagonistas enloquecidos, este
retrato de la España más contemporánea, es sin duda uno de las películas más
transgresoras del año. Por su libertad en la producción y en la realización y
por la crítica feroz a la sociedad que nos rodea. Pero la ha hecho Isaki y eso,
señores, la crítica no lo perdona fácilmente. Yo sí, yo me divertí y me sentí
parte del espectáculo que ofrece esta peculiar banda de los Pandas.
Esto es lo que escribí en el Festival de san Sebastián cuando
vi la película en septiembre. Ahora, solo quiero añadir que me alegro de que
por fin haya llegado a su público natural en un momento tan adecuado, con
el escándalo del banquero y ex ministro
en las primeras planas de la actualidad, convertido involuntariamente en un
extra con frase de lujo en estos micro relatos salvajes y tan liberadores.
2
De las películas estrenadas la semana pasada, hay una que me
interesa destacar. Retorno a Ítaca,
de Laurent Cantet. Está basada en textos de Leonardo Padura y tiene una
estructura teatral apoyada en la interpretación de cinco actores en estado de
gracia. Todo pasa una calurosa y agradable noche en la terraza de una vieja
casa de La Habana donde se reúnen un grupo de amigos para celebrar la vuelta a
Cuba de uno de ellos, exilado en España desde hace dieciséis años. A lo largo
de esa larga noche, afloran conflictos, enfrentamientos, cariños, deudas,
solidaridades, pero sobre todo, miedos. Eso es lo que más me impresionó. El
miedo que expresan con las palabras, con los gestos, con lo no dicho, con lo
escondido. El miedo que les impidió vivir en un país que no dejaba respirar,
que no permitía mirar hacia adelante, que frustró o mejor dicho castró (nunca estuvo
mejor aplicado éste término) a varias generaciones de cubanos. Castro, el
castrador, los Castros represores. Los amigos son cuatro hombres y una mujer en
la cincuentena, todos nacidos en los
años sesenta, formados en la lucha revolucionaria y en el socialismo,
convertidos en zombis durante toda su vida. No son opositores, o reaccionarios,
o vendidos al imperialismo. Son personas que creyeron lo que les contaban e
incluso lucharon por ello, sin darse cuenta de lo que estaban haciendo con ellos,
hasta que fue demasiado tarde. Hay una frase que dice uno de los personajes
recordando la muerte de su padre, revolucionario de la primera generación,
compañero del Che y de la lucha en Sierra Maestra. A punto de morir y con la
lucidez que da saber que todo se acaba, le dijo a su hijo: “No sé que es peor,
pensar que me equivoqué en todo, o pensar que me engañaron”. Yo también me lo pregunto.
3.
No dejen de leer, si quieren, la entrada anterior, publicada
el martes sobre una película que se ha estrenado esta semana, E
agora, qué? Lembra-me, de Joaquim Pinto
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