(un cuadro de Ramón para Margarita)
MARGARITA
La
última vez que vi a Margarita Rivière fue en la presentación de su libro de
entrevistas en el Colegio de Periodistas. Ya estaba mal, pero tuvo energía y
ganas para estar ahí y dar pruebas de su brillante y ocurrente inteligencia. La
última vez que hablé con ella fue a finales de año. Me llamó para comentarme
una entrada en mi blog que le había gustado. Hablamos de política
y de cine. Luego, todo lo que sabía de ella era a través de Jorge de Cominges,
su marido, uno de mis más viejos y queridos amigos. Jorge me contaba que estaba
peor, que ya no tenía ganas de salir de casa. Pero que seguía trabajando. De
hecho, estuvo escribiendo hasta casi el último día. Margarita vivió para ver
cumplida una de sus ilusiones: la publicación de la novela Clave K que llevaba quince años intentando salir a la luz. Tuvo que
caer en desgracia el clan Pujol para que alguien se atreviera a publicarla.
Antes, el miedo atenazaba a los editores. No estuvo en la presentación del
libro, pero si concedió entrevistas en su casa
la mañana del miércoles 25 de marzo. Cuatro días después, el domingo 29,
moría acompañada de Jorge y sus hijos. Murió en paz, serena, tranquila. Pidió
que la ceremonia de adiós, a las que ella nunca iba, fuera sencilla, corta y
con música de los Beatles. Así la despedimos. Al acabar el acto, comenté con
algunos amigos comunes una sensación que tuve, iba a escribir agradable
sensación, pero no sé si es correcto decirlo. Era la sensación de despedirme de
alguien que había muerto bien (sí, lo afirmo, eso es posible, como es posible y
casi siempre es el caso, que se muera mal). La serenidad de Margarita en ese
momento, se sentía en el ambiente. A Margarita y a Jorge les gustaba mucho la
obra de Ramón, de hecho tienen muchos cuadros suyos. Para ella son estas ramas tan delicadas. Seguro que le gustarían.
(Manoel de Oliveira era como este hermoso tronco de Ramón, aparentemente seco pero lleno de vida)
DON
MANUEL
Esta
si ha sido una muerte anunciada. Y sin embargo, nos ha cogido a todos por
sorpresa porque casi habíamos llegado a creer que Don Manuel era inmortal. Don
Manuel (de Oliveira) forma parte de mi paisaje cinematográfico desde los tiempos
en que aun ni siquiera trabajaba en la Filmoteca y lo descubrí en la calla
Mercaders de Barcelona, con Ramón, el año 1973. Desde entonces, la mirada de este director
que entonces tenía 65 años y acababa de
reemprender su carrera en el cine, me produjo una extraña fascinación. Digo
extraña, porque Oliveira no era fácil, no te dejaba entrar en su cine como un
amigo. Te exigía que participaras, que pusieras de tu parte mucho del disfrute
de sus películas. Ya entonces cuando acababa de hacer O pasado e o presente, era un cineasta de la diferencia. Más tarde
tuve la suerte de conocerle personalmente gracias a Gerardo Herrero que
coprodujo con Paulo Branco la película, No,
o la vanagloria del poder. El film
se presentó en Cannes en 1990 y allí le entrevisté para Cinema3 pero sobre
todo, tuve ocasión de acompañarle en las conversaciones nocturnas en el Hotel
Carlton donde, como escribí en el libro de los festivales, “el viejo león
portugués nos tumbaba a todos con un aguante alcohólico digno del récord
Guinness.”
La
segunda vez que le vi fue en el Festival de San Sebastián. Creo que era el año
2001, Oliveira tenía 93 años y presentaba a competición la película Vuelvo a casa. Tras el último pase de la
noche, Oliveira quiso dar un paseo antes de volver al hotel María Cristina.
Chema Prado, que fue su amigo durante muchísimos años, decidió acompañarle y yo
me sumé al paseo pensando que el viejo director querría ir a dar una pequeña
vuelta. Pero no, en plena noche donostiarra, Oliveira nos llevó a recorrer todo
el Paseo Nuevo, (quién conozca San Sebastián sabrá que no es un paseo corto) y
llegó al hotel más fresco que cualquiera de nosotros.
Cuento
estas dos anécdotas no solo para recordarlo, sino para que se entienda porque
todos creíamos que era un ser inmortal. Y en realidad inmortal es porque su
obra, enorme y prolífica, irregular y grandiosa, está ahí para recordarnos que
fue un hombre extraordinario.
(en
el Blog de Textos he puesto el artículo que escribí sobre El valle de Abraham en 1993 para Seven Chances. Es mi particular
homenaje)
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