(clase de 4º de primaria en el Colegio Madrid. Estoy por ahí, escondida)
Yo nací en México, hija de exiliados republicanos. Fui al
Colegio Madrid, un colegio fundado por los socialistas (los comunistas fundaron
el colegio Luís Vives) con el fin de dar trabajo a los muchos maestros
republicanos que llegaron a México en 1939 y dar una educación a los hijos de estos
refugiados que eran pequeños o nacieron en México. El colegio tenía, además
otra función muy clara: educarnos en el nido de la patria lejana y arrebatada
por los fascistas, idealizada en la memoria de la derrota. La España
republicana era el paraíso perdido.
Todas mis maestras desde los 3 a los 12 años habían sido
maestras de la República con la excepción de dos, más jóvenes, que habían sido
alumnas en la República. Algunas las recuerdo con
mucho cariño, a otras con terror. Supongo que como todos los niños que evocan
su infancia. El colegio era mixto, pero las clases no. De 3 a 6 años estábamos juntos
niños y niñas; entre los 6 y los 12, nos separaban y volvían a juntarnos en
clases mixtas los últimos cinco años que quedaban antes de entrar a la universidad. Llevábamos
uniforme porque se consideraba que todos debíamos ser iguales.
Todo esto viene a cuento del estreno del documental Las maestras de la República de Pilar
Pérez Solano que ganó el Goya al Mejor Documental. Y viene a cuento para poder
decir con total tranquilidad que me parece uno de los peores trabajos que he
visto en mucho tiempo. Malo, francamente malo. No entiendo (a no ser por ese
extraño concepto de culpa redentora que arrastra la izquierda de este país)
como ha podido ganar el Goya un documental que es un trabajo puramente
televisivo, alargado para poder estrenarse en cines con las imágenes absurdas de
una limpísima y modernísima actriz paseándose tontamente en una
escuela imaginaria, mientras una voz en off va leyendo un texto que nada tiene
que ver con ella. Un documental que no respeta el formato de las imágenes de
archivo haciendo que todos los personajes aparezcan achatados como en un espejo
deformante (ya solo por eso deberían eliminarlo de la contienda por el
Goya); que usa la música de una manera tan primaria y previsible (¡horror, el
piano! y las canciones oídas mil veces); que no tiene el mas mínimo asomo de
mirada crítica sobre el trabajo de estas mujeres (¿y los hombres?); que repite
ideas y tópicos sin aportar ni un solo concepto nuevo, distinto o inesperado.
Siento ser tan dura, pero es que me duele ver como una vez
mas se pierde una oportunidad de tratar un tema importante y que daría para
hacer realmente un gran trabajo. Si un documental no quiere arriesgar en su
forma, y opta por un planteamiento clásico de entrevista-ilustración, por lo
menos tiene que arriesgar en su contenido explicando algo que realmente valga la pena. Si no, se queda en
nada. Y la nada es lo peor que hay.
Aclaración
Normalmente en este blog no hago críticas negativas.
Prefiero escoger historias que me gustan a tener que hablar mal de algo. Pero
en este caso, he hecho una excepción porque estoy cansada de ese falso progresismo de izquierdas que considera
que todo lo que se hizo en la época republicana era absolutamente perfecto, sin
aplicar el más mínimo rigor histórico y crítico a cualquier situación que se
plantee. Pero aún estoy más cansada de que, en nombre de ese progresismo trasnochado,
se apoyen productos malos, simple y sencillamente malos, olvidando en cambio
films (o libros, o artículos o lo que sea) mucho más interesantes desde cualquier punto de vista, pero menos
“comprometidos” con determinadas causas.
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