Hoy se inaugura la cuarta edición (¡ya son cuatro!) del
Festival Internacional de Cinema D’Autor
de Barcelona, conocido como D’A y dirigido por Carlos Ríos.
Coincide su primera sesión casi, casi con la última del Atlántida Film
Fest que se ha podido ver On Line durante casi un mes a través de Filmin. Dos
festivales que comparten la inquietud de mostrar el cine mas interesante que se
está haciendo en los distintos paisajes cinematográficos del momento. Aunque
cada uno tiene sus características.
Lo que distingue al D’A (aparte de que solo se pueda ver si
estás en Barcelona) es su apuesta clara y decidida por eso que se ha venido
llamando El otro cine español. Un
ciclo coordinado y preparado por Carlos Losilla bajo el nombre de Un impulso colectivo, agrupa 14
largometrajes realizados entre 2013/2014 en distintos lugares de España: Galicia,
Madrid, Barcelona, Girona, Euskadi, Asturias… con el común denominador de
buscar nuevos caminos y nuevas formas de producción. No se trata de una
entronización del cine low coast, lo
que no quita que casi todos sean producidos con muy poco dinero, sino más bien
el reconocimiento de un concepto distinto de entender el cine: como lenguaje y
como industria.
La verdad es que este movimiento que se viene fraguando
desde la crítica más que desde sus propios autores, es un fenómeno curioso.
Desde los tiempos del Nuevo Cine Español en los años 1963-1970, o la Escuela de
Barcelona, más o menos en la misma década, no había surgido en España un
movimiento cinematográfico tan claro. Pero sobre todo, tan auspiciado y
teorizado por un sector de la crítica que le ha dado cuerpo teórico a algo que
nació espontáneamente en distintos espacios muy alejados entre si.
Este interesante fenómeno me produce dos sensaciones contradictorias.
Por un lado, me alegra constatar la vitalidad de gente que
desde distintas perspectivas y condiciones está siendo capaz de hacer y decir
muchas cosas con muy pocos medios. Es una evidencia de que el cine, no solo
no ha muerto, sino que tiene mecanismos propios que saben utilizar las ventajas
de las nuevas tecnologías y de los nuevos formatos para contar historias. Por
otro lado, me produce una extraña perplejidad que se hable tanto de esta tendencia como algo reciente (gente haciendo cine a su aire y como ha podido ha habido en otros momentos) y sobre todo se intente convertirlo en un movimiento desde fuera. Tengo la
impresión que la critica se está arrogando un papel demasiado protagonista en
este intento, forzando una coherencia en lo que en realidad es un magnífico
caos creativo.
Lo cierto es que quizás esa sea la única manera de que estas
películas lleguen a encontrar su público, porque tenerlo lo tienen, aunque sea
minoritario y exclusivo. Es probable que sin este apoyo crítico muchos de estos
films nunca llegaran a salir del pequeño ámbito local. Pero también me da un
poco de miedo que estemos “forzando” el nacimiento de algo de una manera
supraestructural.
El Nuevo Cine Español tampoco era un movimiento univoco,
tenia muchas voces distintas, pero tenia un elemento fundamental que lo ligaba
todo: el apoyo absoluto y entregado de la administración publica, representado
por el que ejercía de Director General de Cinematografía en ese momento, García
Escudero. Impulsado desde las estructuras del estado, el Nuevo Cine Español,
encontró en la crítica de la época su justificación histórica.
Ahora, el estado no solo no apoya (la verdad es que no apoya
a nada o casi nada) sino que ignora hasta cierto punto este movimiento que ha
surgido directamente de la necesidad de hacer. Es la crítica la que lo está
convirtiendo en algo tangible. Incluso exportable, aunque los grandes
festivales internacionales siguen impermeables a esta efervescencia y no
parecen haberse enterado de que existe “el otro cine español” (miren la
programación de Cannes o de Berlín de estos últimos años: ninguna o casi
ninguna película española).
Sería una lástima que esta vocación de voluntarismo, tan
necesaria en un primer impulso colectivo, no encontrara pronto un apoyo de las
instituciones y de la propia industria que debería darse cuenta que ahí está el
camino a seguir: conseguir que estas películas encuentren su espacio mas allá
de circuitos cerrados de festivales, museos o filmotecas: crear cines
(por suerte ya están apareciendo) donde este tipo de películas tengan
visibilidad; utilizar los canales de Internet a todos los niveles para
potenciar su difusión en lugares donde las salas de exhibición son una reliquia
del pasado; y sobre todo, permitir a sus directores (mejor dicho a sus equipos,
porque este es un cine de equipos) que puedan vivir de este trabajo y no arañar
horas de donde pueden y sablear amigos y familiares para hacerlo. Es decir,
crear una nueva forma de entender la industria.

Una reflexión para terminar estas líneas. El común
denominador (si es que lo hay) entre todas estas películas, es su carácter de
“no ficción” o por lo menos “no ficción” convencionalmente entendida. Es
lógico. Realizadas casi sin medios y como actos de voluntad, es evidente que
resulta mucho mas fácil mirar la realidad que ya existe que inventarla. Se trata de reconvertir esa realidad en algo personal a través de la mirada de un
director o un colectivo, pero en el fondo, no deja de ser la realidad que te rodea. El gran reto
del Otro Cine Español, es llegar a dejar de ser Otro, incluso a dejar de ser
Español y convertirse simple y sencillamente en Cine. En cine que cuenta
historias que no necesariamente tiene que ser pesimistas, oscuras, o
deprimentes, que pueden arriesgarse a ir más allá. Como lo han hecho ya algunos
de los directores que han nacido en este magma o que han sabido aprovechar
estas corrientes: desde Juan Cavestany con Gente
en sitios, a Paco León y el díptico de Carmina;
de Jonás Trueba y Los ilusos a Isaki
Lacuesta y ese film delirante que se anuncia como Murieron por encima de sus posibilidades; de El muerto y ser feliz de Javier Rebollo, a los 10.000 km,
de Carlos Marqués-Marcet. El reto es
demostrar que el cine es todo, si ese todo tiene sentido y está bien contado.
Y un último punto. No hagamos guetos excluyentes. Tan
importante es que haya éxitos inesperados, Ocho
apellidos vascos, de Emilio Martínez Lázaro, como películas minoritarias y
exquisitas del tipo de Hermosa juventud
de Jaime Rosales, único español seleccionado en el Festival de Cannes. El Cine
(español, chino o alienígena) es TODO.
Información sobre el festival D'A en la web : www.cinemadautor.cat/es/