sábado, 28 de enero de 2023

AMIGO

 


(no es Mallorca, pero estoy segura que este mar también le gustaba a Agustí)

Agustí

Casi no me había recuperado del golpe de la muerte de Jorge de Cominges, cuando me llegó la triste noticia de la muerte de Agustí Villaronga. Me cogió por sorpresa, no porque no supiera que estaba enfermo. Agustí y yo nos escribíamos con frecuencia, su último mail es del 30 de enero de 2022, casi un año antes de su muerte. En él me comentaba, como hacia muchas veces, un texto del blog que le había interesado y acababa diciendo: “En fin, veo que te preocupas por mi salud y te quiero decir que estoy bien, estoy saliendo adelante bien y rápido y espero que pronto nos veremos porque ya voy saliendo al mundo. Te mando un abrazo grande.”

A lo largo del año supe que estaba rodando una película y pensé: ¡bien!. Me llegaban noticias de que estaba en tratamiento, pero aguantaba. Y me confié. Pensé que sería capaz de superar la enfermedad. Pero no, al final la mort le llegó antes de la primavera (1). Cuando alguien como Agustí muere, desaparece un trocito de mi historia. Agustí era un amigo desde que le conocí en 1986, en el rodaje de la extraña, perturbadora e inclasificable Tras el cristal. Durante todo este tiempo he seguido su carrera muy de cerca, apoyándole, felicitándole, compartiendo ideas. Siempre le dije lo que pensaba de su cine cuando me preguntaba o me enseñaba una película en fase de montaje. Agustí apreciaba la sinceridad por encima de los elogios. Él también me seguía y recuerdo con gran cariño las palabras que me escribió después de leer mi novela La piedra negra. En particular una frase: “Llevo a todos los personajes conmigo y el que me flipa más es el gato, o los dos gatos, porque están muy bien observados.” A los dos nos gustaban los gatos. Podría seguir recordando momentos, encuentros, charlas, festivales, como aquella helada noche berlinesa durante el festival de Berlín donde se presentó Tras el cristal; o la vuelta en taxi desde Navarcles donde había recibido el premio de honor del Festival Clam, o la estupenda charla que dio en la ESCAC, Son muchas vivencias, son muchas memorias compartidas. Agustí y Jorge estarán unidos para siempre a este frío enero barcelonés. Pero me consuelo al hacer mías las palabras de Lola Salvador. “Triste, pero no tan triste porque valoro, por encima de todo, la suerte que tenemos de haber sido y ser amigas de los mejores, haber trabajado con ellos, haber reído y peleado juntos.” Si, juntos.

(1)  La mort i la primavera es una novela de Mercé Rodoreda que Agustí intentó llevar al cine muchas veces. Al final consiguió hacer una preciosa exposición con los bocetos de los decorados que tenía preparados.

 

EL RINCÓN DE LAS SERIES



El último artefacto socialista Filmin

En esta semana de estrenos potentes e importantes, Tar de Todd Field y La ballena de Darren Aronofsky, dos películas que no he podido ver todavía, me refugio en una serie que me ha llegado por los conductos que más me gustan: las recomendaciones de amigos. La primera que me habló de El último artefacto socialista fue mi amiga Elena Posa. Entonces yo estaba sumergida en El submarino y no la vi de inmediato. Pero unos días después, fue Carles Bosch el que me dejó un mensaje: “tienes que ver esta serie croata, no se parece a nada”. La suma de las dos sugerencias me impulsó a verla. Y tengo que reconocer que los dos tenían razón. El último artefacto socialista es una serie completamente inesperada, con una carga de profundidad emocional y social. Pero también con una calidad cinematográfica enorme, con imágenes de un impacto visual que no se olvidan fácilmente. Adaptación de la segunda novela de Robert Perisic, para mí un desconocido escritor croata, la historia sucede a finales de la pasada década en un pequeño pueblo de los montes de Transilvania. Un lugar como tantos otros en cualquier país europeo donde han visto como su modo de vida, basado en este caso en una gran fábrica de turbinas, ha ido cayendo en la más profunda decadencia desde que se cerrara la fabrica a finales del siglo pasado. A ese pueblo perdido llegan Oleg y Nikola con la intención de volver a poner en funcionamiento la fábrica. Su llegada es un revulsivo para todos los habitantes del pueblo que empiezan a encontrar un sentido a sus vidas al tener algo por lo que luchar. Cada uno de los seis capítulos de la serie está contado a partir de un personaje: Oleg, el empresario lleno de energía, devuelve la esperanza a los habitantes de Nustin aunque nadie entienda muy bien cuáles son los motivos que le mueven: Nikola, su socio, encuentra en ese lugar y en esa fábrica, una razón para salir de su apatía; Seila, la joven que escapó del pueblo, pero no ha podido resistir la atracción de volver, es la mirada de la modernidad que respeta el pasado y sabe reconocer lo que vale (y dar con las soluciones); Janda, el ingeniero jefe de la antigua fábrica, alma de la renacida factoría, es la encarnación de la dignidad proletaria, del orgullo de haber sido y seguir siendo; Branos, el hombre que fue a la guerra y volvió transformado, asume la tarea de la continuidad, de mantener la esperanza sembrada; y Lipsa, el personaje más marginal, pero al mismo tiempo el más frágil, es la imagen del futuro. En las primeras reseñas que encontré de la serie se hablaba de comedia surrealista. La verdad es que me sorprendió esta mirada fruto, quizás, de haber visto solo el primer capítulo, el que protagoniza Oleg el entusiasta, en contraste permanente con Nikola, el taciturno. Pero a partir del segundo capítulo, la serie entra en un terreno que no es el del drama, ni el del cine social, ni el de la denuncia política, ni el de la tragedia. Entra en un espacio emocional que te envuelve y te hace seguir viéndola sin parar, aunque se vaya haciendo casa vez más oscura, no negra, porque la esperanza está ahí presente incluso en los momentos más duros, pero si melancólica. El último artefacto socialista está dirigido por Dalibor Matanic, un director croata al que no conozco, pero al que me gustaría descubrir mejor por su enorme capacidad de crear imágenes de una belleza sugerente. Ha sido una sorpresa anunciada gracias a los dos mensajes, pero hay en ella muchísimo más que lo que yo he podido contar en estas pocas líneas.

Hay un excelente artículo de Mar Renton sobre la serie publicado en (serializados). Recomiendo leerlo después de verla, hay muchos spoilers que, leídos a posteriori ayudan a entender y disfrutar mejor la serie, pero descubiertos antes, pueden condicionar su visionado.Este es el link 

https://serielizados.com/critica-el-ultimo-artefacto-socialista-la-dignidad-de-la-turbina/

 

El regalo de esta semana es un cuadro de la Negrita dedicado a Agustí.



sábado, 21 de enero de 2023

EXCESIVOS

 

 Esta semana se estrenan dos películas grandes, dos títulos que están entre los más esperados del año. Babylon, de Damien Chazelle y Decision to Leave de Park Chan-wook. Son dos películas importantes, pero también son dos películas excesivas.

Ya he comentado en otra ocasión el fenómeno de las películas largas, desmesuradas en su duración. Parece que la industria del cine piensa que la mejor manera de combatir la competencia de las plataformas es haciendo films que duren lo mismo que una miniserie de tres o seis capítulos, de esas que se ven de un tirón. Creo que es un error, el ritmo en el cine es otro muy distinto que el ritmo en una televisión o un ordenador. Pero es una de las cosas que explicarían las duraciones de dos y tres horas de algunas películas que no lo necesitan. Es el caso de estas dos, Babylon dura 188 minutos, tres horas y ocho minutos; Decision to Leave dura138 minutos, dos horas y 18 minutos. Las dos saldrían ganando con un recorte ajustado. Son dos films recomendables, de los que se deben ver y disfrutar, pero eso no me impide pensar que serian mucho mejores si duraran un poco menos.

 


Babylon de Damien Chazelle

Entre los muchos y terroríficos paralelismos que hay entre nuestros nada felices años 20 y los relativamente felices años 20 del siglo pasado, hay uno que no existe ni de lejos. Los años 20 del siglo XX fueron los de Babilonia pura, los del desmadre a todos los niveles, cuando la libertad y el libertinaje imperaban tanto en el Berlín de la República de Weimar, el Paris de entreguerras o el Hollywood incipiente. Algo que en la puritana, conservadora, represiva y muy poco tolerante sociedad actual no sucede, dominada por el miedo, la cazas de brujas, la autocensura permanente y el temor a salirse de los marcados caminos de lo políticamente correcto en los que coinciden las nuevas inquisiciones de izquierdas y de derechas.

Por eso esta Babylon de Damien Chazelle es tan apetecible. Aunque no se dice en ningún sitio, está claro que el film se inspira en el Hollywood Babilonia de Kenneth Anger, la crónica escandalosa y negra del mundo del cine entre starlettes, magnates, actores y mafiosos. En esta Babylon hay de todo esto en abundancia y hay sexo y hay drogas y hay crímenes y hay escándalos y hay jazz. Pero también hay una cierta nostalgia por un tiempo en el que el cine era más ingenuo, menos reglamentado, más creativo. Todo se estaba inventando, todo era posible, la fábrica de sueños funcionaba a pleno rendimiento. El arranque del film es espectacular: un elefante en una camioneta subiendo una colina para ser el juguete de una fiesta orgiástica en la que se conocen los cuatro principales protagonistas de la historia. Manuel, Manni, Torres, el actor mexicano Diego Calva en el papel de un chico para todo que intenta abrirse camino en el cine; Jack Conrad, al que llena de glamour Brad Pitt, gran estrella del cine mudo que no sabrá adaptarse a la revolución del sonoro; Nellie LaRoy, una excesiva Margot Robbie imagen de todas esas estrellitas que se acercaron demasiado a las luces de Hollywood hasta quemarse en la hoguera de las vanidades; y Sidney Palmer, el músico Jovan Adepo que imagina triunfar en el cine sonoro antes de asumir que ese no es su lugar. La fiesta que abre el film dura media hora y es realmente un prodigio de realización. A partir del momento en que Manny, Jack, Nellie y Sidney se conocen, el film los sigue en su ascenso y en su decadencia, en paralelo a la de la propia industria que pasa de filmaciones en barracones al aire libre, con una curiosa presencia de una mujer directora, algo muy habitual en el cine mudo antes de convertirse en una industria millonaria, hasta las complejas filmaciones en los grandes estudios. Homenaje nada disimulado a Cantando bajo la lluvia, que incluso se convierte en una coda lógica y sentimental de la historia, el film transcurre entre fiestas, rodajes, rumores, divorcios, muertos, música y canciones. Un alarde de poderío por parte de Chazelle al que un buen productor, como los de antes, los de ese Hollywood Babylon que nos retrata el film, debería haber quitado por lo menos una hora. Y entonces sería perfecto. 

 


Decision to Leave, Park Chan-wook

Cine negro, cine románticamente negro, cine construido como una figura de varios lados, cine cubista en negro. Y poético. La nueva película del más original de los directores coreanos contemporáneos, es un desafío al espectador, un laberinto de emociones con sentimientos a flor de piel. “Arriesgado, absorbente, sensual, misterioso, íntimo, clásico”, son algunos de los adjetivos que se han utilizado para describir este film inclasificable. Es un thriller sin duda, un detective de Busan investiga la muerte, supuestamente accidental, de un hombre que ha caído desde una alta y magnífica montaña. Pero nada es tan sencillo como parece y muy pronto el policía empieza a sospechar que esa muerte ha sido en realidad un asesinato y que detrás del asesinato está la hermosa mujer china del muerto, una mujer tan misteriosa como atractiva que acabará por desequilibrar la vida y los sentimientos del joven detective. Narrada en una continuidad rota por incisos de pensamientos, imaginaciones y deseos, la película se mueve en el terreno del más puro romanticismo asociado al más puro cine negro. No es una coincidencia que varias críticas hayan coincidido en citar como referente Perdición de Billy Wilder. Sin parecerse en casi nada, los dos films son retratos de una obsesión. Decision to Leave es envolvente y no puedes dejar de verla seducido por su atmósfera, pero es desmesurada. El cine clásico duraba una hora y media. No hacía falta más para contar la historia. 138 minutos son, quizás, excesivos.

El regalo de esta semana es una extraña foto de una inquietante figura de ocho lados, un buen símbolo de los muchos matices que tienen estas dos películas.



martes, 17 de enero de 2023

JORGE

 


(Jorge con dos de sus nietas en una imagen de felicidad)

Hace más de un año que sabía que llegaría el día en que tendría que escribir este texto. Lo sabía desde que Jorge, a finales del año 2021, dio un bajón de salud inesperado después de volver del que iba a ser su último y feliz viaje a Venecia. Lo sabía y deseaba que nunca llegara el día de tener que hacerlo. Hubo momentos en este largo y horrible año 2022 en los que me pareció que lo conseguiría, que su fuerza y su voluntad acabarían por doblegar la enfermedad. Pero al final, demostrando una inteligencia y una capacidad de saber siempre cual era su lugar, Jorge cedió y dejó de luchar. Desde hace veinte años, Jorge y yo comíamos juntos cada mes, no fallamos nunca, incluso en los momentos más duros de su tratamiento. Hablábamos de cine, hablábamos de libros, hablábamos de exposiciones, hablábamos de sus nietas a las que adoraba, hablábamos, poco, de política que a los dos nos aburría mucho, y a veces nos callábamos porque no hacía falta hablar. Cuando yo escribía algo, Jorge era de las primeras personas a la que se lo enseñaba. Su criterio y su mirada crítica siempre me fueron muy útiles. No era dado a los elogios fáciles. Tampoco le gustaba recibirlos. Jorge era elegante, culto, inteligente, como un personaje de otro mundo, de ese mundo proustiano que tanto le gustaba y con el que se sentía identificado. Pero también era cariñoso, respetuoso, amable, muy tolerante y con ideas muy progresistas respecto a todo. Lo conocimos juntos Ramon y yo hace casi 50 años, en 1977, cuando coincidimos en Comisiones Obreras. Nos hicimos amigos entonces, de él y de Margarita Riviére, su mujer. Luego, en 1986, Jorge me abrió las puertas de Fotogramas y me dio la oportunidad de trabajar a su lado en la revista de cine y en Qué leer durante 20 años. Mi relación con Fotogramas terminó, pero mi amistad con él no solo se mantuvo, creció. Jorge adoraba la pintura de Ramon y desde el principio, en el lejano 1982, fue una de las personas que le apoyó comprando cuadros, dibujos, siendo siempre fiel en las exposiciones. Veníamos de sitios muy distintos, de espacios muy alejados, pero encontramos entre los dos un lugar donde sentirnos muy unidos. Le he echado de menos este último mes que ha estado mas recluido por la enfermedad, pero aun podía hablar con él. Le voy a echar mucho de menos a partir de ahora que ya no podré hablar con él.

Jorge era Jorge de Cominges, mi amigo.

Este cuadrito de granadas era uno de los que más le gustaba a Jorge, lo tenía en su casa y lo veía desde el sillón donde pasó tantas horas este último año.



sábado, 14 de enero de 2023

INTOLERANCIAS

 



Holy Spider, Ali Abbasi

“El olor del miedo. No es lo mismo que el olor del tercer mundo, ácido, dulzón, podrido; el olor de este país es el de Moscú en el año 91, o Berlín Este en 1984. Olor a miedo no controlado. Sientes que estás en sus manos. Es un olor muy particular”.

Esta frase forma parte de la crónica que escribí en el libro La vuelta al mundo en 20 festivales relatando mi primer viaje a Teherán. Fui dos veces, en 1999 y en el año 2000, enviada por el Festival de San Sebastián para seleccionar películas iranís. Fue una experiencia extraordinaria, de las mejores que he tenido en mi vida profesional. H recordado esta crónica mientras veía la impactante y espeluznante Holy Spider de Ali Abbasi, el director iraní afincado en Dinamarca que se dio a conocer hace unos años con la inclasificable Border. Me ha venido a la memoria porque yo estaba en Irán el año 2000, cuando Saeed Hanaei cometía sus primeros crímenes en las calles de la ciudad Santa de Mashhad. He recordado el miedo y la violencia latente que había en Teherán, la obligación de ir tapadas en todas partes, incluida la habitación del hotel cuando alguien llamaba a la puerta; el control absoluto de la vida y la falta de respeto a las mujeres, mezclado con una capacidad de rebelión subterránea, en especial en algunas de esas mujeres que poco a poco empezaban a levantar la cabeza cubierta con un burka. Como hace Rahimi, la tenaz periodista que interpreta Zar Amir-Ebrahimi, dispuesta a llegar al fondo de la serie de asesinatos de prostitutas que comete impunemente La Araña Sagrada. Ya desde su llegada al hotel, la mujer inteligente siente el peso de la represión y el desprecio. Represión y desprecio que se irá encontrando a lo largo de su investigación hasta ponerse a sí misma en peligro. Pero la película no se centra en ella, la película de Abbasi funciona como un espejo entre ella y Saeed Hanaei, el asesino. No hay misterio ni suspense en este thriller negro negrísimo, o mejor decir verde y rojo. Desde el principio sabemos quién es la Araña Sagrada y sabemos también porque mata a las prostitutas despertando la simpatía y la complicidad de una sociedad que le convierte en un héroe. Lo que más me impactó de esta implacable película fueron su primera y su última imagen. El film comienza con una imagen que demuestra claramente que no se ha podido filmar en Irán: una mujer se maquilla frente a un espejo desnuda de cintura para arriba mostrando los pechos y dejando ver la espalda llena de cicatrices. Es la primera víctima de la Araña en la película, la que hace el número 13 de su siniestro cómputo libertador. A partir de ahí, Abassi sigue en paralelo a Saeed Hanaei en su vida cotidiana, como buen marido y amante padre y a Rahimi, empeñada en averiguar quién es el asesino ante la indiferencia de la policía. Se ha acusado a Abbasi de mostrar los asesinatos con una frialdad y suciedad que provoca rechazo y mucha turbación. Sí, es cierto, hay mucha violencia en esas muertes, cada una distinta como cada mujer es diferente. Pero no hay nada de gratuidad en ellos, ni de morbosidad. Son asesinatos litúrgicos y nos sirven para contrastar la maldad de la Araña Santa frente a la glorificación de su figura en el imaginario popular.

Si la primera imagen es potente y se puede considerar una declaración de intenciones del film, la última es sobrecogedora. En el autobús que la devuelve a Teherán, Rahimi mira una pequeña cámara donde ha grabado entre otros a los hijos de Hanaei. Ver a esos niños representando con placer y orgullo las atrocidades de su padre, cometidas en su propia casa, es, al menos para mí, uno de los momentos más terroríficos que he visto en una pantalla. ¿Alguien puede extrañarse que veinte años después ese niño, ahora un hombre joven, pudiera ser uno de los policías que mataron a Mahsa Amini hace unos meses, simplemente por no llevar bien puesto el hiyab?¿O que sea uno de los que jalean las ejecuciones sumarísimas que se están produciendo en un país donde el fundamentalismo islámico es ley? Esa semilla se recoge ahora. Y, la verdad, da mucho miedo. 


EL RINCON DE LAS SERIES



El submarino, Movistar 3 temporadas

Me encantan los submarinos. Bueno, me encantan las películas de submarinos, porque con la claustrofobia que tengo, la simple idea de encerrarme en uno de esos ataúdes flotantes, me estremece. Pero las películas que pasan en los submarinos, con sus espacios estrechos, convivencia obligada y aislamiento del mundo, son siempre interesantes. Todo esto viene a cuento de una serie alemana que he visto en Movistar. Se llama Das Boot/El submarino, aunque en realidad debería llamarse Los submarinos porque son tres los barcos protagonistas, uno en cada temporada. Está basada en dos novelas de Lothar-Günther Buchheim, el autor que sirvió de base para que Wolfgang Petersen hiciera en 1981 una de las mejores películas sobre este tema, El submarino. La ambiciosa serie del 2018, creada por Andreas Prochaska, mezcla la historia de El submarino con otra novela de Lothar-Günther Buchheim, La fortaleza. El resultado es una combinación de aventuras y traiciones en el mar, con aventuras y traiciones en un entorno de espionaje en la Francia ocupada y en a Lisboa supuestamente neutral. Absolutamente deslumbrante en su diseño de producción y en su puesta en escena, la historia sigue en paralelo dos líneas narrativas, la de los submarinos y la del jefe de la Gestapo, Hagen Forster, auténtico protagonista de la serie. La primera entrega de ocho capítulos pasa en 1942, en el puerto francés de La Rochelle donde la marina alemana tenía su base de operaciones para la potente flota de submarinos del Tercer Reich. Hagen Forster, oficial nazi fascinado por la cultura francesa, responsable del control de la ciudad y de la base naval, se enfrenta a una célula de la resistencia que le obliga a tomar decisiones muy duras. Forster es el centro de la historia que pasa en tierra, pero en el mar son dos los personajes más relevantes: Klaus Hoffmann, un joven comandante al mando de su primer submarino y Robert Ehrenberg, el atormentado ingeniero jefe, constructor de submarinos. Forster, Hoffman y Ehrenberg, son los únicos que seguirán presentes en las tres temporadas de esta interesante serie. Interesante y al mismo tiempo históricamente útil; interesante y al mismo tiempo entretenida; interesante y al mismo tiempo terrible en el implacable retrato de una Alemania que poco a poco va perdiendo el sentido de la dignidad, el valor, incluso el orgullo, medida que avanza la contienda, 1942, 1943, 1944. Aunque los aliados, tanto la población civil francesa como especialmente los ingleses, tampoco quedan muy bien. Nadie se salva en el marasmo de la guerra. Azul y dorada, la serie se mueve entre La Rochelle, Lisboa y una ciudad portuaria del norte de Alemania con un cuidado exquisito en la ambientación y en la recreación de espacios y atmósferas. No sé si las novelas de Lothar-Günther Buchheimse se encuentran fácilmente, pero me gustaría leerlas. 

El regalo de esta semana es una hermosa y desafiante mujer que bien podría ser iraní



 

 

 


viernes, 6 de enero de 2023

TRES NO ESTRENOS

 

Esta semana que vuelven los estrenos a los cines, he preferido centrarme en tres películas que no son estreno, ni en cines ni en plataformas. Las tres son descubrimientos de Ramon, especialista en bucear en los inframundos de la red. Bueno, una no es de inframundo, pero las otras dos, sí.

 


La noche del 12, Dóminik Moll. Filmin

Cine negro francés. Buen cine negro francés. Estrenada en el Festival de Cannes, la última película de Dóminik Moll cuenta la historia de una obsesión y un fracaso. Se inspira en un caso real y tiene como protagonista a Yohan, capitán de la policía judicial en la ciudad de Grenoble, que la noche del 12 de octubre del 2016 se enfrenta a un violento y terrible asesinato. La joven Clara aparece quemada tras ser rociada con gasolina por un desconocido. Yohan comienza la investigación de un crimen de una violencia inesperada y gratuita sin saber que nunca conseguirá resolverlo. Poco a poco, la muerte de Clara se irá apoderando de él hasta convertirse en una auténtica pesadilla. El film no juega al misterio, desde el primer minuto sabemos que es un crimen sin solución. Por eso apuesta todo al puzle de los sospechosos, las coartadas, los móviles, ofreciendo uno a uno posible seguros asesinos que como azucarillos en un café van diluyendo su culpa hasta desaparecer para desespero de Yohan. La figura de Clara se va dibujando en la mente del investigador con sus aristas y sus matices, un retrato de múltiples caras. Yohan sabe que tiene al asesino ahí, pero es incapaz de verlo. Lo mejor de la película es el tono frío, seco. Podría ser chabroliano si hubiera un resquicio de humor, podría ser hitchcokiano si fuera capaz de encontrar un falso culpable. Pero Moll se decanta por una mirada más bressoniana, distanciada, sin emociones en una cotidianidad cercana y casi mediocre. La vida personal de Yohan y su compañero Marceau se cruza en la investigación y de alguna manera la altera y se altera. El film no es desesperanzador. Yohan, interpretado por Bastien Bouillon, se encierra en un velódromo nocturno para correr en bicicleta y conjurar su impotencia frente al crimen. Pero Moll le concede una salida a la oscuridad permitiéndole respirar una bocanada de aire puro.

 


1960 Gabriele Salvatores, Netflix

Documental antiguo, es del 2010, pero antiguo sobre todo porque habla de un lejanísimo año 1960.Han pasado más de sesenta años y lo que Salvatores nos cuenta se puede enunciar como Había una vez… Acabo de escribir documental, y la verdad es que no creo que este film sea un documental ni mucho menos. Es una ficción absoluta, una historia entre autobiográfica e inventada de un año en la vida de un niño del sur de Italia. ¿Por qué se vende como documental? Muy sencillo, porque utiliza imágenes de archivo, imágenes reales, imágenes colectivas que sirven para ilustrar, relatar, imaginar el sueño de este niño y su hermano Rosario, emigrante napolitano en el lejano Milán, como Rocco pero con los hermanos separados. Cuando empiezan a llegar las cartas de Rosario, el niño comienza su sueño, su aventura. Y cuando la familia decida ir a buscarlo al paraíso milanés, lo que comienza es un viaje que les llevará a cruzar Italia entera. Y así transcurre el año 1960 en el que Italia se abría a la modernidad, con Visconti y De Sica y Fellini como abanderados; con los Fiat 500 invadiendo las calles; con los primeros bikinis en las playas; con el boom económico. Todo en blanco y negro, todo en imágenes evocadoras que vistas desde España y ahora mismo, se confunden sigilosamente con las propias. Porque la España franquista de 1960 no era tan diferente de la Italia republicana; porque la pobreza y la falta de horizontes que hizo que tantos andaluces subieran a Barcelona, es la misma que llevaba a los sicilianos y napolitanos a irse a Milán; porque el desarrollismo incipiente se parecía mucho en ambos países. Este es un placer añadido a la visión de un film docu ficción que con la música de Domenico Modugno pone banda sonora a los recuerdos de tantas gentes que éramos pequeños entonces, como lo era Salvatores y su ficticio hermano Rosario.

 


L’etoile du Nord, Pierre Granier-Deferre, Netflix

Llevo un par de mese sumergida en las novelas de Maigret y por extensión, en las obras de George Simenon. En este tiempo he buscado y he visto muchas adaptaciones al cine, la mayoría decepcionantes. Pero esta no. Esta la descubrió Ramon y fue una sorpresa. Es una película francesa de 1982, nada menos que de hace cuarenta años. La protagoniza Philippe Noiret y Simone Signoret y aparece una jovencita rubia, Fanny Cottençon, que le robaría el corazón a Vicente Aranda cuando la convirtió en Fanny Pelopaja. El film adapta muy libremente la novel Le locataire publicada en 1934. La acción comienza en el exótico Egipto. En el barco que le lleva de Alejandría a Marsella, Edouard Binet, es decir Philippe Noiret, conoce a la joven Sylvie, y al rico hombre de negocios Nemrod Lobetoum. La fatalidad, el destino o simplemente la estupidez, lleva a Edouard a matar a Nemrod a bordo del tren Etoile du Nord. Sylvie se ve obligada a ayudarle y le ofrece refugio en casa de su madre, una modesta pensión de barrio en Charleroi cerca de Bruselas, donde Madame Baron, con el rostro hermoso y cansado de Simone Signoret, controla su pequeño mundo. Es en esta casa, de la que rara vez sale, donde Edouard ejerce toda su fascinación envolvente contando historias misteriosas de Egipto y su amada, una famosa cantante. Lo importante no es como acabe esta aventura, lo que hace del film algo especial, es el encanto entre ingenuo y seductor de Noiret en plena química con el austero placer de Signoret que los une casi sin darse cuenta. No sé si se llego a estrenar en España, en todo caso, yo no la recuerdo. Tampoco conozco la novela que, creo, no se ha publicado en castellano. Pero el film me ha encantado, con su aroma a aventuras exóticas y el olor a coliflor que casi se siente en esa cocina en la que el inquilino y la casera intercambian conversaciones.

 

EL RINCÓN DE LA EMOCIÓN



La tarde del 1 de enero vimos el Concierto de despedida de Joan Manuel Serrat el 23 de diciembre en el Palau Sant Jordi de Barcelona que retransmitió TV3 y se puede recuperar en la web de la cadena. No sé qué nos llevó a querer verlo más de una semana después de su emisión y tras leer ríos y ríos de tinta digital sobre lo que había sido. Quizás la necesidad de celebrar que se había acabado un año malo con un concierto de despedida que en ningún caso fue triste; o el deseo de que el año que empieza esté lleno de esa luz y alegría que transmitía Serrat. En todo caso, fue una elección feliz que nos reconcilió con el mundo y nos llenó el alma de emoción viendo a alguien lúcido, brillante, emotivo, vital e inteligente, despidiéndose de una etapa de su vida que ha durado casi sesenta años.

Ya desde el principio estaba claro que aquel no iba a ser un concierto como los demás. Serrat saludaba al público con un elocuente. Bona nit senyores, senyors i… gent imparcial, que resumía en una frase un pensamiento que en este 2022 se ha convertido en dogma. Hay señoras, hay señores y hay… gente imparcial. Bien para empezar. A partir de ahí se fueron sucediendo las canciones y, mientras las escuchaba y las disfrutaba, me di cuenta de tres cosas. Una, que nunca le había concedido a Serrat la importancia que se merecía como poeta, como cantante. Mal por mi parte, La otra, que sus canciones eran auténticas historias en miniatura contadas y cantadas desde la cercanía de lo cotidiano, y que en ellas se escondía un aliento poético sin duda, pero también una manera de ver el mundo mucho más libre y desprejuiciada de lo que estanos acostumbrados en estos tiempos de corrección política. Y una tercera cosa me llamo la atención: eran canciones políticas, entendiendo la política como la voz de la gente frente a la voz de los que mandan. Pensaba como se sentirían los políticos que asistían al concierto ante esas letras aparentemente banales. Fue una delicia ver ese desfile de canciones en catalán y en castellano, sin complejos, sin miedos, demostrando que este país, Catalunya, es un país abierto a los horizontes de ese Mediterráneo que es ya un himno de todos. Canciones que evocaban momentos de mi vida, canciones que provocaban recuerdos, canciones que desconocía por completo. Todas eran preciosas, todas eran emocionantes. Y Serrat aguantó hasta el final, hasta quedarse solo en el escenario con su guitarra y despedirse de ese espacio, no de la música, porque por suerte no se despide de la creación, ni de la escritura. Dejar los escenarios no quiere decir jubilarse. Gentes como Serrat no se jubilan nunca.

Este es el enlace del concierto de Serrat en TV3

https://www.ccma.cat/tv3/alacarta/programa/joan-manuel-serrat-el-vici-de-cantar/video/6194141/


Ramon, además de ser un gran pintor es muy buen fotógrafo, sabe mirar el entorno y encontrar la imagen más inesperada. Este año que empieza., alternaré el regalo semanal de cuadros y dibujos con fotos suyas que me gustan mucho.