viernes, 6 de enero de 2023

TRES NO ESTRENOS

 

Esta semana que vuelven los estrenos a los cines, he preferido centrarme en tres películas que no son estreno, ni en cines ni en plataformas. Las tres son descubrimientos de Ramon, especialista en bucear en los inframundos de la red. Bueno, una no es de inframundo, pero las otras dos, sí.

 


La noche del 12, Dóminik Moll. Filmin

Cine negro francés. Buen cine negro francés. Estrenada en el Festival de Cannes, la última película de Dóminik Moll cuenta la historia de una obsesión y un fracaso. Se inspira en un caso real y tiene como protagonista a Yohan, capitán de la policía judicial en la ciudad de Grenoble, que la noche del 12 de octubre del 2016 se enfrenta a un violento y terrible asesinato. La joven Clara aparece quemada tras ser rociada con gasolina por un desconocido. Yohan comienza la investigación de un crimen de una violencia inesperada y gratuita sin saber que nunca conseguirá resolverlo. Poco a poco, la muerte de Clara se irá apoderando de él hasta convertirse en una auténtica pesadilla. El film no juega al misterio, desde el primer minuto sabemos que es un crimen sin solución. Por eso apuesta todo al puzle de los sospechosos, las coartadas, los móviles, ofreciendo uno a uno posible seguros asesinos que como azucarillos en un café van diluyendo su culpa hasta desaparecer para desespero de Yohan. La figura de Clara se va dibujando en la mente del investigador con sus aristas y sus matices, un retrato de múltiples caras. Yohan sabe que tiene al asesino ahí, pero es incapaz de verlo. Lo mejor de la película es el tono frío, seco. Podría ser chabroliano si hubiera un resquicio de humor, podría ser hitchcokiano si fuera capaz de encontrar un falso culpable. Pero Moll se decanta por una mirada más bressoniana, distanciada, sin emociones en una cotidianidad cercana y casi mediocre. La vida personal de Yohan y su compañero Marceau se cruza en la investigación y de alguna manera la altera y se altera. El film no es desesperanzador. Yohan, interpretado por Bastien Bouillon, se encierra en un velódromo nocturno para correr en bicicleta y conjurar su impotencia frente al crimen. Pero Moll le concede una salida a la oscuridad permitiéndole respirar una bocanada de aire puro.

 


1960 Gabriele Salvatores, Netflix

Documental antiguo, es del 2010, pero antiguo sobre todo porque habla de un lejanísimo año 1960.Han pasado más de sesenta años y lo que Salvatores nos cuenta se puede enunciar como Había una vez… Acabo de escribir documental, y la verdad es que no creo que este film sea un documental ni mucho menos. Es una ficción absoluta, una historia entre autobiográfica e inventada de un año en la vida de un niño del sur de Italia. ¿Por qué se vende como documental? Muy sencillo, porque utiliza imágenes de archivo, imágenes reales, imágenes colectivas que sirven para ilustrar, relatar, imaginar el sueño de este niño y su hermano Rosario, emigrante napolitano en el lejano Milán, como Rocco pero con los hermanos separados. Cuando empiezan a llegar las cartas de Rosario, el niño comienza su sueño, su aventura. Y cuando la familia decida ir a buscarlo al paraíso milanés, lo que comienza es un viaje que les llevará a cruzar Italia entera. Y así transcurre el año 1960 en el que Italia se abría a la modernidad, con Visconti y De Sica y Fellini como abanderados; con los Fiat 500 invadiendo las calles; con los primeros bikinis en las playas; con el boom económico. Todo en blanco y negro, todo en imágenes evocadoras que vistas desde España y ahora mismo, se confunden sigilosamente con las propias. Porque la España franquista de 1960 no era tan diferente de la Italia republicana; porque la pobreza y la falta de horizontes que hizo que tantos andaluces subieran a Barcelona, es la misma que llevaba a los sicilianos y napolitanos a irse a Milán; porque el desarrollismo incipiente se parecía mucho en ambos países. Este es un placer añadido a la visión de un film docu ficción que con la música de Domenico Modugno pone banda sonora a los recuerdos de tantas gentes que éramos pequeños entonces, como lo era Salvatores y su ficticio hermano Rosario.

 


L’etoile du Nord, Pierre Granier-Deferre, Netflix

Llevo un par de mese sumergida en las novelas de Maigret y por extensión, en las obras de George Simenon. En este tiempo he buscado y he visto muchas adaptaciones al cine, la mayoría decepcionantes. Pero esta no. Esta la descubrió Ramon y fue una sorpresa. Es una película francesa de 1982, nada menos que de hace cuarenta años. La protagoniza Philippe Noiret y Simone Signoret y aparece una jovencita rubia, Fanny Cottençon, que le robaría el corazón a Vicente Aranda cuando la convirtió en Fanny Pelopaja. El film adapta muy libremente la novel Le locataire publicada en 1934. La acción comienza en el exótico Egipto. En el barco que le lleva de Alejandría a Marsella, Edouard Binet, es decir Philippe Noiret, conoce a la joven Sylvie, y al rico hombre de negocios Nemrod Lobetoum. La fatalidad, el destino o simplemente la estupidez, lleva a Edouard a matar a Nemrod a bordo del tren Etoile du Nord. Sylvie se ve obligada a ayudarle y le ofrece refugio en casa de su madre, una modesta pensión de barrio en Charleroi cerca de Bruselas, donde Madame Baron, con el rostro hermoso y cansado de Simone Signoret, controla su pequeño mundo. Es en esta casa, de la que rara vez sale, donde Edouard ejerce toda su fascinación envolvente contando historias misteriosas de Egipto y su amada, una famosa cantante. Lo importante no es como acabe esta aventura, lo que hace del film algo especial, es el encanto entre ingenuo y seductor de Noiret en plena química con el austero placer de Signoret que los une casi sin darse cuenta. No sé si se llego a estrenar en España, en todo caso, yo no la recuerdo. Tampoco conozco la novela que, creo, no se ha publicado en castellano. Pero el film me ha encantado, con su aroma a aventuras exóticas y el olor a coliflor que casi se siente en esa cocina en la que el inquilino y la casera intercambian conversaciones.

 

EL RINCÓN DE LA EMOCIÓN



La tarde del 1 de enero vimos el Concierto de despedida de Joan Manuel Serrat el 23 de diciembre en el Palau Sant Jordi de Barcelona que retransmitió TV3 y se puede recuperar en la web de la cadena. No sé qué nos llevó a querer verlo más de una semana después de su emisión y tras leer ríos y ríos de tinta digital sobre lo que había sido. Quizás la necesidad de celebrar que se había acabado un año malo con un concierto de despedida que en ningún caso fue triste; o el deseo de que el año que empieza esté lleno de esa luz y alegría que transmitía Serrat. En todo caso, fue una elección feliz que nos reconcilió con el mundo y nos llenó el alma de emoción viendo a alguien lúcido, brillante, emotivo, vital e inteligente, despidiéndose de una etapa de su vida que ha durado casi sesenta años.

Ya desde el principio estaba claro que aquel no iba a ser un concierto como los demás. Serrat saludaba al público con un elocuente. Bona nit senyores, senyors i… gent imparcial, que resumía en una frase un pensamiento que en este 2022 se ha convertido en dogma. Hay señoras, hay señores y hay… gente imparcial. Bien para empezar. A partir de ahí se fueron sucediendo las canciones y, mientras las escuchaba y las disfrutaba, me di cuenta de tres cosas. Una, que nunca le había concedido a Serrat la importancia que se merecía como poeta, como cantante. Mal por mi parte, La otra, que sus canciones eran auténticas historias en miniatura contadas y cantadas desde la cercanía de lo cotidiano, y que en ellas se escondía un aliento poético sin duda, pero también una manera de ver el mundo mucho más libre y desprejuiciada de lo que estanos acostumbrados en estos tiempos de corrección política. Y una tercera cosa me llamo la atención: eran canciones políticas, entendiendo la política como la voz de la gente frente a la voz de los que mandan. Pensaba como se sentirían los políticos que asistían al concierto ante esas letras aparentemente banales. Fue una delicia ver ese desfile de canciones en catalán y en castellano, sin complejos, sin miedos, demostrando que este país, Catalunya, es un país abierto a los horizontes de ese Mediterráneo que es ya un himno de todos. Canciones que evocaban momentos de mi vida, canciones que provocaban recuerdos, canciones que desconocía por completo. Todas eran preciosas, todas eran emocionantes. Y Serrat aguantó hasta el final, hasta quedarse solo en el escenario con su guitarra y despedirse de ese espacio, no de la música, porque por suerte no se despide de la creación, ni de la escritura. Dejar los escenarios no quiere decir jubilarse. Gentes como Serrat no se jubilan nunca.

Este es el enlace del concierto de Serrat en TV3

https://www.ccma.cat/tv3/alacarta/programa/joan-manuel-serrat-el-vici-de-cantar/video/6194141/


Ramon, además de ser un gran pintor es muy buen fotógrafo, sabe mirar el entorno y encontrar la imagen más inesperada. Este año que empieza., alternaré el regalo semanal de cuadros y dibujos con fotos suyas que me gustan mucho.




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