viernes, 26 de agosto de 2016

BARCELONA Y ALLEN (POR SEPARADO)



Esta última semana de agosto en la que casi no hay películas para ver y la gente todavía no ha vuelto, me he dedicado a viajar por la ciudad. Es algo que me gusta mucho. Lo aprendí de mi madre que siempre decía: “La mejor forma de conocer una ciudad es coger un autobús y llegar al final del trayecto, luego empezar a volver a pie”. Así descubrió Barcelona cuando vinimos a vivir a España. Claro que entonces la ciudad era un poco más pequeña y se podía volver a pie. Ahora cuesta más esa hazaña. El domingo pasado me fui a buscar una de las líneas nuevas que cruzan Barcelona, la H10, que va de Badal en Sants a Badalona. El recorrido dura más de una hora. Yo lo hice en sentido Badalona. Fue muy interesante porque pasa por varias ciudades en la ciudad: la Barcelona popular de Sants, la Barcelona burguesa y comercial del Ensanche, la Barcelona turística de la Sagrada Familia, la Barcelona obrera de la Meridiana y luego, otras ciudades, Sant Adrià, y Badalona. Me lo pasé muy bien en esta excursión urbana. Era muy interesante ver los cambios de arquitectura en los distintos tramos, incluso los cambios de pasajeros. Llegué a Badalona y estuve un rato paseando, no con la intención de volver andando, pero si para conocer una zona urbana que no tenía ni idea como era.
Esto de recorrer la ciudad me viene también de mi pasado como geógrafa urbanista y más recientemente, por el trabajo que hice el año pasado con los localizadores que se publicó en forma de libro y e-book Scouting in Catalonia. Haciendo ese libro descubrí una Catalunya y una Barcelona inesperada, distinta, llena de matices y de posibilidades.

Quizás por eso me  ha indignado tanto leer esta noticia:
Los búnkers del Carmel dejarán de ser un escenario de película. El gobierno de la alcaldesa Ada Colau pretende restringir las grabaciones comerciales en el mirador del Turó de la Rovira a fin de apaciguar su creciente popularidad. La idea del Ayuntamiento es que este lugar únicamente acoja filmaciones que traten principalmente sobre su alto contenido histórico. “Queremos propiciar un uso responsable y sostenido de este lugar –dice Mercedes Vidal, la concejal del distrito de Horta-Guinardó–. Estudiaremos con mucha atención qué rodajes autorizamos. Queremos que las filmaciones que se lleven a cabo en el Turó de Rovira se centren en su historia, que tengan un carácter cultural y una fuerte vinculación con la memoria que representa. Este lugar no se merece ni el olvido ni la sobre ocupación”
Lo que me indigno más fue la prepotencia de frases como ésta: “Que este lugar únicamente acoja filmaciones que traten principalmente sobre su alto contenido histórico; Queremos que las filmaciones que se lleven a cabo en el Turó de Rovira se centren en su historia, que tengan un carácter cultural y una fuerte vinculación con la memoria que representa”, frases que parecen sacadas de un manual de censura del franquismo. ¿Quién es el ayuntamiento para decidir que se puede y no se puede rodar? Sus competencias son, en todo caso, de otro tipo, administrativas, económicas, pero ¿de contenidos? Por favor, ¡hasta ahí podíamos llegar!

(la foto del Turó de la  Rovira es de Jaume Jordana, uno de los localizadores con los que trabajé en el libro)

Por otro lado, me parece una idea bastante tonta pensar que algunas películas (¡ojala fueran más¡) y algunos anuncios, incrementan la afluencia de personas a la zona de las baterías del Carmelo. Es una solemne estupidez que viene a sumarse a las muchas que en materia de cine se cometen en esta ciudad y este país, el grande y el pequeño. Es no entender nada de la relación del espacio con el cine y de la importancia de impulsar Barcelona como lugar de rodaje más allá de los cuatro tópicos de Gaudí, la Sagrada Familia y Las Ramblas. El turismo de masas estúpido y borreguil no se reduce por imponer una censura para los rodajes. El ayuntamiento no entiende que lo que potencia la ciudad, y además le puede dar mucho dinero, es que se den facilidades para rodar en sus calles, en sus espacios y cuanto menos conocidos y alejados del tópico mejor. Una ciudad puede y debe ser un gran escenario donde contar historias. Y una de las mejores cosas que te pueden pasar (en Roma lo he sentido hace nada) es pasear por ella y reconocer un rincón, una fuente, un arco, una puerta, más allá de los mas folclóricos y tópicos  lugares que se identifican como postales.
Barcelona debería replantearse su política de permisos para rodar. Dar más facilidades garantizando la convivencia con los vecinos. Una convivencia que en el caso del Turó de la Rovira no rompen ni los rodajes ni la gente que sube a ver la ciudad desde allí y a disfrutar de una tarde de verano o de invierno (yo vivo al lado y lo sé), Lo que debería hacer el ayuntamiento es prestar un poco más de atención a los vecinos, cuidar un poco más el barrio, y sobre todo dar ejemplo de que el civismo, la solidaridad y el respeto con el entorno y sus gentes son imprescindibles. No empezar prohibiendo cosas.
Si quieren ver el ebook de Scouting in Catalonia, publicado por la Catalunya Film Comission de la Generalitat de Catalunya, por encargo de Carlota Guerrero, este es el enlace





Allen y el beso en la frente

Se ha estrenado la última película de Woody Allen, Café Society. Es de las que me gustan. Dentro de la filmografía de Allen hay una especie de sub apartado nostálgico por los años 30 que suele darle muy buenos resultados. En este caso, la nostalgia es por un Hollywood  dorado y un Nueva York plateado. Dos mundos, dos ciudades, que ya no existen y que son irreconciliables, tanto en el pasado como en el presente. Creo que esta es la película más triste de Woody Allen en mucho tiempo. Está toda ella teñida de desesperanza, y también, y eso es de agradecer, no tiene ningún dramatismo. Pero no hay nada más descorazonador que ese beso en la frente que Bobby le da a su esposa Verónica cuando está pensando en Vonnie. Con los años Allen ha conseguido que sus películas parezcan ríos que fluyen tranquilos, sin cascadas, rápidos o estancamientos. Es eso quizás lo que más me gusta del Allen post Vicki Cristina, por cierto, el tipo de película que nunca se preocupó de averiguar que Barcelona es algo más que Gaudí y las Ramblas.

viernes, 19 de agosto de 2016

ANIMALES/HUMANOS


Animales
Cada mañana leo en un libro de frases de León Tolstoi las que corresponden al día en que estamos. No siempre son interesantes, pero a veces me sorprenden a mí misma. Por ejemplo, una del 15 de agosto:
“Todas las argumentaciones contra el consumo de carne, por convincentes que sean, carecen de significado en relación con el hecho de que los animales poseen el mismo espíritu vital que existe en nosotros. Deberíamos pensar que, al arrebatar la vida a un animal, cometemos algo cercano al suicidio.” (Tolstoi)
Leí esta frase al día siguiente de acabar de ver una serie en Netflix que se llama ZOO. En la serie, los animales han desarrollado una extraña mutación que les permite comunicarse entre diferentes especies, emprendiendo una batalla contra esos depredadores estúpidos que caminan en dos patas, es decir nosotros. Los animales, –leones en África, murciélagos en la Antártida, ratas en una isla, perros y gatos, cebras y camellos–, comprenden que ya no hay una especie superior y deciden imponer su ley. Es una serie muy entretenida, con imágenes impactantes y un guión bien construido que deja con ganas de saber más. De momento solo hay una temporada, espero que pronto estrenen la segunda.
Pero como las coincidencias (la frase de Tolstoi, la serie de Netflix) nunca vienen solas, hubo un tercer hecho sorprendente. Pocos días antes de empezar a ver la serie, leí el primer libro de John Irving, Libertad para los osos. Un libro escrito en 1968, ambientado en Austria, con una reflexión sobre la historia reciente de Europa y con una idea fija: liberar a los animales del Zoo de Viena, hecho al que se entregan  con pasión y un desastroso resultado Siggy y Graff. Novela casi juvenil, extraña, poco ortodoxa y no demasiado políticamente correcta, (no sé si ahora mismo alguien se habría atrevido a publicársela) este libro enlaza directamente con la serie y justifica plenamente la frase del escritor ruso.



Humanos
“Todas las personas comparten el mismo origen, están sujetas a la misma ley y fueron creadas para el mismo propósito”. (G Mazzini) Esta otra frase del mismo libro de Tolstoi me sirve también para hablar de Human, el documental de creación antropológica de Yann Arthus-Bertrand que se ha estrenado en salas en su versión extendida después de recorrer la red en diversas versiones. Human quiere ser un retrato colectivo de la humanidad, esa que los animales quieren destruir porque les parecemos estúpidos y depredadores. A través de entrevistas directas filmadas en plano corto y fondo negro, el film repasa los grandes temas que preocupan a la humanidad: la guerra, el hambre, la explotación, el maltrato, la felicidad, el amor, la libertad, la muerte, la represión, la emigración… Entre grupo y grupo de entrevistas el film nos regala imágenes aéreas de la Tierra en toda su belleza, demostrando que nuestro planeta tiene una capacidad estética inabarcable desde la cercanía del suelo. Todo muy bonito, todo muy interesante, todo muy tópico. La verdad es que este film se disfruta más en pequeñas dosis que visto todo junto. Si ves las dos horas y veinte minutos que dura acabas por darte cuenta de que cae en muchos tics. Por ejemplo: casi todas las personas entrevistadas son de eso que hace un tiempo se llamaba el Tercer Mundo, Asia, África, Latinoamérica. Hay algunos norteamericanos (no muchos) y unos pocos europeos. Pero el grueso son rostros surgidos de lo que no es la cultura occidental. Y ese es el otro problema que le veo a este interesante trabajo. Como si fuera un debate electoral cualquiera, los temas que le preocupan son la economía y la sociedad. La Cultura no existe. Echo de menos algunas reflexiones sobre el arte, la música, la literatura y su valor como elemento definidor de la humanidad.  A no ser, claro, que consideremos que el arte aparece en las preciosas imágenes de paisajes de desiertos, tundras nevadas, montañas gigantescas, ríos turbulentos, núcleos urbanos, costas marinas, zonas industriales y selvas salvajes que puntean las entrevistas.
En todo caso, Human es un film que vale la pena ver. Sobre todo cuando se estrene, espero que pronto, en plataformas on line.



Ajedrez
He de confesar que me gusta más el dibujo de Ramon que la película de Edward Zwick, El caso Fisher. Pero eso no significa que no piense que tiene interés. No entiendo nada de ajedrez, de pequeña jugaba un poco a lo tonto, sé mover las fichas y me gusta la idea del juego de los castillos, o juego de tronos, que encierra la lucha de los blancos con los negros;  con su rey, su reina, sus torres, sus caballos, sus peones y sus alfiles, llamados bishops, obispos, en inglés. Pero no voy más allá.

Por eso la película me gustó o me interesó no por el trasfondo del juego y su reto a la inteligencia, sino como  retrato de una obsesión. El que esté basado en personajes reales, Fisher y el ruso Boris Spassky, no la convierte en un biopic sobre el campeón del mundo. En realidad la historia se centra en el crucial año 1972 cuando se produjo la llamada partida del siglo, el juego número 6 del enfrentamiento entre el ruso y el americano que convirtió a Fisher en campeón del mundo. Antes de esa partida, hemos visto como un niño superdotado para el ajedrez se convertía en un ser obsesivo, con una hipersensibilidad a los ruidos y la manía de ser espiado por los rusos y los judíos. Después de la partida, no sabremos casi nada de él. Así que lo que cuenta es lo que pasó en Reikiavik ese mes de agosto de 1972, en plena guerra fría y con los dos jugadores utilizados como peones por sus respectivos gobiernos. Si la miramos como un film político, El caso Fisher adquiere una dimensión interesante; si la miramos como un film sobre el ajedrez, seguramente decepcionará a los seguidores de este juego. 

sábado, 13 de agosto de 2016

VERANO DE HORMIGAS


(dibujo del natural, es mio, Ramon lo habría hecho mucho mejor)
Tengo hormigas en la cocina. Supongo que como media humanidad (o la humanidad entera). Tengo hormigas y las detesto. No me importa matarlas. Me cuesta mucho matar animales, incluso arañas. Si me encuentro alguna por casa, intento rescatarla y sacarla al jardín. Pero las hormigas no. Las mato sin piedad y sin remordimientos. No me gustan y me dan miedo. No puedo evitar pensar que algún día, por una extraña mutación, se convertirán en gigantescos monstruos fórmicos. Como los de una película que se solía reponer todos los veranos y que me asustaba muchísimo, Them, La humanidad en peligro, en la que enormes hormigas mutantes a causa de una explosión atómica se dirigían a las ciudades para arrasarlas por completo. Había otra película de hormigas que también se reponía cada verano. Se llamaba Cuando ruge la marabunta y la protagonizaban  Charlton Heston en todo su esplendor y Eleanor Parker en toda su belleza. Aunque lo más importante del film es la marabunta de hormigas negras que avanza como un ejército implacable contra las plantaciones de Heston, yo me acuerdo que había una cosa que siempre me llamaba la atención. Bueno, siempre no. Mientras era pequeña (la veía todos los veranos), me parecía muy raro que ese hombre solitario se negara a amar a esa guapa mujer porque “no era nueva”, y me intrigaba mucho la réplica de ella cuando le decía “un piano afinado y tocado suena mejor que uno nuevo”. Curiosa forma de hablar de la virginidad, cosa que entendí cuando fui adolescente.
Y ya que he empezado a pensar en películas del verano, de esas que se reponían cada año, me acuerdo de más. Las minas del rey Salomón, por ejemplo, con Stanley Granger haciendo de gran cazador y Deborah Kerr de lady inglesa que busca a su marido. También había en esta película un momento que me fascinaba. Cansada de que su pelo largo y rojo sea una molestia en la selva, Lady Curtis decide cortárselo ella misma. El resultado era un coqueto y perfecto corte de pelo rizado que me dejaba perpleja. Cosas del Hollywood dorado. Ahora, le dejarían la cabeza llena de trasquilones, eso sí, muy bien diseñados.
África solía estar muy presente en los cines de verano. Mogambo era una cita ineludible. ¡Qué magnífica película! Con su famoso incesto para evitar el adulterio, pero sobre todo con ese animal lleno de belleza salvaje que era Ava Gardner; Hatari¡ es probablemente la película de aventuras que más me gusta de toda la historia del cine, un canto a la amistad, la solidaridad, el amor la vida libre, el respeto; El último safari, de Henry Hathaway, un director a revisar y del que me encantaría poder ver una retrospectiva completa.
Podría seguir recordando películas del verano. Pero me voy a parar en una que para mi simboliza el verano de cine por excelencia. Siete novias para siete hermanos, de Stanley Donen. No hubo un verano, entre mis doce y mis veinte años, que no la viera. Y aun ahora la reviso de vez en cuando en DVD. Siempre encuentro cosas distintas en esa historia de vaqueros danzarines y damiselas cantarinas. Es un prodigio musical y sus  decorados, esos que a Donen tanto le molestaba porque quería rodar en exteriores y no pudo, se convirtieron con los años en uno de sus mayores atractivos. No lo puedo remediar,  esa película me evoca algunos de los mejores momentos de cine que he pasado en verano. Creo que esta tarde la volveré a ver.
Qué extraño camino he seguido entre las hormigas de mi cocina y las hormigas que no podía haber en ese campo de mentira, hecho de pintura y cartón de Siete novias…  Nunca se por donde acabará saliendo el texto. De momento, aquí está.

De las películas que se han estrenado este viernes hay dos que valen la pena pero que no he visto todavía. El caso Bobby Fisher y Human. De ellas hablaré la semana que viene.


sábado, 6 de agosto de 2016

REGRESO A CASA


(En algún momento de nuestras vidas también tuvimos en casa una edición del Libro Rojo como esta. Por suerte, hace tiempo que la tiramos a la basura)
Hace casi treinta años  (en 1988) descubrimos en Berlín un director nuevo y un cine nuevo. El director era Zhang Yimou, el cine el chino, la película Sorgo rojo. Fue deslumbrante. Hasta entonces, todo lo que sabíamos del cine de la China de Mao era lo que nos llegaba a través de los medios oficiales, perfectamente controlado y enmarcado en el cine de propaganda mas deleznable. Recuerdo un ciclo de Cine de la República Popular China que hicimos en la Filmoteca en enero de 1977. Todas las películas eran musicales exaltaciones del ejército rojo, del Gran Timonel y los jóvenes guardias de la Revolución Cultural que por entonces daba sus últimas boqueadas.
La nueva película de Zhang Yimou, Regreso a casa, me ha recordado esas películas. El ballet donde la pequeña y ambiciosa Dandan quiere interpretar el papel protagonista, me ha hecho pensar en Brillante Estrella Roja, uno de esos títulos chinos de los setenta,  cine de propaganda terrible que sería bueno revisar ahora, casi cuarenta años después.
Regreso a casa parece una continuación no literal de Vivir, el film más duro y crítico de Yimou sobre las consecuencias de la Revolución Cultural que tanto fascinaba a Godard y que dejó China sin intelectuales, profesores y artistas durante más de diez años en los que todos los que tenían algo que ver con la cultura fueron obligados a reeducarse en el campo para olvidar las malvadas influencias occidentales. La Revolución del Libro Rojo es uno de esos crímenes contra la cultura y contra la civilización que ha quedado impune en el mundo. No para Yimou, (1951) ferviente guardia rojo entre 1966 y 1978, años en que abandonó sus estudios para trabajar en una granja “junto al pueblo”. De aquella época de barbarie disfrazada de Libro Rojo, Yimou ya dejó constancia en Vivir y ahora vuelve en Retorno a casa.
Quizás este nuevo trabajo no tenga la carga de denuncia crítica que tenía el anterior. Pero en cambio transmite una intensidad emocional y una sensibilidad muy especial respecto a esas historias pequeñas, anónimas, ingenuas, dulces y tristes que en el fondo, son las que conforman la gran Historia con mayúsculas. El amor de Lu Yanshi, el profesor represaliado que vuelve a casa tras quince años de reeducación, por su amnésica mujer Feng Wanyu, espléndida Gong Li a pesar del envejecimiento de su personaje, es un buen espejo donde ver reflejado el daño que hacen en la vida de la gente común las decisiones políticas que se toman en los palacios de gobierno. Especialmente si quien las toma se considera a sí mismo El Gran Timonel.



Regreso a casa me ha llevado a pensar en Josetxo Moreno. Estaba en Roma cuando Josetxo murió y me he enterado hace pocos días. Quizás  este nombre no les diga nada, pero seguro que muchos lectores y espectadores reconocen la marca GOLEM y la asocian a una de las distribuidoras de cine en versión original más importantes de los últimos treinta años en nuestro país. Josetxo, Otilio y al principio Pedro, eran las tres almas de ese Golem que buscaba las mejores películas para proyectarlas en España. Yo los conocí en Berlín, justamente en ese Berlín de 1988 donde se proyectó Sorgo rojo. En el libro La vuelta al mundo en veinte festivales escribí de esa sesión:
Aún no nos habíamos acostumbrado a que el cine ruso fuera diferente, cuando nos llegó una nueva sorpresa: China, el gigante rojo-amarillo, también se despertaba cinematográficamente hablando. El primer aviso lo dio Zang Yimou con Sorgo rojo. En el momento de su proyección nadie sabía muy bien como traducir Hong Gaoliang, pero sí sabíamos que estábamos ante un fenómeno de grandes dimensiones. Desde entonces, el cine chino no ha parado de ofrecer nuevas y sorprendentes películas con una constante renovación de sus directores. Recuerdo que en el primer pase del film, una fría mañana de febrero, había muy poca gente en la sala del Zoo Palast. Las películas chinas, por lo general, espantaban al personal. Pero en cuanto los que la vimos dimos la señal de atención, las siguientes sesiones de Sorgo rojo se llenaron hasta la bandera. Su éxito se reflejó en el palmarés y Zang Yimou ganó un Oso de Oro.
Uno de los que vio la película conmigo fue Josetxo, de Golem. Le gustó tanto que no dudó ni un segundo en comprarla para su distribuidora. Fue uno de sus grandes éxitos, la película que los puso definitivamente en el mapa de los mejores distribuidores de Europa.
Desde entonces coincidí muchas veces con ellos en los festivales. Josetxo sobre todo tenía una gran curiosidad y no dudaba en preguntarnos a los críticos en quienes confiaba, si habíamos visto alguna película interesante. Cené muchas veces con ellos, hablé mucho de cine. Gracias a ellos  llegaron a nuestras pantallas películas de Guédiguian, Haneke, Lars von Trier, Ang Lee, Kitano, Kore-eda… Saber que Josetxo ha muerto a los 62 años de edad, cuando aún le quedaban tantas y tantas películas por descubrir, me llena de tristeza.  Le vamos a echar mucho de menos. Los amigos y los espectadores.

JASON BOURNE
Lo confieso, soy fan total de la saga Bourne, soy fiel seguidora de ese James Bond de la guerra cibernética, ese espía que intenta no perder de vista el factor humano y hacerlo prevalecer sobre la tecnología que controla, dirige, organiza, manda. Soy fan de las cinco películas, pero sobre todo de las tres que ha dirigido Paul Greengrass. La historia de este espía sin memoria, asesino al servicio de un programa infernal diseñado con muy malas intenciones, es apasionante. Las tres son excelentes, pero en este último episodio, Greengrass alcanza un nivel tan sofisticado de  montaje que convierte a la película en una lección de cine. La primera gran secuencia del film, la que sucede en paralelo entre los enfrentamientos populares en una Atenas herida por la crisis económica, con una muchedumbre que lucha contra la policía casi con las mismas armas que podían tener en el siglo XIX y una gran sala de operaciones la CIA en Langley, Virginia, desde la que se controla toda la situación hasta el último detalle, buscando una aguja en un pajar y encontrándola, es un prodigio de montaje cinematográfico que pone los pelos de punta ideológicamente. La privacidad ha desaparecido del todo. El Gran Hermano, da igual el color de quien lo maneje, nos vigila a todos. Solo nos queda el factor humano. Y esa es la mejor arma de Bourne/Matt Damon que en este caso cuenta con la ayuda de una agente de la CIA, experta en informática de la que nunca sabremos si puede o no puede fiarse, un personaje que interpreta Alicia Vikander de la que no puedo menos que ofrecer eso que en Fotogramas se llama: parecidos razonables.