sábado, 29 de agosto de 2015

INADAPTADOS

Inadaptado, da.
adj. Que no se adapta o aviene a ciertas condiciones o circunstancias. 

Esta es la definición de la palabra inadaptado en el Diccionario de la Academia. Una palabra que se adapta (¡qué bien, me ha salido una frase contradictoria!) como un guante a los personajes de varias películas que se estrenan esta semana.




(a veces me salto mis propias reglas, hoy es una de esa veces: estas son dos fotos de Papusza)
1. Inadaptada es Bronislawa Wajs, Papusza, la primera mujer gitana que escribió poesía en una Polonia dominada por las intolerancias de todo tipo que han perseguido a ese país a lo largo del siglo XX. Primero la de su propia gente, que no entendía porque esa niña se empeñaba en aprender a leer y a escribir; después la de los nazis, dispuestos a eliminar la raza gitana de la faz de la tierra, igual que habían hecho con los judíos; luego la de los comunistas, que consideraban a los gitanos poco menos que animales. Esta película hermosa en sus imágenes y dura en su historia, tiene el mérito de hablarnos de una escritora absolutamente desconocida aquí y me atrevo a decir que en muchos otros países. La ignorancia de las culturas europeas más allá de Francia, Inglaterra o Alemania es algo que nos debería hacer enrojecer. Pero no me voy a lamentar por eso cuando la mayoría de nuestros estudiantes no han leído a los clásicos castellanos o catalanes y muchos se creen que todos nacieron en la Plaza Cataluña.

2. Inadaptados son los protagonistas de Un día perfecto de Fernando León. Inadaptados que han sabido canalizar su inadaptación hacia  la ayuda humanitaria. Si no estuvieran metidos en esta aventura tintinesca aunque trágica (no sé porque me ha salido lo de tintinesca, pero ha sido involuntario, así que lo dejo) estos aventureros serían delincuentes ellos, monjas ellas. Pero su incapacidad para vivir en la absurda normalidad del día a día cotidiano, les ha llevado a vivir la absurda anormalidad de las zonas en conflicto donde se empeñan en intentar lo imposible: por ejemplo, conseguir una cuerda para sacar un cadáver de un pozo. Le agradezco muchísimo a Fernando León que haya planteado esta historia desde el humor, desde la distancia, sin dramatismos innecesarios, pero sin eludir la sordidez de la guerra fratricida. Y sobre todo, le agradezco que haya reunido un grupo de actores que parecen haber nacido para ser Mambru, B, Sophie y Katya.

3. Inadaptada es Ricki, la veterana cantante de rock duro (no quiero escribir vieja, o mayor, adjetivos que no le cuadran a la vitalidad, belleza y energía de una Meryl Streep que acaba de cumplir 66 espléndidos años).Ricki no ha tenido una vida fácil porque no ha querido. Tenía un sueño y peleó por él aunque en el camino se dejara retazos de sentimientos muy importantes. Y sin embargo, al final y eso es lo que me gusta de este tranquilo melodrama, es que su conservadora rebeldía, su inadaptación, acaba triunfando e imponiéndose ante la estrechez de miras de los que nunca fueron inadaptados. Chapeau por Mamie Gummer, digna hija de su madre dentro y fuera de la pantalla. Ambas merecen el Oscar aunque solo sea por soportar esos horribles peinados.

4. Inadaptada es Sun, la anciana mujer china que después de 22 años en Inglaterra todavía no ha aprendido ni una palabra de inglés. Y sin embargo, eso no le impide enamorarse de un vejete divertido que conoce en la residencia donde vive y al que no comprende mas que por gestos. También es un inadaptado Richard, novio del hijo muerto de Sun, empeñado en  comunicarse con ella. Pero Richard cometerá el error más grave que se puede cometer: pensar que las palabras son el mejor vehículo para comprenderse. Cuando Sun empieza a entender lo que se dice, empieza a despreciar a quienes lo dicen. Gran lección la de Lilting, del coreano Hong Khaou. La lengua no solo no rompe barreras, las crea. El idioma separa y diferencia; los gestos, las miradas, los sentimientos no necesitan traducción.

5. Inadaptada es Perrin, la triste profesora de música que en Las sillas musicales se encuentra de pronto arrastrada a vivir la vida de otro después de provocar un estúpido accidente. La morosa tranquilidad de la provincia francesa, es el marco perfecto para que Perrine salga de su caparazón. Gracias, en parte, a la ayuda de una divertida Carmen Maura, ama y señora de una muy particular residencia de ancianos que se llama Porca Miseria.

Y creo que ya no hay mas inadaptados en las pantallas. Fuera, empezamos a  estarlo o serlo todos un poco.


jueves, 27 de agosto de 2015

TRISTES NOTICIAS

Esta semana hay tres noticias que me producen una enorme tristeza.
1
La campaña de destrucción del pasado más antiguo emprendida por el Ejército Islámico en Palmira, tras lo que ya hizo en Irak y en otros lugares, solo se puede calificar de asesinato de la cultura, de la civilización. Cuando una parte de la humanidad es incapaz de comprender que el pasado nos sostiene y nos lleva hacia adelante; cuando en nombre de la ideología, la religión, el nacionalismo o la simple barbarie se quiere eliminar los vestigios de una historia que es la de todos, se está cayendo en uno de los más horrendos crímenes de la humanidad: modificar la historia en función de los deseos de unos pocos para controlar y manipular ese pasado únicamente en beneficio de los intereses de los que se creen  poseedores de la única verdad. Asesinar al arqueólogo responsable de las ruinas de Palmira es algo espantoso; volar los templos milenarios de Baalshamin, como los Budas hace ya tantos años, es algo bochornoso y que nos sume en la más terrible de las eras negras. Especialmente  cuando desde Europa no se hace nada para evitarlo y se mira de reojo condenándolo pero en realidad no haciendo casi nada para evitarlo e incluso permitiendo que algunas ideas semejantes crezcan en su propio seno.Borrar una parte de la historia común, reescribirla al  gusto de quién controla la educación, negar lo que no interesa y construir una ficción nueva que se ajuste a los deseos de unos pocos es, desde luego, muy diferente que volar un templo, pero en el fondo, no está tan lejos: la ideología que hay detrás de ambos hechos es muy parecida.

2
China hace aguas y si el gigante del este se hunde se llevará buena parte de nuestro mundo, de nuestra forma de vida, de nuestra civilización. Los chinos consiguieron, con el permiso de la comunidad internacional, cuadrar el círculo de la perversión uniendo el capitalismo más salvaje e incontrolado, el que tiene menos respeto por la vida,  la naturaleza y la gente, con el comunismo más feroz e intransigente, el que se apoya en un control férreo de la población reducida a simples productores que pueden ser manipulados como si fueran robots. El accidente en la fábrica de Tianjin es la prueba de esta horrible combinación: falta absoluta de seguridad y condiciones de trabajo en aras de una más rápida y conveniente explotación: resultado, muertos, heridos y una zona devastada por la contaminación química. A eso se suma el caos en la bolsa en China que amenaza con arrastrar en su caída en picado a otros mercados internacionales. 
En Europa hemos dejado impunemente a los chinos que nos colonizaran lenta y silenciosamente, que acabaran con un tejido de relaciones basado en los comercios de barrio, que devaluaran sin  ningún rubor la calidad de los productos que nos vendían. El resultado inmediato fue que todo era más barato (y más malo, también) pero el resultado a la larga es que si China se hunde y deja de abastecer estos comercios que como un cáncer se han extendido por toda nuestra geografía se producirá de pronto, un vacío: las tiendas y bares de siempre ya no existen, los chinos ya no servirán. Lo tenemos merecido.

3
La crisis de la inmigración en Europa con fronteras abarrotadas de gente que huye de la miseria, el miedo, la muerte. Es una imagen dantesca o medieval. Murallas levantadas en las fronteras intentando contener una avalancha humana como no se había visto desde hacía siglos. La barbarie, una vez más, es el principal motivo de este éxodo masivo. La barbarie y la falta de contundencia del mundo occidental en atajar comportamientos inhumanos en países que nos caen lejos. Mirar para otro lado cuando se está masacrando a las poblaciones civiles de Oriente Medio y del África Subsahariana no sirve más que para levantar muros de incomprensión físicos y mentales.


Me doy cuenta que en las tres noticias aludo a la indiferencia o tolerancia de  Europa en este cúmulo de despropósitos. Creo que si de verdad existiera una Unión Europea fuerte, algunas de estas cosas se podrían encarar con mas contundencia. Mientras en Europa el único tema dominante sea la economía y el dinero, las cosas no se solucionaran. Soy de las que piensan que hay que luchar y mucho, por construir esa otra Europa de las personas, no de los estados (viejos o nuevos), no de las naciones (reales o inventadas), no del dinero (siempre de los mismos, nunca de todos). Una Europa de la gente y para la gente. De utopías también se vive.

sábado, 22 de agosto de 2015

ALAIN RESNAIS


Estoy leyendo un libro que me gusta mucho. Se llama Pequeño Grande y es de John Crowley. Es un libro que tenía en casa desde hace años. Creo que lo compramos a principios de los años noventa. Pero no lo había leído, hasta que, hace unos días, de repente “me llamó”. Y respondí a la llamada. Cuando  me disponía a escribir esta entrada del blog dedicada a Alain Resnais, me saltó de sus páginas una frase: “Lo que quizás aprendes al envejecer es que el mundo es viejo, muy viejo. Cuando uno es joven, el mundo le parece joven. Es eso, nada más”.
No sé porqué Resnais me hizo recordar esta frase. Quizás porque era viejo muy viejo, como su mundo, pero no como su cine. Me di cuenta de que en realidad, cuanto más viejo se hacía Resnais, más joven se hacía su cine. Como en el caso de Rohmer, Resnais, que tenía 92 años cuando murió y 91 cuando rodó su última película, este Amar, beber, cantar que se estrena esta semana, era cada vez más joven en su manera de enfrentarse al trabajo.
Creo que si miramos su filmografía, sus primeras películas, aquellas que causaron estragos entre la progresía del momento, como El año pasado en Marienbad, o Muriel (Hiroshima mon amour es otra cosa, es más una película de Marguerite  Duras que suya) se han quedado viejas, muy viejas. Y las que hizo en los años sesenta, La guerra ha terminado, Te amo, te amo, ya eran viejas cuando se filmaron. En cambio, a partir de Smoking/Non Smoking, Resnais empezó a rejuvenecer su cine a medida que su cabeza se llenaba de cabellos blancos. La intensa relación con el teatro entendido no como un escenario quieto, sino en movimiento, el uso de los decorados, de la música como instrumento narrativo, trabajar con un grupo estable de actores que iban creciendo a su lado, haciéndose mayores, todo contribuía a que las películas de Alain Resnais fueran cada vez más personales, únicas, diferentes. Inclasificables y no siempre del gusto de todo el mundo.
Amar, beber, cantar es su última película, pero no es un testamento. Resnais había renunciado hace mucho a hacer testamentos. Vivía y disfrutaba con la urgencia de quién sabe que cada día es un regalo mas que hay que aprovechar al máximo. Y su manera de aprovecharlo era haciendo cine desenfadado y sencillo como este. Pero lleno de sutilezas en los pliegues que no se ven a primera vista pero hacen que la tela, el film, sea lo que es. Tres parejas mayores, un amigo ausente al que todos evocan, un jardín, cuatro estaciones, cambios de luz, decorados de árboles de papel, conversaciones. Y unos enlaces casi documentales de un paseo en coche por caminos rurales que sirven para ligarlo todo junto con los preciosos dibujos de las casas que no existen más que en el deseo de Resnais de representar el mundo –viejo o nuevo– desde su particular punto de vista.  No hace falta más, ni menos.
Otra frase de Crowley me sirve para cerrar este texto de Resnais: “¿Cuál es la única cosa buena del Invierno? … Si viene el Invierno, no muy lejos, tras él, vendrá la Primavera”.

Resnais vivía desde hace años en una eterna primavera.

sábado, 15 de agosto de 2015

AGOSTO


(la foto es de Ramon, el 14 de agosto por la tarde, desde nuestra casa)
Estamos en mitad de agosto y han llegado las tormentas. La playa, de momento, no es un refugio. Hay que aprovechar los recursos que ofrecen las ciudades. Pero, y hablo solo por Barcelona, poca cosa nos ofrece esta ciudad en verano desde un punto de vista cultural. Los museos siguen abiertos, si, pero no hay grandes exposiciones que permitan generar la curiosidad o el deseo de ir a verlas; el teatro, una vez acabado el Festival del Grec, casi ha desaparecido, cerrado por vacaciones; la música se ha ido de excursión a las comarcas ampurdanesas; las galerías están cerradas, las librerías con horarios reducidos. Barcelona en verano parece haberse quedado anclada en el siglo XIX, cuando la burguesía acomodada de la ciudad emigraba a sus casas en la playa o en la montaña y la ciudad se quedaba sin oferta cultural por falta de clientes potenciales, ya que la clase obrera no era, ni mucho menos, consumidora de lo que se consideraba Cultura. De ahí la proliferación de fiestas populares en los barrios que llenaban las tardes y noches de ocio de los que no podían permitirse el lujo de irse de la ciudad. De ahí que el cine fuera, desde siempre, un refugio barato para disfrutar de una tarde de verano.
Bueno, una vez he dejado claro por mi parte la sensación de atraso que produce esta ciudad colonizada por el turismo y vaciada de ofertas interesantes que no sean las que uno mismo se fabrica paseando por lugares inesperados o leyendo libros deseados, me refugio yo también en el cine. Una salas que no hacen grandes esfuerzos por atraer al personal con su programación, pero que sin duda tienen atractivos de varios tipos.

De las películas estrenadas la semana pasada hay dos interesantes.
Les combattants, de Thomas Cailley, se puede ver como unos Juegos del hambre de autor y europeos y disfrutarla con su lado de historia de amor absolutamente heterodoxa; pero también y eso la hace más interesante, se puede ver como una metáfora de la lucha por salir adelante de una juventud que ahora mismo está buscando reglas nuevas de convivencia que le permitan enfrentarse a una crisis del sistema de vida para el que se suponía les habían educado. En ese sentido, las dos partes de esta película son ejemplares: en la primera, Madeleine y Arnaud utilizan las armas de siempre, un campamento militar donde se enseña la supervivencia; en la segunda, Madeleine y Arnaud descubren que son capaces de crear nuevas reglas y de apartarse de lo establecido. Quizás quiero ver más de lo que hay en esta película juvenil y fresca, pero para eso está la mirada, para ver lo que se quiere ver.

Mi casa en París, del veterano Israel Horovitz, es una película antigua en todos los sentidos. Y ese es su encanto. Tiene esa especie de olor a alcanfor que se produce cuando abres un armario en la casa de unos abuelos desaparecidos muchos años atrás. Mi casa en Paris es una obra de teatro con cuatro personajes: un americano maduro y desencantado, una anciana libre y con unos ojos llenos de vida, su hija, una mujer guapa que ve cómo pasan los años sin dejar huella en su alma y una casa en París, con un jardín escondido en pleno barrio de El Marais. No es un film memorable, pero si es una de esas películas que se ven  con gusto gracias en gran parte a Kevin Kline, Maggie Smith, Kristin Cott Thomas, los tres espléndidos en sus personajes.




(un gato blanco de Ramon que le gustaría al señor Manglehorn)

De los estrenos de esta semana quiero destacar uno. El señor Manglehorn. En primer lugar porque es un recital del mejor Al Pacino de los últimos años, sobrio, melancólico, mayor, pero no viejo (Pacino tiene 75 años). Pero no solo por eso, que ya es bastante. Hay en esta extraña película cosas inquietantes y muy sugerentes. Por ejemplo, el señor Manglehorn es cerrajero. Abres puertas, crea llaves. No es una profesión inocente. El personaje no tendría la misma calidad de cuento si fuera zapatero o fuera carpintero (tendría otras, igual de interesantes, pero no ésta).  El señor Manglehorn tiene las llaves para abrir lo que está cerrado. Todo, menos su corazón que permanece encadenado por un amor perdido de juventud que es un muro de separación del mundo. Pero hay más cosas: las abejas por ejemplo. Las abejas viven debajo del buzón de correos del señor Manglehorn. Cada vez que lo abre esperando encontrar una carta de Clara y descubriendo que lo único que hay es sus propias cartas devueltas, Manglehorn debe evitar ser picado por las abejas. Curioso.  Más cosas. Manglehorn tiene una gata que se esconde en los armarios y que está enferma. El adora a este animal y cuando decide llevarlo al veterinario donde descubrirá que es lo que atormenta al pobre animal, atraviesa un espacio de pesadilla y de ensueño, de destrucción y de apocalipsis. Como en todos los cuentos, hay en éste una princesa a la que hay que salvar, una dulce Holly Hunter que deja ir su cabellera rubia para que el príncipe Pacino atraviese el muro que le separa del mundo.
Me doy cuenta de que, una vez más, me he puesto a fabular sobre lo que veo. Esa es la grandeza del cine, o de la literatura y mucho más de la pintura. Tienen tantos niveles de lectura y disfrute como uno quiera darles. El señor Manglehorn puede verse como la triste historia  de un viejo solitario. Yo prefiero mirar un poco más allá.


sábado, 8 de agosto de 2015

SUGERENCIAS



Hay películas que al margen de su interés por la historia, el género o el espectáculo, están llenas de sugerencias que te remiten a otras cosas, a libros, músicas, o que te hacen pensar en ideas descabelladas quizás no tan alejadas de la realidad.
Eso me ha pasado esta semana con dos films: Ciudades de papel y Misión: Imposible, Nación Secreta.

1
Ciudades de papel es una película basada en una novela de éxito de John Green, el autor de Bajo la misma estrella. A priori no tenía gran cosa para atraerme. Pero… pero si. En primer lugar porque no es una típica historia de adolescentes tontorrones y cursis, es una aventura inteligente de crecimiento y de amistad en donde hay que poner el acento en la palabra aventura.  De todos modos, al margen de que el amor infantil de Q por Margo, que se mantiene durante toda su infancia y adolescencia, nos pueda conmover más o menos, hay tres cosas que tengo que agradecerle a esta película.

La primera es recordarme las canciones de Woody Guthrie, un cantante de folk americano de los años treinta y cuarenta que hacía años, muchos años, que no escuchaba. Al volver a casa después del pase de prensa busqué a Guthrie en Youtube y me pasé toda la tarde acompañada por sus viejas canciones y me volví a emocionar con Jarama Valley, I Ain't Got No Home In This World , o sobre todo con This Land is Your Land:

This land is your land. This land is my land
From California to the New York island;
From the red wood forest to the Gulf Stream waters
This land was made for you and me.

Nobody living can ever stop me,
As I go walking that freedom highway
Nobody living can ever make me turn back
This land was made for you and me

La segunda fue recordarme un libro que me había gustado mucho cuando tenía veinte años y que no había vuelto a mirar: Hojas de hierba, de Walt Whitman. Releer sus páginas, sus hojas, fue refrescante y lúcido porque, al margen de lo hermosos que son algunos de sus poemas, descubrí que una hoja de hierba no es menos que el camino recorrido por las estrellas, me di cuenta de la libertad de un hombre avanzado a su tiempo que en 1855 escribió:

Lleno de vida ahora, concreto, visible,
Yo, de cuarenta años de edad, en el año octogésimo tercero de los Estados,
A quién viva dentro de un siglo, dentro de cualquier cifra de siglos,
A ti, que no has nacido aún, a tí te buscan estos cantos,
Cuando los leas, yo que era visible seré invisible,
Ahora eres tú, concreto, visible, el que los lee, el que los busca,
Imaginando lo feliz que serías si yo estuviera a tu lado y fuera tu amigo;
Sé tan feliz como si yo estuviera a tu lado. (No estés demasiado seguro de que no esté contigo)

La tercera fue la misma idea del título de la película, Ciudades de papel. Las ciudades de papel son esas ciudades que los cartógrafos se inventan para comprobar si sus mapas los copian sin citar su procedencia. Son ciudades que no existen más que en la imaginación, ciudades mágicas, donde cualquier cosa puede suceder porque no están sujetas a las leyes del espacio ni el tiempo. Me parece una idea increíble y muy estimulante. Creo que todos deberíamos tener una ciudad de papel en la que refugiarnos cuando las cosas se ponen feas.

2
Misión Imposible: Nación secreta me provoca otro tipo de ideas, no tan evocadoras. La quinta entrega de la saga imposible me lleva directamente a un tema que me apasiona: el de las conspiraciones internacionales, ocultas tramas y redes urdidas por El Poder (sin nombre, sin patria, sin otro objetivo que controlar el mundo a su antojo). Ethan Hunt se propone acabar con la más peligrosa de estas organizaciones desde la Spectra del primer James Bond. Se llaman el Sindicato y lo que hace que esta historia de comic y serie de televisión reciclado en gran espectáculo entretenido y recomendable, tenga un punto de verosimilitud es que el Sindicato es la perversión de un invento del propio Poder, un invento, como tantos otros reales y conocidos, que se les escapa de las manos. Pero ahí está Ethan/Cruise y sus chicos para salvar al mundo. Lo que no tengo claro es si en la realidad de nuestra historia cotidiana hay algún Ethan que nos vaya a salvar de esa maldita organización que decide donde empezar una primavera/revolución, provocar un accidente de avión, explotar una central nuclear o inventarse una pandemia que mantenga a todo el mundo aterrorizado. 

3
Dos películas más de las estrenadas esta semana son interesantes: Les combattants y Mi casa en París. Pero de ellas hablaré la semana que viene si me lo permiten.




sábado, 1 de agosto de 2015

VERANO

 (dibujo de Ramon para celebrar el verano en  La Casa Grande de Arcos de la Frontera)

No hay gran cosa para ver esta primera semana de agosto, primera de vacaciones, primera del fin de verano. Porque parece que al final el calor agobiante que nos ha tenido aplastados durante más de un mes empieza a dar tregua con algo de fresco. Buena falta nos hace refrescarnos las neuronas ante lo que nos queda de verano. No olvidemos que el otoño empieza el 21 de septiembre, pero el verdadero otoño de nuestro descontento (Shakespeare me perdonará el cambio de estación) empezará un poco después, el 27, y para eso mejor que nos coja descansados y con las pilas cargadas.

Así que, cuando me he planteado de que iba a hablar este domingo de agosto, he pensado que debía escribir de eso tan manido como son las vacaciones. Manido, pero necesario. Tópico pero útil. No para descansar ¿cuánta gente descansa de verdad en agosto de vacaciones? sino para cansarse de otra manera. En familia casi siempre. Por eso y sin seguir ningún criterio determinado sino simplemente lo que me venía a la memoria me he ido de paseo por los veranos de Europa en el cine.

Empiezo el viaje en Lisboa con el marinero de En la ciudad blanca, de Tanner que en el lejano 1983 ya se hacía selfies con una cámara mientras paseaba por el puerto y la ciudad. Han pasado más de treinta años, pero esta película sigue siendo un referente para los que viajan para descubrir(se) en ciudades hermosas.
Camino del este, la siguiente parada es Madrid y ahí me quedo con Hablar, de la que hablé (sic) hace unos días. Oristrell retrata la ciudad una noche de verano en un bario popular donde se resume casi todo lo que puede pasar ahora mismo.
Un AVE  desde Madrid me lleva a Barcelona nit d’estiu, una noche en la que seis parejas jóvenes ven como sus vidas sentimentales cambian radicalmente en una calurosa noche de verano. Hay otra película de noche, verano y ciudad, menos conocida pero muy recomendable,  Lo bueno de llorar, de Matías Bizé.
Un barco nos traslada a Italia. Hay tantas películas de verano en Italia que es difícil saber con cual quedarse. En todo caso yo revisaría dos: Pranzo di ferragosto de Gianni di Gregorio o como conocer una Roma semivacía; y Belleza robada, de Bertolucci, las idílicas vacaciones de los pseudo-intelectuales en la Toscana, el Ampurdán italiano. Dos mundos, dos estilos.
Subiendo por Venecia (Muerte en Venecia, un clásico), cruzando Albania (no sé si hay vacaciones en Albania, me imagino que si) entramos en Grecia. Esa Grecia que  está tan  de moda este verano en el que ha entrado una auténtica fiebre viajera al mundo heleno. Tengo la sensación de que flota en el ambiente la idea de que la cuna de la civilización (la nuestra) está a punto de caer bajo la sombra de ese oriente siempre amenazador, ya sea en forma de turcos o de rusos. En todo caso, de todos los posibles veranos en Grecia me quedo con dos completamente distintos: Mamma mia¡, refrescante musical con una Meryl Streep estupenda y Akadimia Platonos, coproducción greco-germana dirigida por Filippos Tsitos en el 2010 que explica (muy bien) porque los griegos están donde están. El verano se puede pasar de muchas maneras: sentado delante de una tienda en ruinas, viendo a los chinos apoderarse del barrio y a los albaneses trabajando, puede ser una de ellas.
Desde Atenas un tren nos lleva a Viena donde hay que pararse para pasear una noche entera con Celine y Jesse en su primera cita europea, Antes del amanecer. Viena con sus flores y sus princesas es también el verano deprimente y morboso de las películas de Ulrich Seidl, solo recomendables si están realmente muy contentos. Si no, pueden contribuir al suicidio mental.
De Viena hay que ir a Berlín, y ahí encontramos una película que me gusta mucho. Se llama Verano en Berlín, la dirige Andreas Dresen y es la historia sencilla y simple de cómo se puede disfrutar de un verano urbano desde una terraza en la que dos amigas charlan sobre la vida, el amor, los hombres…
No sabía si desviarme en este viaje hacia el norte y caer en el tópico, pero lo voy a hacer. Un verano con Mónica sigue siendo una de esas películas que no envejecen jamás, un canto a la libertad y el amor. Mónica merece el desvío.
Gran Bretaña está ahí mismo al alcance de la mano. Una Gran Bretaña que al norte se llama Escocia y en Escocia pasa una de las películas más bonitas que se pueden ver en estos momentos en las carteleras, Nuestro último verano en Escocia. Las vacaciones familiares suelen ser terribles, estresantes, insoportables.  Los pequeños deben buscar refugio lejos de los problemas de los adultos. Es lo que hacen estos niños que consiguen  vivir un verano de felicidad y despedirse de su abuelo con una auténtica aventura vikinga. Es un film precioso, confortable, tranquilo y sobre todo muy esperanzador: si los niños siguen siendo capaces de cumplir los deseos suyos y de los demás, a lo mejor hay alguna alegría en el horizonte.
Acabo este periplo europeo en Francia. En París hay montones de películas veraniegas, pero no creo que haya ninguna película que resuma mejor la presión obligada de hacer vacaciones de los urbanitas, la necesidad de ser como todos, que la tristísima El rayo verde de Rohmer protagonizado por Delphine y su lamentable soledad.
Y hasta aquí. Felices vacaciones. Yo seguiré, si los temas me lo permiten.