sábado, 1 de agosto de 2015

VERANO

 (dibujo de Ramon para celebrar el verano en  La Casa Grande de Arcos de la Frontera)

No hay gran cosa para ver esta primera semana de agosto, primera de vacaciones, primera del fin de verano. Porque parece que al final el calor agobiante que nos ha tenido aplastados durante más de un mes empieza a dar tregua con algo de fresco. Buena falta nos hace refrescarnos las neuronas ante lo que nos queda de verano. No olvidemos que el otoño empieza el 21 de septiembre, pero el verdadero otoño de nuestro descontento (Shakespeare me perdonará el cambio de estación) empezará un poco después, el 27, y para eso mejor que nos coja descansados y con las pilas cargadas.

Así que, cuando me he planteado de que iba a hablar este domingo de agosto, he pensado que debía escribir de eso tan manido como son las vacaciones. Manido, pero necesario. Tópico pero útil. No para descansar ¿cuánta gente descansa de verdad en agosto de vacaciones? sino para cansarse de otra manera. En familia casi siempre. Por eso y sin seguir ningún criterio determinado sino simplemente lo que me venía a la memoria me he ido de paseo por los veranos de Europa en el cine.

Empiezo el viaje en Lisboa con el marinero de En la ciudad blanca, de Tanner que en el lejano 1983 ya se hacía selfies con una cámara mientras paseaba por el puerto y la ciudad. Han pasado más de treinta años, pero esta película sigue siendo un referente para los que viajan para descubrir(se) en ciudades hermosas.
Camino del este, la siguiente parada es Madrid y ahí me quedo con Hablar, de la que hablé (sic) hace unos días. Oristrell retrata la ciudad una noche de verano en un bario popular donde se resume casi todo lo que puede pasar ahora mismo.
Un AVE  desde Madrid me lleva a Barcelona nit d’estiu, una noche en la que seis parejas jóvenes ven como sus vidas sentimentales cambian radicalmente en una calurosa noche de verano. Hay otra película de noche, verano y ciudad, menos conocida pero muy recomendable,  Lo bueno de llorar, de Matías Bizé.
Un barco nos traslada a Italia. Hay tantas películas de verano en Italia que es difícil saber con cual quedarse. En todo caso yo revisaría dos: Pranzo di ferragosto de Gianni di Gregorio o como conocer una Roma semivacía; y Belleza robada, de Bertolucci, las idílicas vacaciones de los pseudo-intelectuales en la Toscana, el Ampurdán italiano. Dos mundos, dos estilos.
Subiendo por Venecia (Muerte en Venecia, un clásico), cruzando Albania (no sé si hay vacaciones en Albania, me imagino que si) entramos en Grecia. Esa Grecia que  está tan  de moda este verano en el que ha entrado una auténtica fiebre viajera al mundo heleno. Tengo la sensación de que flota en el ambiente la idea de que la cuna de la civilización (la nuestra) está a punto de caer bajo la sombra de ese oriente siempre amenazador, ya sea en forma de turcos o de rusos. En todo caso, de todos los posibles veranos en Grecia me quedo con dos completamente distintos: Mamma mia¡, refrescante musical con una Meryl Streep estupenda y Akadimia Platonos, coproducción greco-germana dirigida por Filippos Tsitos en el 2010 que explica (muy bien) porque los griegos están donde están. El verano se puede pasar de muchas maneras: sentado delante de una tienda en ruinas, viendo a los chinos apoderarse del barrio y a los albaneses trabajando, puede ser una de ellas.
Desde Atenas un tren nos lleva a Viena donde hay que pararse para pasear una noche entera con Celine y Jesse en su primera cita europea, Antes del amanecer. Viena con sus flores y sus princesas es también el verano deprimente y morboso de las películas de Ulrich Seidl, solo recomendables si están realmente muy contentos. Si no, pueden contribuir al suicidio mental.
De Viena hay que ir a Berlín, y ahí encontramos una película que me gusta mucho. Se llama Verano en Berlín, la dirige Andreas Dresen y es la historia sencilla y simple de cómo se puede disfrutar de un verano urbano desde una terraza en la que dos amigas charlan sobre la vida, el amor, los hombres…
No sabía si desviarme en este viaje hacia el norte y caer en el tópico, pero lo voy a hacer. Un verano con Mónica sigue siendo una de esas películas que no envejecen jamás, un canto a la libertad y el amor. Mónica merece el desvío.
Gran Bretaña está ahí mismo al alcance de la mano. Una Gran Bretaña que al norte se llama Escocia y en Escocia pasa una de las películas más bonitas que se pueden ver en estos momentos en las carteleras, Nuestro último verano en Escocia. Las vacaciones familiares suelen ser terribles, estresantes, insoportables.  Los pequeños deben buscar refugio lejos de los problemas de los adultos. Es lo que hacen estos niños que consiguen  vivir un verano de felicidad y despedirse de su abuelo con una auténtica aventura vikinga. Es un film precioso, confortable, tranquilo y sobre todo muy esperanzador: si los niños siguen siendo capaces de cumplir los deseos suyos y de los demás, a lo mejor hay alguna alegría en el horizonte.
Acabo este periplo europeo en Francia. En París hay montones de películas veraniegas, pero no creo que haya ninguna película que resuma mejor la presión obligada de hacer vacaciones de los urbanitas, la necesidad de ser como todos, que la tristísima El rayo verde de Rohmer protagonizado por Delphine y su lamentable soledad.
Y hasta aquí. Felices vacaciones. Yo seguiré, si los temas me lo permiten.




No hay comentarios:

Publicar un comentario