viernes, 26 de enero de 2024

CRIATURAS

 

¡Pobres criaturas desvalidas y fuertes, pobres criaturas en un mundo de reglas que no comparten! Claro que su respuesta en muy distinta, una se impone, la otra…

Pobres Criaturas, de Yorgos Lanthimos

Yorgos Lanthimos me tiene acostumbrada a películas muy poco convencionales, Canino fue una revulsión narrativa, ideológica y cinematográfica que se confirmó con Alps, La langosta y sobre todo El sacrificio de un ciervo sagrado. La favorita en el 2018 me desconcertó un poco, era (aparentemente) más convencional, aunque encerraba una carga de profundidad sobre el poder y la manipulación. Casi seis años ha tardado el griego en volver a hacer un largo. Entre tanto ha realizado tres cortometrajes, uno de ellos protagonizado por Emma Stone a la que conoció en La Favorita y que ha convertido en su imagen femenina preferida. Emma Stone es Bella Baxter, la pobre criatura de este cuento victoriano, perverso y malvado, lleno de humor y de múltiples capas. Por segunda vez en su filmografía, Lanthimos no participa en la escritura del guion que ha confiado a Tony McNamara sobre una novela de Alasdair Gray, un escritor escocés que desconozco pero que no tardaré en leer. La historia de Bella Baxter enlaza con Frankenstein, aunque la criatura apedazada en este caso sea el Godwin, (Willem Dafoe, el mejor rostro para ser deconstruido), el creador de la hermosa y desinhibida Bella, (Emma Stone con sus grandes ojos azules, herencia directa de Bette Davis). El film se divide en varios capítulos en los que conocemos a Bella a God y a Max McCandles, ayudante del médico, perdidamente enamorado de Bella. A medida que Bella crece mentalmente sin cambiar nunca de aspecto, crecen sus deseos de libertad y sus apetitos sexuales. Cuando conoce a Duncan Wedderburn, no duda en fugarse con él. Vale ya no cuento más. Con esto hay suficiente para estimular el deseo de ver un film visualmente provocador, con imágenes de gran belleza, (aunque he de reconocer que me cansó un poco el uso reiterativo del ojo de pez), un vestuario espectacular y una figura femenina impresionante en su complejidad y riesgo. He leído en La Vanguardia una entrevista de Gabriel Lerman con Emma Stone. Con su permiso, reproduzco una de sus respuestas que me parece perfecta: “Simplemente traté de liberarme de la vergüenza y de todos los prejuicios tanto como me fuese posible, porque todo pasó por no hacer, en lugar de por hacer. Obviamente tuvimos que trabajar mucho en cómo ella se iba a mover y en su forma de hablar. También era esencial entender cómo evoluciona a medida que avanza la historia. Pero la clave para interpretarla fue liberarme de muchas cosas porque Bella se mueve por el disfrute y la curiosidad, y no tiene ni vergüenza ni traumas de ninguna clase. Es difícil encontrar un adulto que no haya tenido que lidiar con algún conflicto en su vida y que no haya incorporado alguna respuesta pavloviana a ciertas situaciones, o que no tenga algún prejuicio. Ese fue el mayor regalo de interpretarla, porque Bella no tiene ni traumas ni prejuicios. Simplemente se dedica a descubrir todo lo que le rodea.” Después de conocer a esta memorable mujer/niña, uno se pregunta quiénes son las pobres criaturas en esta película. Sinceramente creo que Bella no lo es. ¿Serán los hombres que la acompañan?

 

Rodeo, de Lola Quivorón

Detrás de este potente nombre se esconde una joven directora francesa que debuta en la ficción con una película inclasificable. Al menos en apariencia. Se la define en la publicidad como una pelicula motomami, y en cierto modo lo es, más allá del fenómeno provocado por el disco de Rosalía. Motomami es una palabra compuesta de Moto, que viene del japonés y significa duro o fuerte y Mami, palabra clave que representa a la mujer. Por lo tanto una motomami es una mujer fuerte. Y no hay duda de que Julie, la Desconocida, es una mujer y es fuerte y además es una enloquecida de las motos Con lo que lo de motomami adquiere un nuevo sentido. Este primer film de Lola Quiviron tiene una solidez inesperada en una mujer tan joven. Retrata un mundo marginal, desconocido, oculto y muy peligroso, el de las carreras de motocros sobre asfalto, auténticos rodeos motorizados, donde los participantes se juegan la vida constantemente. Julie se sumerge en este mundo masculino y brutal en el que tendrá que pelear para conseguir imponer sus reglas y ser respetada Tan solo cuenta con un apoyo, Ophelia, la joven esposa del jefe de la banda de moteros con la que establece una relación de ayuda mutua. Lo mejor de este film que pervierte o utiliza lo mejor del cine de acción contemporáneo, (Fast & Fourious, Mad Max, Furia en la carretera) es que prescinde de la narración convencional. No sabemos nada de Julie, no nos importa, solo queremos seguirla en su locura motorizada y en su malestar con el mundo. Nada es previsible en este film del que siempre estás esperando que pase algo que no pasa. Hasta que pasa. Un debut estupendo tanto de la directora como de la actriz Julie Ledru, un rostro duro de ojos tristes y gran presencia física. 

El regalo de esta semana no sé si es una motomami, pero desde luego no es una pobre criatura.



viernes, 19 de enero de 2024

FLORES

 

La zona de interés, de Jonathan Glazer

¿Pueden las flores ser símbolo del horror? Normalmente asociamos las flores a felicidad, regalo, alegría, recuerdo, despedida o saludo. Pero a veces, solo a veces, también acompañan el horror innombrable. Es ese horror innombrable el que tiñe toda la película de Jonathan Glazer. Su zona de interés es en parte un precioso jardín lleno de flores maravillosas, cuidadas con esmero por una atenta mujer ayudada por silenciosos jardineros. Ese jardín es el orgullo de Hedwig Höss, la aparentemente dulce madre de unos rubios niños que juegan en la piscina y se bañan en el lago, vigilados por unos padres atentos que los cuidan y los quieren. Todo muy banal (es imposible no hacer referencia a Hanna Arendt), todo muy cotidiano, casi un documental, en el que el horror del campo de al lado apenas se intuye, se huele, al otro lado del muro de esa linda casita de familia alemana aria, vulgar y poderosa: la zona de interés. Jonathan Glazer se inspira en una polémica novela de Martin Amis, pero en ningún momento la adapta. A Glazer no le interesa contar una historia, no quiere adentrarse en un melodrama, le interesa por encima de todo observar. Observar esa cotidianidad terrible de los que miran para otro lado, los que saben pero no actúan, o lo que es peor, los que saben pero no les importa mientras ellos tengan su vida confortablemente resuelta. Es ese el horror más terrible de esta película. Ver a Hedwig, encarnada por la magnífica Sandra Hüller, probándose un abrigo de visón al que en su vida anterior jamás habría tenido acceso, o repartiendo prendas de ropa entre sus criadas con total indiferencia, es más hiriente que muchas imágenes del holocausto a las que casi (es espantoso) nos hemos acostumbrado. Glazer observa y para ello plantea su película de una manera inesperada, incómoda. Con la colaboración del director de fotografía Lukas Szal filma esta familia sin que ellos lo sepan. Szal colocó una serie de microcámaras en distintos lugares de la casa con las que registró todo lo que pasaba sin que los actores en ningún momento supieran si estaban siendo filmados o no. Este método, absolutamente innovador que incorpora modos de hacer propios de los realitys, se completa con una música de la compositora británica Mica Levi que nos introduce en el agujero negro (literal, la película empieza con la pantalla en negro y vuelve a apagarse en varias ocasiones) que es esta zona de interés. Solo hay un momento en el que salimos de ese entorno de falsa felicidad: cuando el comandante Rudolf Höss, en la piel del actor Christian Friedel, mira una puerta cerrada y al abrirse esa puerta descubrimos un museos del holocausto con su siniestra memoria de muerte y destrucción. Una memoria que no podemos olvidar, una memoria que hace que Höss acabe vomitando. El vómito del director, del actor, del escritor, de la compositora, de nosotros mismos antes esa banalidad del mal que sigue tan presente en nuestro mundo contemporáneo.

 


Shoa de Claude Lanzmann, Filmin

Esos planos finales de La zona de interés me recordaron de manera inmediata la espléndida serie de Claude Lanzmann Shoa que se puede ver en Filmin. Son cuatro horas de filmación rodadas entre 1970 y 1980 en las que el director hace una auténtica disección del holocausto sin mostrar nunca una sola imagen documental del horror. El césped verde y cuidado que crece en los campos de concentración actuales, los hermosos bosques que escondían el genocidio, los testimonios de los que recuerdan de primera mano esa época, son mucho más evocadores que muchas imágenes. Lanzmann se adentra en la presencia del genocidio judío a través de la memoria de mucha gente que vivía en su propia zona de interés, sin querer enterarse de lo que pasaba ahí mismo, detrás de la verja de sus jardines y casas. Y también de algunos de los “privilegiados” que, como los silenciosos jardineros de Hedwig, consiguieron sobrevivir aunque fuera sufriendo humillaciones. Shoa es el contraplano  terrible de La zona de interés.

 


La floristería de Iris, de Ofir Raul Glaizer

Quizás para aliviar un poco la opresión del corazón que produce el jardín de Hedwig y los bosques de Shoa, valga la pena ver una película pequeña, sencilla, bonita, que conecta con La zona de interés en las flores y el jardín y en el hecho de ser una historia del Israel de ahora mismo. Bueno de ahora mismo no, La floristería de Iris está rodada en el 2022, cuando Israel y Gaza convivían en una relativa, muy relativa, paz y los habitantes de Tel Aviv podían vivir sus propias pequeñas tragedias y amores, indiferentes a lo que pasaba al otro lado de la frontera. Esta es la historia de un triángulo romántico y al mismo tiempo es la historia de una profunda amistad. Eli es entrenador de natación en Chicago. La muerte de su padre, al que no veía desde hace diez años, le hace volver a Tel Aviv donde se encuentra con su amigo de la infancia Yotam. Yotam tiene una novia, Iris, dueña de una preciosa floristería. Esto es el principio de la película, lo que les pasa después es previsible hasta cierto punto, es imprevisible en cierta medida. En todo caso es una historia de amor a tres bandas que funciona en sus silencios, en sus colores, en sus aguas liberadoras, la piscina, el remanso de la cascada, el mar, que a la vez pueden ser espacio de dolor. Iris, Eli y Yotam viven en su propia zona de interés en ese momento. No tengo capacidad para imaginar cómo reaccionarían dos años después ante el ataque terrible del 7 de octubre ni ante lo que está sucediendo en Gaza ahora mismo. Las flores y el jardín, en todo caso, seguro que siguen siendo un refugio.

El regalo de esta semana es una foto de Ramon de las flores de nuestro jardín, flores que nos ayudan y nos acompañan.



sábado, 13 de enero de 2024

DÍAS PERFECTOS

 

La verdad es que no tenemos muchos días perfectos en nuestra vida. Tenemos momentos buenos, felices, tranquilos, pero que duren todo el día, no es fácil. Yo me conformo con tener cada día un momento perfecto. Aunque a veces sí hay días perfectos. Yo recuerdo unos precisamente en Japón. En marzo del 2019, antes de LGP (La Gran Pandemia), cuando el mundo era más habitable (no mucho la verdad) estuve cinco días en Tokio invitada por la Embajada de España y el Instituto Cervantes para dar dos conferencias, una sobre el film Antonio Gaudí de Hisroshi Teshigara y otra sobre un Panorama del Cine Español en el siglo XXI. Fue una experiencia extraordinaria en una ciudad que no se parece a ninguna otra. Tokio es una ciudad de contrastes brutales, entre un mundo del futuro y un mundo del pasado, entre el ritual y lo abigarrado. Descubrí otra cultura que solo conocía por el cine: Ozu y su serena cotidianidad, Mizoguchi y su barroca imaginería, Kurosawa y su mirada shakesperiana al mundo del pasado. Pero, de repente, Tokio era otra cosa. La única guía que sentía podía utilizar eran los libros de Murakami que también se mueven entre la tradición y la ruptura, entre el pasado y el futuro. Fueron días de ciruelos en flor, de paseos por la ciudad, de baños en un Onsen, de restaurantes baratos, de restaurantes caros, de templos y rascacielos. Mi hotel estaba en Roppongi un barrio elegante. Roppongi quiere decir Seis Árboles. Y desde luego los hay. Pero también muchas casas, edificios bastante feos y otros curiosos. Esa es otra característica de esta ciudad. Cada casa es de su padre y de su madre. No hay nada homogéneo. Junto a grandes rascacielos, hay casitas que parecen mexicanas; junto a la Torre de Tokio, un gran templo budista. Heterogénea, esa es una de las definiciones que se pueden dar. En la crónica del viaje que escribí al volver decía: “Reflexiono un poco sobre la ciudad. Me doy cuenta de que no tengo una sensación de exotismo porque en realidad es muy parecida a las nuestras: calles amplias, edificios, tiendas, metro, gente que va a trabajar. Pero hay algo raro, hay un sentimiento de extrañeza. Es como si estuviera en un universo paralelo, igual al mío pero distinto. Como un Fringe que lo separa. Me siento integrada y al mismo tiempo expulsada. Es muy curioso. He pasado al otro lado y estoy en un reflejo con variaciones. Me gusta esta sensación.” Me van a  perdonar esta larga introducción personal, pero la preciosa película de Wim Wenders Perfect Days me ha hecho recordar mis días perfectos en Tokio y he querido compartirlos. Ahora sí, ahora vamos a los de Wenders.

 


(la foto es de Ramon, pero la podía haber hecho Hirayama)

Perfect Days, Wim Wenders

No soy muy fan de Wenders, pero cuando una de sus películas me gusta, me gusta mucho. Esta es la que más me ha gustado de las suyas, no solo de las últimas, de todas. Wenders tiene 78 años que le han permitido adquirir una serenidad frente al cine, frente a la imagen. Su fascinación por Japón y por Tokio ya la mostró en el documental Tokio-Ga de 1985. Casi cuarenta años después, vuelve a Tokio pero esta vez no lo hace de la mano de un cineasta (Yasujiro Ozu) sino de la mano de un sencillo hombre de la limpieza de los baños públicos de Tokio. Es muy significativo el cambio en la mano que le guía. De un hombre de Cultura a un hombre de cultura. Pero ambos viajes, dominados por el placer de ver un trabajo bien hecho. La vida ordenada, ritualizada y tranquila de Hirayama, es un ejemplo de esa cultura que no se aprende en los colegios, sino en la vida. Hirayama respeta el mundo y se respeta a si mismo. Por eso hace su trabajo a conciencia, por eso se cuida con esmero, por eso sabe donde tiene que estar. Y cómo debe estar: en el coche acompañado de una de las mejores selecciones de música de los 70; en el parque hablando con los árboles y fotografiando, con rollo de película, no con el móvil, el cielo y las copas y las cortezas: en su casa cuidando su pequeño jardín de arbolitos; leyendo a Faulkner. Y en la ciudad, recorriéndola en su camioneta para ir de un baño público a otro baño público. Impecables, limpísimos, y con unas arquitecturas que merecerían trazar una ruta turística por la ciudad simplemente para verlos. Seguimos a Hirayama varios días, casi no habla, escucha mucho. No es importante lo que le pasa, intuimos un pasado del que no quiere saber nada. Nosotros tampoco. Nos basta con estar a su lado. Hirayama acepta el reto de jugar a Tres en Raya con un desconocido, en un apunte muy cortaziano. En realidad Julio Cortázar está muy presente en esta historia de jardines y baños. No solo por el juego secreto, también porque el recorrido ritualizado de Hirayama por los lavabos de Tokio tiene mucho de travesía urbana. Murakami también viene a la memoria viendo a Hirayama. Murakami y su pasión por la música americana, sus rincones secretos de la ciudad, sus personajes femeninos misteriosos. En fin los Perfects Days de Wenders me ha encantado y me ha despertado el deseo de volver a Tokio alguna vez.

 


Japón, el archipiélago de las estaciones, José Antonio de Ory. La línea del horizonte, 2023

Hace tiempo que buscaba una ocasión para hablar de este libro y la película de Wenderss me la ha brindado en bandeja de plata. José Antonio de Ory era el Agregado Cultural de la Embajada Española en Tokio. Fue él quien me invitó para hablar de Teshigara. Fue él quien me descubrió la ciudad en los cinco días que pasé allí. Una ciudad y una cultura que había tenido tiempo de apreciar mucho. De Ory vivió en Tokio varios años y llegó a conocer (en la medida que se puede conocer un mundo tan complejo y diverso como el japonés) ese país y esa cultura de la que se enamoró completamente. Durante su estancia iba mandando periódicamente unos textos sobre su vida en Japón, sus sensaciones, sus experiencias. Eran muy bonitos, evocadores, te impulsaban a imaginar la ciudad y el país a través de sus palabras. Cuando volvió a España, decidió reunir esos textos dispersos, ordenarlos de alguna manera y convertirlos en un libro, este Japón, el archipiélago de las estaciones, un libro imprescindible si se quiere viajar allí; un libro apetecible si se quiere conocer de primera mano ese país; un libro culto y popular, tradicional y futurista, de ceremonias del té y tráfico de autopistas. Para mí fue una lectura que me permitió rememorar el pequeñísimo pedacito de Tokio que conocí. De Ory explica en la contraportada del libro: “Tras cuatro años en el país no estoy seguro de comprender mucho mejor, pero sí creo que logro identificar, al menos, muchas de las cosas que no entiendo.”  En una edición muy cuidada, con fotos del autor bien seleccionadas, De Ory repasa la vida en Japón desde la frialdad de las cifras y los negocios, hasta la calidez de las estaciones; de la Cultura con mayúscula (pintura, cine, literatura) a la cultura con minúscula, los placeres de la Sakura, los días perfectos de la floración de los cerezos. Japón es un libro para leer poco a poco. Como lo haría Hirayama. 


Sugerencias japonesas

Montarse un ciclo de películas de Yasujiro Ozu a medida. Si están en Barcelona, en el Cine Verdi están proyectando un ciclo Ozu que durará hasta el mes de agosto; si no estén en Barcelona, en Filmin hay una gran selección de sus películas.

Leer a Murakami, todo Murakami, pero en especial la que para mí es su obra maestra, los tres libros de 1Q84.

Como guinda, releer a Cortázar, los cuentos, sobre todo Las babas del diablo que inspiró Blow up, pero especialmente Los autonautas de la cosmopista, un libro que no sé porque me venía a la memoria constantemente mientras veía Pefect Days.

 El regalo de esta semana es un cerezo en flor que le gustaría mucho a Hirayama.



sábado, 6 de enero de 2024

QUEDARSE


 Dos películas centran los estrenos de esta semana. Las dos son de directores potentes, las dos son títulos menores (pero importantes) en su filmografía. Las dos hablan de quedarse y de irse, unos se quedan, otros se van sin pensar en los que se quedan.

 


Los que se quedan, Alexander Payne

En esta sencilla película de Alexander Payne hay tres personajes que se quedan: el profesor cascarrabias y solitario, el alumno inteligente pero prepotente, la cocinera sumida en el dolor de una pérdida. Los tres son restos de un naufragio en ese colegio de niños ricos en Nueva Inglaterra donde en las vacaciones de Navidad todos, alumnos, profesores, personal, se marcha a su casa a pasar las fiestas. En el colegio se queda Paul Hunham, un estupendo Paul Giamatti, el profesor solitario sumergido en la Historia Antigua incapaz de entender el mundo que le rodea; el espigado y estirado alumno Angus Tully, Dominic Sessa, un descubrimiento, resentido contra el mundo que le rodea; la cocinera negra Mary Lamb, Da’Vine Joy Randolph en un personaje lleno de sensibilidad, dolida con el mundo que la rodea. Y el mundo que los rodea es el de la Navidad de 1970, en plena guerra de Vietnam y con Nixon en la presidencia. Un mundo blanco de nieve, silencioso, de cielos oscuros, pesado en su lento transcurrir. En realidad Payne juega con tópicos que vemos venir. Desde que estos tres seres desvalidos se quedan en ese inmenso y frio colegio, sabes qué va a pasar. Pero no importa, o al menos a mi no me importa. No me importa que Payne caiga en los tópicos de niño rico, profe frustrado, madre entristecida. No me importa que la acción se desarrolle sin sorpresas hacia un desenlace anunciado. No me importa porque Payne imprime a esta historia una emoción latente que subyace en los diálogos a veces banales, a veces profundos, se traduce en pequeños gestos, instantes que van haciendo avanzar la historia de Paul , Angus y Mary en un cuento de Navidad que es, en definitiva, lo que es esta película. Un apunte solo para resaltar la magnífica fotografía de cine de los setenta a cargo de Eigil Bryld, y esos momentos de intimidad casi familiar en los que los tres Holdlovers, titulo de la película en ingles, una palabra de una sonoridad triste, que podemos traducir como olvidados, restos, los que se quedan , se sientan delante de un televisor. Los que recuerden El guardián en el centeno también encontrarán ecos de Salinger. No es el mejor Payne, pero es un Payne y eso ya es mucho.

 


Yo, capitán Matteo Garrone

Esta es una película de los que se van, Seydou y Moussa, dos adolescentes senegaleses, aparentemente sin grandes problemas (esa es una de las cosas que más se han destacado del film de Garrone), deciden arriesgarse en un viaje a la lejana Europa mitificada de sus sueños. La historia los sigue en sus largas travesías por el desierto, acosados y abandonados por las mafias del tráfico de personas, la llegada a una ciudad hostil desde la que esperan dar el salto, el mar desconocido lleno de peligros. Un viaje lleno de amenazas, de monstruos, a los que los dos chicos van plantando cara y poco a poco van superando. Salen de Dakar dos adolescentes soñadores, llegan a Italia dos adultos endurecidos. Esto es lo que cuenta Garrone en este film demasiado bonito, demasiado limpio, demasiado bueno. Es ese lado espectáculo el que no me gusta de Yo capitán. No me parece mal plantear la odisea de Seydou y Moussa como un cuento, como un viaje, pero es ¡tan bonito! ¡son tan guapos! ¡son tan buenos, valientes y heroicos!, que me cansan. Por eso prefiero hablar de los que se quedan en Dakar, de las familias que pierden a sus hijos en esos viajes hacia un destino desconocido. De las madres, novias, hermanas que se quedan en la ciudad, en la aldea, en la sabana esperando noticias, malas casi siempre, a veces buenas. Hay varias películas de los que se van, de los que emigran, unas mejores que otras, casi todas bien intencionadas, pero hay pocas de los que se quedan. Recuerdo una que me gustó mucho. Hablé de ella en el blog el 15 de febrero del 2020, poco antes de meternos en la pesadilla de la pandemia. Recupero el texto por si les apetece buscarla en Netflix. Es un buen contraplano a la odisea italiana de Yo capitán.

 


Atlantique, Mati Diop Netflix

Atlantique es una película africana, de Senegal. Está dirigida por una mujer, Mati Diop, la primera mujer de color (y una de las pocas mujeres, sean del color que sean) que participa en la Sección Oficial del Festival de Cannes donde ganó el Gran Premio Especial del Jurado el año pasado. La historia de Atlantique sucede en Dakar, capital de Senegal, en un suburbio de la ciudad donde se está construyendo un rascacielos. Cuando empieza la película nos encontramos con los trabajadores de ese rascacielos que hace meses que no cobran. Uno de ellos, Souleiman, está enamorado de Ada, una chica de 17 años prometida por su familia a un rico empresario. La crisis económica lleva a Souleiman y sus compañeros a adentrarse en el océano en una patera con destino a España. Este es el arranque. Pero a partir de aquí, la película se centra en Ada y sus amigas, las novias de los que han partido, y el film da un vuelco al convertirse en una historia de fantasmas, de extrañas posesiones, de venganza y de amor eterno. La herencia mestiza de Diop, padre senegalés, madre francesa, le permite acercarse a la tierra de sus ancestros africanos con una mirada no colonialista, sino integradora, en la que la magia de la tradición africana se entremezcla con la modernidad de los teléfonos móviles y los ordenadores, en una aventura que descoloca al espectador acostumbrado a ver un cine africano que, o bien retrata la miseria y la crisis social, o es esotérico y fantástico, pero casi nunca las dos cosas juntas. Historia de amor con fantasmas de hombres muertos que vuelven para reclamar lo que les pertenece, mezclada con una investigación policial sobre el origen de unos extraños incendios, el film discurre entre el caos de una ciudad ruidosa y la serenidad de un mar donde cada año mueren tantos jóvenes africanos. En su estreno en Cannes, Atlantique desconcertó a la crítica internacional que no supo apreciar el delicado equilibrio entre un cine muy físico y un relato muy poético. Quizás eso explique que, a pesar del premio, Atlantique no se haya estrenado en cines. Por suerte Netflix la ha recuperado y gracias a eso se puede ver. Si tienen ganas de descubrir un tipo de cine distinto, búsquenla. 

El regalo de esta semana es una chica que se queda, ¿esperando? Quizás…