sábado, 29 de marzo de 2014

GRAN HOTEL BUDAPEST Y ATLÁNTIDA FILM FEST


Tenia pendiente hablar de Gran Hotel Budapest, sin duda el estreno estrella de estas dos semanas. La vi hace unos días, en una sesión de tarde abarrotada (cosa que por un lado me hizo sentir feliz y por otro, acostumbrada a ir al cine con muy poca gente, me agobió un poco). La verdad es que es una película espectacular. Los decorados son fantásticos, el desfile de cameos impresionante, todo el episodio de la cárcel y la chaplinesca huida, es perfecto. El paisaje de la vieja Europa de entreguerras del Imperio Austrohúngaro es recreado a partir de una imaginería brillante. Arrastrada por su riqueza visual no me di cuenta de que mientras la veía, pensaba que me recordaba a algo. Al salir de la sala busqué que era. Primero en el cine: Lubitsch, (citado por Anderson en mas de una ocasión); Ophüls, sin duda; el Chaplin mas mordaz. Pero no era solo eso. Luego pensé en literatura y en Stefan Zweig, al que remite la historia que se declara un homenaje al gran escritor austriaco; o Dickens del que, según el director, beben los dos malvados de la historia; o Tin Tin, al que la pareja Gustave/Zero, recuerda en sus peripecias.  Cine, literatura, cómic. Todo eso está muy presente. Sin embargo, seguía rondándome por la cabeza otro referente.
Y al final lo encontré. La película me recordaba un inmenso recortable. Esa cualidad de imagen plana e irreal, remite a los juegos de figuras recortables con los que se componían (especialmente en los años 30 y 40 del siglo pasado) mundos imaginarios poblados de personajes fantásticos. Y fue a partir de esa figura de juguete con muchas piezas cuando me di cuenta que era lo que no me gustaba de Gran Hotel Budapest. Porque algo no me gustaba. Lo que me molestaba era la acumulación de situaciones innecesarias y  personajes/cameo no justificados. Es como si Anderson tuviera delante muchas piezas para montar y no hubiera sabido renunciar a algunas en beneficio del todo. Esto no quita que siga pensando que Anderson es un director que crece en una dirección personal y única. Pero debería aprender a controlar sus materiales. Si realmente quiere homenajear a Zweig tendría que fijarse en la economía narrativa de este autor que compone historias cortas, directas, llenas de poesía, sin una línea que sobre (Carta a una desconocida o 24 horas de la vida de una mujer, son novelas cortas e intensas). Si quiere mirar a Tin Tin, debería ver como la línea clara del dibujo muestra únicamente lo que hace falta. Y si lo que quiere es un barroquismo visual espectacular (cosa que me parece estupenda porque consigue imágenes únicas) no debería cargarlas con un barroquismo narrativo de personajes.

Me gusta Anderson, siempre me ha gustado, y estoy segura que encontrará ese equilibrio en sus próximas películas.




Ayer empezó el Atlántida Film Fest en su cuarta edición. La peculiaridad única de este certamen es que no tiene sede física. Se celebra on line accediendo a su página web o a través de Filmin. La programación es super atractiva, con títulos inéditos o películas difíciles de ver en lugares que no sean las grandes ciudades.
Iré hablando de algunas de sus estrenos en estas páginas. De momento unas líneas sobre El desconocido del lago, de Alain Giraudie que inauguró el festival. Algo hipnótico tiene este film sobre encuentros homosexuales en la orilla de un lago francés. Nunca salimos de ese escenario: el aparcamiento donde un día y otro llega el coche de Frank; la orilla en la que se sienta Henry, el personaje mas interesante y triste de la historia; el agua limpia y plácida del lago, espacio de amor y de muerte; y ese bosque de matorral en el que las figuras se mueven como fantasmas o almas en pena buscando encuentros nada furtivos. Pocos personajes, cuatro, una historia minimalista, un paisaje monótono y sin embargo, la película ejerce una fascinación que va mas allá del sexo explícito, para entrar en el terreno del sueño, mejor dicho, de la ensoñación.

Este es el enlace para acceder al festival: https://www.filmin.es/atlantida-film-fest
Dura un mes, del 27 de marzo al 27 de abril. Hay tres secciones:
La Sección Oficial, dedicada a cine español y latinoamericano.
La Sección Atlas, donde se pueden ver algunas de las películas más premiadas en Festivales Internacionales del último año.
El Ciclo Reflejos, con documentales que tratan distintos aspectos de la industria del cine.
Un lujo para cualquiera que quiera disfrutar de eso tan especial que es un Festival de Cine.

lunes, 24 de marzo de 2014

JIMMY P.


(mi pequeño indio, cortesía de Apaches y López Lavigne, no tiene ningún trauma)
“Una película hablada”, titula Sergi Sánchez su crítica en La razón. Sin duda, Jimmy P. de Arnaud Desplechin es una película donde se habla mucho. Demasiado. Se habla tanto, que la palabra acaba imponiéndose a todo lo demás. Y como la palabra, en realidad, no es tan apasionante como se podría pensar, se acaba produciendo un cierto cansancio o una sensación de película plana, como afirma el mismo Sergi. Y sin embargo… sin embargo a mi me parece que no es tan plana como parece. Tengo la impresión de que la palabra ahoga otros niveles que están en la película y que me parecen mas interesantes. Por eso he hecho un experimento. Como se puede ver en Filmin (¡estupendo invento el de Filmin!) la he puesto esta mañana en el ordenador y la he visto sin voz, muda. Y me he llevado una sorpresa. Porque al dejar de oír el diálogo (ojo, es importante y jugaba con ventaja ya que había visto la peli “hablada”) me he podido sumergir en la imagen. Y la imagen de Desplechin está llena de cosas que la palabra no me dejaba ver. Empezando por los rostros de Benicio del Toro y Mathieu Amalric, tan distintos, tan opuestos: uno sereno y doloroso, mirando hacia dentro, intentando comprender que le pasa; el otro malicioso y triste, mirando desde fuera, intentando olvidar que le ha pasado. También los espacios de las diversas entrevistas que mantienen el paciente indio y su psicoanalista europeo, son importantísimos para entender la evolución de Jimmy P. Como lo son los trajes que llevan uno y otro.  Los paisajes de los sueños, adquieren una dimensión surreal al verlos sin oírlos. Y ese precioso espectáculo de marionetas que representa El sueño de una noche de verano, es, en silencio, mucho más evocador.

No quiero decir que vayan al cine y se tapen los oídos, no. Lo que intento decir es que si van a ver esta interesante película sobre el psicoanálisis de un indio Pies Negros que vuelve traumatizado de la Segunda Guerra Mundial, no se dejen apabullar por las palabras y vean un poco mas allá.

domingo, 23 de marzo de 2014

BAUMI

Baumi murió hace unos días. Baumi era Karl  Baumgartner, productor alemán que se encuentra detrás de algunas de las películas europeas y asiáticas mas interesantes de los últimos años. Pero no es por eso que lo recuerdo aquí y ahora. Lo recuerdo porque Baumi era un amigo, un viejo amigo. Es una de las figuras mas importantes del paisaje de los festivales que fueron parte de mi vida durante mas de veinte años. Baumi era divertido, hablaba un italiano con acento alemán (era del Tirol), era guapo y siempre estaba sonriendo. Hacía mucho que no le veía. Ni siquiera sabía que estaba enfermo. Por eso su muerte fue un golpe inesperado. Sucede una cosa extraña con  la muerte de personas que has querido o que quieres, pero hace mucho tiempo que no ves. Su ausencia no es tan fuerte, puesto que de alguna manera ya estaban ausentes, pero, en cambio, sientes que esa  posible ocasión de volver a verlos, ya no se producirá. Es otra clase de ausencia y produce otra clase de tristeza. A Baumi ya no le reencontraré mas. Y lo siento.

viernes, 21 de marzo de 2014

BELLA Y LAS ROSAS


(todo empieza por una rosa como ésta)

No he visto aun Gran Hotel Budapest, así que tendré que esperar para dar mi opinión. Pero si me gustaría, en cambio, recuperar un estreno de la semana pasada del que me quedé con ganas de hablar. Se trata de La bella y la bestia, la nueva adaptación del clásico de Perrault que ha hecho  Christophe Gans. No se si hay mucha gente que haya visto alguna vez la versión que Jean Cocteau hizo en 1946, pero seguro que si hay muchos que han visto en uno u otro momento la película de Disney de 1991 (Disney es mas eterno que Cocteau). En todo caso, no importa para nada porque Gans hace una aproximación al cuento desde un punto de vista completamente distinto a una y otra. Ese es su principal problema y una de las razones por las cuales este film puede quedarse en una tierra de nadie respecto a los espectadores. Quiero decir que si la versión de Cocteau con Jean Marais era claramente una película para adultos, y la de Disney estaba dirigida a los niños, la de Gans  se queda a medio camino: ni para unos ni para otros. O para los dos.
Los niños, por empezar por ellos, pueden pasar miedo en algunas de sus secuencias y llorarán con la muerte de la cervatilla como lo hicimos todos con la madre de Bambi (el propio Gans lo dice). Pero en cambio encontrarán fascinante ese mundo fantástico y esa bella tan bella, vestida de princesa de todos los colores.
Los adultos pueden pensar que es una historia demasiado elemental con unos personajes que son estereotipos; pero si son un poco sensibles, disfrutarán con la riqueza visual de su imaginería y con el espíritu animista que la inunda.
Mi conclusión es que se arriesguen un poco y vayan a verla. Aunque solo sea para perderse en la belleza de esos castillos y jardines que parecen escapados de un cuadro de Gustave Moreau, o para quedarse con el eco de ese animismo que acerca Gans a Miyazaki y que reivindica el valor de la naturaleza como madre protectora y los animales como tótem; o por ver el contraste entre un mundo antiguo (el de la Bestia) y un mundo nuevo (el de la Bella), es decir el barroco frente a romanticismo.
Y si quieren llevar a sus niños, llévenlos sin miedo, es tan hermosa, hay tantas aventuras y tanto amor, además de unos curiosos gremlins que ayudan a rebajar la tensión, que seguro harán que los momentos de mayor oscuridad se vean compensados por los de una luminosidad blanca como la nieve.


sábado, 15 de marzo de 2014

MATTHEW McCONAUGHEY


(espero que mi sobrino Manolo no se enfade porque ponga una foto suya donde se parece a MM en True Detective. Aclaro que Manolo es así desde siempre. Flaco y guapo )
No voy a escribir más su nombre. Si ya es difícil pronunciarlo, más es escribirlo sin dejarse alguna c, o alguna h. Así que, a partir de este punto, en este texto será MM. Lo aclaro porque seguramente tenga que citar alguna vez el nombre de este actor de voz reposada y guaperas de moda hasta que aceptó un pequeño pero inolvidable papel en El Lobo de Wall Street, antes de convertirse en un estupendo fugitivo en Mud y en el enfermo de sida mas flaco que un esqueleto de Dallas Buyers Club, película que se estrena ahora y llega con la aureola del merecido Oscar que le ha permitido ganar.
Sobre este film solo quiero decir una cosa: lo que deja entrever respecto al comportamiento de las farmacéuticas y los hospitales en el tratamiento del SIDA en sus primeros años, pone los pelos de punta. No solo experimentaban con los enfermos como si fueran cobayas humanas, lo peor es que, sabiendo que existía una posibilidad de curación, o al menos de cronificación de la enfermedad, se negaron a investigarlo y a ofrecerlo a los enfermos por una simple cuestión económica. Lo que hace Ron, el vaquero tejano de MM, no es solo eso tan lícito de luchar por la propia supervivencia, sino eso tan lícito igualmente, de ayudar a otros a luchar por su supervivencia. Esto le lleva a montarse un chiringuito (no llega a ser negocio) para ofrecer a drogotas y travestis, la medicina que consigue en México y que le ha salvado la vida, o al menos se la ha alargado unos cuantos años. La película nunca cae en el melodrama sentimental de enfermo moribundo, tampoco se pasa de la raya en la denuncia de los malvados que controlan la USFDA que le persigue. Ron, a pesar de su aspecto cadavérico, está lleno de energía y de imaginación.
De todos modos, si MM merecía ganar un Oscar yo se lo habría dado por su personaje de Rust en True Detective. Hacía tiempo que no veía una serie (o una película) de una calidad tan grande en todo. En la historia, contada en una estructura de tres tiempos; en los paisajes, esa Louisiana mórbida, calurosa, de pantanos y serpientes; en  los dos protagonistas, seres imperfectos que arrastran un pasado que les lastra el futuro y que a pesar de sus diferencias acaban encontrando un camino juntos; en la maldad de los hombres escondidos tras las máscaras y los rituales antiguos; en los monólogos metafísicos de Rust que elevan los textos a categorías filosófica. Sobre todo el último diálogo entre los dos detectives mirando la noche y las estrellas. Hay momentos espectaculares: el ya famoso plano secuencia del final del capítulo 4; la música de los créditos iniciales; el relato del asalto a la granja donde lo que oímos no se corresponde a lo que vemos; la secuencia de la iglesia en la carpa…
Viendo esta serie no pude menos que recordar los libros de John Connolly protagonizados por el detective Charlie Bird Parker. Rust, igual que Charlie, ha perdido a su mujer y a su hija; Rust, igual que Charlie, no acepta la estrechez mental de la policía; Rust, igual que Charlie, sabe que el mal vive en la tierra y se manifiesta de formas oscuras; Rust, igual que Charlie, persigue un asesino en serie despiadado y cruel. Estoy segura que el guionista y creador de la serie, Nic Pizzolato, se ha leído la serie de novelas de Charlie Bird Parker. Pero lo mejor es que no las ha copiado, ni las ha imitado. Ha sabido, en cambio, recrear su atmósfera asfixiante, incorporando un soplo de aire fresco en la figura del contrapunto de Rust, el detective Marty.
No se que fue primero, el rodaje de Dallas.. o el del fragmento del presente de True Detective, pero de lo que si estoy segura es que el físico de mejillas chupadas y pelo casi blanco de MM, se aprovechó en las dos para enriquecer los personajes de Ron y de Rust.



miércoles, 12 de marzo de 2014

LAS MAESTRAS SE MERECEN ALGO MEJOR



(clase de 4º de primaria en el Colegio Madrid. Estoy por ahí, escondida)
Yo nací en México, hija de exiliados republicanos. Fui al Colegio Madrid, un colegio fundado por los socialistas (los comunistas fundaron el colegio Luís Vives) con el fin de dar trabajo a los muchos maestros republicanos que llegaron a México en 1939 y dar una educación a los hijos de estos refugiados que eran pequeños o nacieron en México. El colegio tenía, además otra función muy clara: educarnos en el nido de la patria lejana y arrebatada por los fascistas, idealizada en la memoria de la derrota. La España republicana era el paraíso perdido.
Todas mis maestras desde los 3 a los 12 años habían sido maestras de la República con la excepción de dos, más jóvenes, que habían sido alumnas en la República. Algunas las recuerdo con mucho cariño, a otras con terror. Supongo que como todos los niños que evocan su infancia. El colegio era mixto, pero las clases no. De 3 a 6 años estábamos juntos niños y niñas; entre los 6 y los 12, nos separaban y volvían a juntarnos en clases mixtas los últimos cinco años que quedaban antes de entrar a la universidad. Llevábamos uniforme porque se consideraba que todos debíamos ser iguales.

Todo esto viene a cuento del estreno del documental Las maestras de la República de Pilar Pérez Solano que ganó el Goya al Mejor Documental. Y viene a cuento para poder decir con total tranquilidad que me parece uno de los peores trabajos que he visto en mucho tiempo. Malo, francamente malo. No entiendo (a no ser por ese extraño concepto de culpa redentora que arrastra la izquierda de este país) como ha podido ganar el Goya un documental que es un trabajo puramente televisivo, alargado para poder estrenarse en cines con las imágenes absurdas de una limpísima y modernísima actriz paseándose tontamente en una escuela imaginaria, mientras una voz en off va leyendo un texto que nada tiene que ver con ella. Un documental que no respeta el formato de las imágenes de archivo haciendo que todos los personajes aparezcan achatados como en un espejo deformante (ya solo por eso deberían eliminarlo de la contienda por el Goya); que usa la música de una manera tan primaria y previsible (¡horror, el piano! y las canciones oídas mil veces); que no tiene el mas mínimo asomo de mirada crítica sobre el trabajo de estas mujeres (¿y los hombres?); que repite ideas y tópicos sin aportar ni un solo concepto nuevo, distinto o inesperado.
Siento ser tan dura, pero es que me duele ver como una vez mas se pierde una oportunidad de tratar un tema importante y que daría para hacer realmente un gran trabajo. Si un documental no quiere arriesgar en su forma, y opta por un planteamiento clásico de entrevista-ilustración, por lo menos tiene que arriesgar en su contenido explicando algo que realmente valga la pena. Si no, se queda en nada. Y la nada es lo peor que hay.

Aclaración
Normalmente en este blog no hago críticas negativas. Prefiero escoger historias que me gustan a tener que hablar mal de algo. Pero en este caso, he hecho una excepción porque estoy cansada de ese  falso progresismo de izquierdas que considera que todo lo que se hizo en la época republicana era absolutamente perfecto, sin aplicar el más mínimo rigor histórico y crítico a cualquier situación que se plantee. Pero aún estoy más cansada de que, en nombre de ese progresismo trasnochado, se apoyen productos malos, simple y sencillamente malos, olvidando en cambio films (o libros, o artículos o lo que sea) mucho más interesantes desde cualquier punto de vista, pero menos “comprometidos” con determinadas causas.


sábado, 8 de marzo de 2014

EL EMPERADOR Y LA JOVEN


(esta vez pongo la foto histórica)
Me gusta Emperador. Me gusta esta película histórica y contemporánea. Me gusta su sencillez, su clasicismo. Su falta de pretensiones. Me gusta que los personajes estén llenos de matices, no sean malos o buenos, héroes o villanos. Y sobre todo me gusta su discurso.
Emperador debería proyectarse en los consejos de ministros, en las reuniones de consellers, en los parlamentos de todo tipo, sean autonómicos, estatales o europeos. Es de esas películas que ofrecen una lección de ética política. De sentido de estado. De visión de futuro. Cuenta, de forma novelada y trufada con una historia de amor que enriquece la historia política, los diez días al final de la segunda guerra mundial en los que el general Mac Arthur tuvo que decidir si ejecutaba al emperador Hiro Hito por crímenes de guerra o establecía una alianza con él para la reconstrucción, no solo de Japón, sino de todo el Lejano Oriente. Diez días en los que los halcones en Washington clamaban venganza y una ejecución ejemplar, mientras los halcones en Japón exigían limpiar el honor con una serie de muertes honorables, suicidios rituales, antes que aceptar hablar con el enemigo que acababa de humillarlos y derrotarlos.
Por suerte para el mundo, y sobre todo para Japón, triunfó la postura de la reconciliación y la foto en la que Mac Arthur y el emperador posan juntos, simboliza el triunfo de la visión a largo plazo.
La verdad es que a mi me gustaría mucho que nuestros políticos (y cuando digo nuestros me refiero a todos: los que gobiernan en Barcelona, en Madrid, en Bruselas, los que gobiernan en Washington, en Rusia o en Ucrania,) tuvieran esta capacidad de ver más allá de las cortas alas de los que piden que rueden cabezas, sean las que sean, con tal de asegurarse un puñado de votos o una parcela de poder. Es difícil desde luego. Por eso quisiera que vieran este film donde, sin aspavientos, se da una lección de historia.


(Ramon hace tiempo que pinta jóvenes y bonitas)
Como esta primera parte de la crónica me ha salido muy seria, la segunda la voy a dedicar a recomendar otra película muy diferente. Joven y bonita, de François Ozon. Aunque solo fuera por ver a su protagonista, la joven y bonita Isabelle, ya valdría la pena ir al cine. Pero hay más motivos. Y el principal es que Ozon plantea el hecho de que su adolescente se acueste con hombres por dinero –solo por la tarde y nunca en fin de semana–, no desde la necesidad, ni la perversión. En realidad no sabemos nunca por qué Isabelle ha tomado esa decisión. ¿Curiosidad? ¿Aburrimiento? Qué importa. Si a Ozon no le importa, a nosotros tampoco. El director nos coloca directamente en la posición de observadores y desde ahí, como el hermano de Isabelle, la miramos sin juzgarla, sin intentar comprenderla, entenderla, ni justificarla.

Se ha comparado esta película con Belle de Jour de Buñuel. Es una comparación lógica, pero a mi la película que me evoca (y hablo desde el recuerdo lejano porque hace muchísimos años que no la he visto) es Vivre sa vie, de Godard. No por la historia, mucho más moralista y condenatoria la del abuelo de la nouvelle vague que la del nieto contemporáneo: Nana (Anna Karina) tiene 20 años y se prostituye para ganar algo de dinero. Pero Nana será castigada por ello. Castigada por el director, castigada por el guión, castigada por el espectador. En cambio Isabelle, no será castigada por nadie. En algo hemos avanzado. Pero si digo que me la evoca es por la actriz que encarna una y otra. Si Godard es el abuelo de Ozon, Anna Karina podría ser la abuela directa de Marine Vacht. Entre Nana e Isabelle han pasado cincuenta años, pero el modelo de mujer, tan francés, tan único, sigue siendo el mismo. Y el espíritu nouvelle vague (sin castigo) también.

sábado, 1 de marzo de 2014

TODOS TENEMOS UNA PHILOMENA


(Mila es mi Philomena particular. Sensatez, calidez y sabiduría popular)
Se me ponen los pelos de punta pensando que habría hecho Ken Loach o Mike Leigh con el argumento y los personajes de esta película. No quiero ni imaginarlo. Monjas malísimas que roban bebes a pobres e inocentes chicas; americanos ricos que se creen con derecho a comprar esos bebes en un lucrativo negocio para las monjas; un periodista cínico que se aprovecha de la situación. Todo esto está en Philomena, la última película de Stephen Frears. Pero cualquier parecido con el tremendismo social de denuncia que estos directores han ejercido a lo largo de los años, desaparece en manos de Frears. Y no porque haga una película amable, sino precisamente porque hace una película viva, inteligente, irónica, no un alegato, ni un linchamiento, ni una proclama.
Aquí tenemos el drama personal de una mujer mayor que encarna la esencia de la sencillez, capaz de disfrutar del sexo y de la vida sin miedo a llamar las cosas por su nombre, pero sin ganas de ajustar cuentas con nadie y lo que es mas importante, con capacidad de perdonar. Ella solo quiere saber. Y para saber contacta con un periodista descreído y mordaz que aprende con ella lo que de verdad es importante. Y lo importante no suele ser lo que nos creemos que es.
Pero si este precioso guión funciona es gracias a la interpretación de dos actores en estado de gracia. Steve Coogan y Judi Dench cruzan entre si unos diálogos inteligentes -que maravilla el concepto bi-curioso aplicado a los gays- y se crecen uno frente al otro. Las monjas son malas o tontas como corresponde, pero reciben el desprecio que se merecen; los americanos son menos estúpidos y prepotentes de lo que se podía esperar y acaban siendo los aliados. Y aunque podemos prever lo que va a pasar, todo termina como en una novela romántica. Como dice Philomena: “no me lo habría imaginado ni en un millón de años”.


Aprovecho que esta semana no hay películas dignas de ser comentadas y en la que estamos sumergidos en la ola Oscar, para reivindicar tres actrices británicas absolutamente imprescindibles. La primera Judi Dench, en liza por el Oscar a la mejor actriz por esta Philomena. Con sus 79 años, Dench llena de vida sus personajes, ya sea una muy especial M en la serie James Bond, ya sea esta mujer común y corriente imbuida de eso que se llama sabiduría popular. La segunda también tiene 79 años, es Maggie Smith, una presencia arrolladora en la serie Downton Abbey, culminación, de momento, de una carrera donde su especialísimo rostro ha robado escenas en decenas de películas. La tercera es un poco más joven, Helen Mirren tiene casi setenta años y sigue conservado ese atractivo entre salvaje y aristocrático que tenía en Age of consent, de Michael Powell hace 45 años. Si no han salido este fin de semana a disfrutar del aire frío, recuperen algunos de los films de estas tres damas del cine mundial. No lo lamentarán.