sábado, 7 de enero de 2017

DESIERTOS


Hay muchas clases de desiertos. Casi todos son peligrosos y adentrarse en ellos implica una buena dosis de sacrificio. Pero también pueden ser transformadores y liberadores. Además de muy hermosos como paisajes aparentemente muertos, aunque llenos de vida escondida.
Esta semana se estrenan tres películas que tienen el desierto en común. Un desierto físico, un desierto místico y un desierto del alma.


 (una montaña de Ramon que podría estar en un desierto)
Desierto físico
Desierto es el título de la segunda película de Jonás Cuarón, protagonizada por Gael García Bernal. Este terrible territorio blanco y rocoso es el agorafóbico espacio que los inmigrantes latinos ansiosos por llegar a la tierra prometida del norte tienen que cruzar arriesgando sus vidas. El muro que Trump quiere erigir en la frontera con México ya existe en forma de calor, hambre, sed, serpientes, cactus y piedras, todos ellos obstáculos que los inmigrantes pueden entender y a los que están dispuestos a enfrentarse. A lo que no pueden enfrentarse es al odio de un cazador solitario y su temible perro, dispuesto a impedir que esa chusma del sur ensucie su preciado mundo con su presencia. Cuarón afirmaba en el festival de La Habana que “Desierto es una pesadilla que el discurso de Trump contra los migrantes puede convertir en realidad” y justificaba el personaje del cazador asesino  explicando: “Está inspirado en la retórica de odio que hay en Estados Unidos y en esa sociedad vulnerable y marginada que, si sigue recibiendo mensajes violentos, tarde o temprano van a agarrar el rifle y jalarán el gatillo. Si no se cambia el discurso, esa gente comenzará a buscar chivos expiatorios.”  Desierto es una película política pero también un western metafísico entre dos personajes, dos hombres que juegan al gato y al ratón, o mejor al perro y al conejo, sabiendo que solo uno podrá sobrevivir. En Desierto, Cuarón ha conseguido fusionar  la sensación de soledad y aislamiento de Gravity, escrita por él y dirigida por su padre, Alfonso, con la lucha de clases de La caza de Saura, el terror animal de El perro de Isasi Isasmendi y la belleza abstracta de Gerry de Gus Van Sant. No se olviden de una botella de agua cuando vayan a verla, la necesitarán.




(foto de rodaje de Santiago Fillol)
Desierto místico
Así podemos definir el desierto de las misteriosas Mimosas de Oliver Laxe. Mimosas es, desde su titulo, un enigma, un cuento, un viaje. Western oriental que atraviesa un paisaje de lagos de un azul profundo en las altas montañas nevadas del Atlas marroquí, esta preciosa historia de inspiración sufí, es un viaje interior y exterior voluntariamente no datado en el tiempo ni en el espacio. Una caravana dirigida por un viejo jeque intenta llegar a una ciudad santa a través de las montañas. Cuando el jeque muere, la caravana se desintegra. Solo dos hombres, Ahmed y Said, se comprometen a llevar el cuerpo del jeque hasta su destino. Junto a esta historia hay dos más. La que sucede en un universo paralelo donde Shakib, un alma limpia, inocente y pura es escogido para cruzar al otro mundo y ayudar a Ahmed y Said en su misión; y la del propio rodaje que tuvo que vencer múltiples dificultades de frio, nieve y accidentes, llevando a lomos de mulas el material cinematográfico para rodar en 35 mm., mientras Oliver Laxe y Santiago Fillol reescribían día a día el guión en función de los obstáculos a los que se enfrentaban. “Quería perderme en el camino, quería colocarme en una posición en la que no sabía por dónde ir, como los personajes de la historia. Quería hablar de otro nivel de percepción, otro nivel de entender el mundo. La película habla de alguien que en cierto modo se deja ir a su aire, que se entrega a su intuición Los obstáculos hacen que el film se haga a si mismo, los obstáculos determinan las elecciones que haces.” Al salir compren un ramo de mimosas amarillas para seguir “oliendo” el aroma de esta película.




Desierto del alma
Oliver Laxe decía al hablar de su film que “la gente tiene sed de un cine de proporciones espirituales”. Es cierto. Pero ese cine de proporciones espirituales no lo encontrarán en Silencio, el opresivo y asfixiante silencio de Dios que domina la última película de Scorsese. Silencio muestra ese desierto del alma en el que sus dos misioneros portugueses se encuentran perdidos. Una historia que sucede en  el Japón del siglo XVII pero puede ser entendida en cualquier época. Porque en el fondo, Sebastián, el misionero que se adentra en lo más profundo del mundo japonés en busca del traidor Cristóbal Ferreira, no es más que una nueva versión de Marlow buscando a Kurtz en el corazón de las tinieblas. Scorsese sabe que no puede ser místico ni espiritual, Scorsese es religioso (que no es lo mismo), Scorsese entiende la religión católica como una forma de vida aquí y ahora (no hay un Cristo más terrenal que el de La última tentación de Cristo). Por eso el viaje al horror de Sebastián le llevará a sufrir torturas físicas pero aun peores torturas mentales que le provocan una crisis de fe al constatar la inutilidad de esa religión que quiere imponer a un pueblo que no es capaz de entenderla. Silencio deja muy claro que el sincretismo religioso que se produjo en Latinoamérica, en Japón era completamente imposible. Esta historia en manos de un director mediocre o peor aun de un director dogmático, sería insoportable. Pero es Scorsese el que se enfrenta al reto y lo hace con una película tan austera en su belleza, tan sensible en sus personajes y tan rigurosa en su discurso que uno no puede más que sentirse arrastrado a compartir con él y con sus misioneros, el dolor del silencio de Dios. Si tienen curiosidad busquen el libro Silencio de Shusako Endo en la primera librería que encuentren al salir del cine.


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