sábado, 1 de julio de 2017

VOLVER


Hay algo que he podido comprobar a lo largo de los muchos años que llevo trabajando en esto del cine: las películas no cambian, la que cambia soy yo, es decir, el espectador. Hagan la prueba con pelis que les gustaron o al revés, no les gustaron, y vean si sienten lo mismo. Por suerte hay algunas que siempre son buenas, las mires como las mires. Pero otras, no: son mejores o son peores.
Todo esto lo explico porque esta semana se estrenan dos películas que he revisitado por segunda vez. No con mucho tiempo de diferencia, pero el suficiente para darme cuenta de que ver una en un festival, no le hizo bien y que ver la otra en el ordenador, (no pirata, ojo, fue con un link) no le hacía justicia. Así que vuelvo a ellas y las re-descubro con otros ojos, con otra mirada.



(las mujeres colosales de Ramon no tienen nada que ver con el Colossal de Vigalondo, pero es una buena ocasión de poner el cuadro)

La primera es Colossal, de NachoVigalondo. La vi en San Sebastián y entonces no me sugirió nada, hasta el punto que ni siquiera escribí una línea. Lo siento. Porque ahora, que la he vuelto a ver, me ha gustado mucho y sobre todo, me ha parecido muy interesante el juego de espejos entre comedia romántica y película de monstruo japonés (o coreano). Vigalondo sigue trastocando los géneros llevándolos a su terreno, utilizando un lenguaje hibrido que funciona muy bien. El humor, la ternura, la empatía que provoca el personaje de Gloria, se traslada al del monstruo destructor como si fuera una proyección de ella misma. Y eso es lo que es. Bajo la apariencia de un film de género fantástico se esconde una historia más interesante, algo que todos debemos hacer alguna vez en la vida: enfrentarnos a nuestro propio monstruo para avanzar hacia adelante. Una película muy, muy apetecible.


(en esta linda casita de Valldoreix pasó Ramon los mejores veranos de su infancia)

La segunda es La película de nuestra vida, de Enrique Baró. La vi hace meses en un link que me dejó uno de los productores. Entonces me sorprendió el aroma a verano que desprendía y la nostalgia de sus imágenes. Pero cuando la volví a ver en el marco del D’A de Barcelona, en una pantalla grande, disfruté mucho mas de esta mezcla de cine amateur y profesional que trasciende la memoria privada para hacerse colectiva. Tres hombres vuelven a la casita donde vivieron siendo dos de ellos niños, para revivir el recuerdo de unos veranos felices. Filmaciones familiares de distintas épocas, se entrelazan con lo que estos tres hombres, padre y dos hijos, hacen esa tarde en la casita. Bañistas inesperadas, la inútil representación de una escena dramática, juegos en la piscina…  la canción de nuestra vida. El humor más absurdo se conjuga con toda naturalidad con la herencia de Jonas Mekas y el recuerdo escondido de Vida de familia de José Luis Font. El resultado es una película (de nuestra, vuestra, de  cualquier vida) que utiliza diversos lenguajes para explicar una no historia de una tarde verano en la que el tiempo se dilata hasta abarcar casi cincuenta años. Una curiosidad que, al menos a mi, me estimuló a pensar cuál sería la película de (mi) vida.



(nubes del verano de 1993)
El verano, el tiempo, nuestra vida, el cine…. Todo eso forma parte de la que es sin duda la película de la semana Verano del 93. Si el docucomediaficcionamateur de Baró me hizo pensar en la película de mi vida, el precioso film de Carla Simón me hizo recordar que hacía yo en el 93, el año que esta niña de seis años vivió una de las experiencias más dolorosas que se pueden tener: perder a su madre. Carla, como ella misma se ha cansado de explicar, consigue trasladar a las imágenes su propia experiencia de niña huérfana, pero trascendiendo, también ella, lo privado para hacerlo colectivo. Verano del 93 se mueve en el difícil equilibrio del drama y la ingenuidad sin caer en la sensiblería. El hecho de no perder nunca el punto de vista de las niñas, Frida y su hermana/prima Anna,  hace que todo el film destile frescura y espontaneidad. Los adultos están ahí, pero es ella, Frida, la que conduce el relato. Verano del 93 tiene humor, tiene vida. Y tiene cine. Hablar de uno mismo, de  tus propias experiencias, contarlas para los demás, es una tentación que no siempre se resuelve bien. Puedes escribirlo o filmarlo para ti, pero si quieres que esa memoria sea compartida, tienes que utilizar bien el lenguaje, ya sea la escritura, ya sea el cine. Y Carla Simón lo hace muy bien. El ritmo es el necesario, los tiempos los justos, los escenarios perfectos. Las niñas hace su papel sin dejar de ser niñas, el dolor se siente mezclado con la sonrisa. No sé qué hará Carla Simón en su segunda película, pero espero que no pierda esta capacidad de captar la luz del sol en medio de una borrasca de emociones.

Unas líneas al final solo para recomendar Wonder Woman. Es estupenda. Aventuras, misterio, humor, malos, buenos, guerras, dioses, peleas, bailes. No es una película más de superhéroes, es una película de superheroina. Y eso la hace diferente.



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