sábado, 19 de noviembre de 2022

1976


 

1976, de Manuela Martelli

Recuerdo perfectamente donde estaba yo en 1976. Acababa de cumplir 26 años y trabajaba en la Filmoteca Nacional de España, la de la calle Mercaders. Franco había muerto hacía poco y se abría un horizonte nuevo para todos, estaba todo por construir.

Mientras yo estaba en la Filmoteca celebrando el inicio de una nueva etapa histórica, en Chile y Argentina vivían los años más duros de unas crueles e injustas dictaduras que sumieron el cono sur en la oscuridad durante casi veinte años. Es ese año, 1976, el que escoge la directora chilena Manuela Martelli para situar la acción de su primer largo. En 1976 ella aun no había nacido, no llegaría al mundo hasta 1983, pero su familia si vivió bajo la dictadura. Vivió, pero no sufrió. Los chilenos vuelven una y otra vez a los años del golpe de Pinochet, pero la gran novedad de este nuevo acercamiento es que lo hace desde el punto de vista de una clase social que no suele aparecer en este tipo de películas, la clase media acomodada, completamente apolítica, que siguió con su vida como si no pasara nada, sin querer enterarse de lo que estaba sucediendo en el país. Esa clase media que fue también el sostén del franquismo, los colaboradores necesarios para que las dictaduras de cualquier tendencia pudieran actuar con total impunidad, pero con otros, no con los nuestros. Es en este contexto donde Martelli sitúa la historia de Carmen, una mujer casada, ama de casa, aparentemente sin problemas de ningún tipo, que empieza a ver como su pequeño mundo no es tan perfecto como se imaginaba. El primer indicio es un zapato perdido en la calle. No hay nada más inquietante (bueno si, los payasos) que encontrarte un zapato en la calle. ¿De quién es? ¿Qué le ha pasado a la persona que lo ha perdido? Carmen ve ese zapato y algo empieza a desmoronarse dentro de ella de manera muy sutil. Carmen se marcha a la playa a arreglar una casita de verano para que vengan sus hijos y nietos. Es una linda casita que ella pinta de color de rosa, una casita de cuento en un mundo lleno de ogros. Ogros que descubre cuando un sacerdote amigo le pida ayuda para un joven herido, refugiado en su parroquia. Ahí surge la contradicción, Carmen no puede esconder la cabeza debajo del ala y pretender que no pasa nada. Porque sí pasa y ella no podrá dejar de ser lo que ha sido, lo que es y lo que será. Martelli cuenta esta historia centrándose en su protagonista, una extraordinaria Aline Küppenheim, a la que no deja en ningún momento. Casi sin tensión exterior, pero con mucha tensión interior, en un paisaje de playa invernal digno del Antonioni de La Aventura, pero sin los pesados componentes existenciales del italiano y con un toque de cierto suspense hitchcokiano, Martelli va dibujando un personaje que toma conciencia de su entorno, aunque esa conciencia no le sirva de nada. 1976 pone en escena los actores invisibles de la historia, los comparsas imprescindibles para que las primeras figuras diseñen el destino de la Historia, esas gentes anónimas que constituyen algo tan falto de forma y concreción como es el pueblo, la gente. En definitiva, los que sustentan a los poderosos. Sean del color que sean.

 


Sintiéndolo mucho Fernando León de Aranoa

Viendo el documental de Fernando León de Aranoa justo después de ver la película chilena, me hace preguntarme dónde estaba Joaquín Sabina ese año. El film no me lo aclara porque ni es una biografía, ni mucho menos una hagiografía. Así que recurro a su página web y averiguo que él también tenía 26 años y vivía en Londres y empezaba a escribir canciones. Un año después, se instalaba en Madrid donde se iba a convertir en un cantante y figura de referencia para varias generaciones.

Sintiéndolo mucho no es un documental musical (no se oye una canción de Sabina entera) no es un documental sobre un personaje (nadie opina de él ni hay entrevistas a nadie que no sea él) no es un documental histórico (el contexto de su trayectoria casi no existe). Entonces ¿Que es Sintiéndolo mucho? Yo creo que es un regalo mutuo. El que le hace Sabina a Fernando dejándole entrar en su vida cotidiana durante 13 años, abriéndole no solo su casa, su cuarto de baño, su camerino, también abriéndole su alma. Y el regalo que le hace Fernando a Joaquín convirtiendo esa vida en una memoria personal, ordenando el caos del cantante y mostrando las cosas que le gustan (los toros), las cosas que le importan (su gente), las cosas que le divierten (cantar y componer) y las cosas que no soporta (el puritanismo y el autoritarismo, vengan de dónde vengan) . Hay momentos de tensión, han momentos de pasión, hay momentos de aburrimiento, de miedo, de desconcierto, de humor y de risas. Hay vida. Una vida que te acaba interesando y atrapando incluso aunque no seas fan de Sabina, incluso aunque no te gusten sus canciones. Y si eres de los que te gusta Sabina, su música y lo que representa y ha representado el personaje, aun te gustara más.

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Una reflexión de Rossellini en 1955

Estos días estoy preparando un texto sobre Roberto Rossellini. Estoy leyendo muchas entrevistas con él. Fue así como me encontré con esta reflexión publicada en Cahiers du Cinéma en 1955. Al leerla, no pude menos que pensar que parecía escrita expresamente para explicar lo que ha pasado estos días en nuestro país:

“Los hombres de hoy tienen la costumbre de adoptar una opinión política o moral escogiéndola en el abanico de “verdades” que se les presentan. Esta elección no es el resultado de una convicción íntima, sino el fruto del azar donde entra la necesidad de mostrarse mejor de lo que son  y el deseo de vivir en paz. Una vez ganados a una causa, se ven obligados a defenderla y a mantenerla toda su vida. Es así como se forman generalmente los movimientos de opinión pública y se construyen los movimientos filosóficos, estéticos y morales. Todo se sacrifica a la coherencia  que, con este grado de obstinación maniaca, mata toda la libertad y la fantasía.”

El regalo de esta semana es un dibujo de plantas que supongo le puede gustar a la Carmen chilena y al Sabina madrileño.



 

 

 

 

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