Aprovecho esta primera semana
del año para hacer cuatro regalos tres estrenos de cine y una serie. Recupero
una película del año pasado (solo de la semana pasada) y la enlazo con dos
películas importantes de esta semana. La serie es algo especial.
Regalo
Italiano 1
Parthenope de Paolo Sorrentino
Sorrentino siempre me gusta.
Unas veces todo (La gran belleza, Fue la
mano de dios), otras veces imágenes sueltas, secuencias aisladas. Parthenope se mueve entre los dos polos.
No me gusta todo, pero hay cosas que me gustan mucho. A veces con las películas
de Sorrentino tengo la impresión de que nacen de una imagen primera y una
imagen final. Y después, busca como ligarlas. En el caso de Parthenope esa imagen primera es tan
brillante como la de La gran belleza:
una carroza del siglo XVIII flotando sobre las aguas con la ciudad de Nápoles
al fondo. Ni Fellini la habría hecho mejor. La imagen final también es
felliniana, pero teñida de sorrentino puro: Stefania Sandrelli en una calle de
noche, mientras se oyen los cantos de los tiffosi del Nápoles celebrando la
victoria de su equipo acercándose lentamente como un barco en el océano. Estas
dos imágenes encierran la historia de Parhenope y de paso la de Nápoles y de
paso la de Italia y si me apuran, la de Europa. Quizás demasiada ambición para
las tiernas escamas doradas de la sirena Parthenope que nace en 1950 en las
aguas azules del mar. Encarnada en Celeste Dalla Porta, esta sirena busca a la
largo de la película una luz: la antropología. “La antropología es ver”, le
dice el profesor que interpreta Silvio Orlando. Y cuando Parthenope ve al ser
de agua y sal, piensa que lo ha entendido. Pero en realidad solo lo entenderá
al final: esos cantos en las calles nocturnas son la antropología. Sorrentino
sigue fiel a Fellini, pero ya se siente con fuerza para crear a partir del
maestro su propio estilo. Podemos hablar de felliniano, pero en rigor hay que
empezar a hablar de sorrentiniano. Me olvidaba de lo principal: la película es
una belleza de principio a fin.
Regalo
italiano 2
Queer, de Luca Guadagnino
Si Sorrentino enlaza con la
tradición de cine italiano de Fellini, Guadagnino es un digno sucesor de
Bertolucci. Desde que Bertolucci filmara la elegante El cielo protector o la sensual Belleza
robada, ningún director italiano había sabido evocar como él ese aroma de
decadencia y de belleza escondida en los más sórdidos rincones. Queer era un reto. No solo porque el
relato autobiográfico de William Burroughs es casi infilmable (como casi todos
sus libros), lo era sobre todo porque había que adentrarse en el cielo nada
protector de un delirio alcohólico y de destrucción presidido por un deseo
homosexual desaforado. Encontrar a Daniel Craig fue el primer acierto. Son
pocos los actores que pueden acercarse a un personaje como William Lee sin
dejarse un poco del alma en el camino. Craig es lo mejor de una película que
tiene muchas cosas buenas. El segundo acierto fue montar un decorado del México
onírico de los años 50 en Cinecitta, lo que le permitía jugar con los colores,
las luces, los espacios, el sudor, el semen, el alcohol. Para mí, el tercer
acierto es el de no querer ser original. Con Bertolucci escondido en la parte
oscura del cerebro, Guadagnino se fija
en el más bertolucciano de los films de Huston, Bajo el volcán (hay una alusión directa: William está leyendo el
libro de Malcolm Lowry) para contar el primer capítulo de la historia de este
escritor drogadicto y homosexual en la noche mexicana. Un intermedio más
sereno, (Bertolucci puro), da pie a un tercer capítulo en el que William y su
joven acompañante se adentran directamente en el corazón de las tinieblas de
Conrad/Coppola. Y llega el final, un final en el que Guadagnino demuestra que
no tiene miedo a nada, con 2001 de
Kubrick apareciendo en el horizonte del firmamento. Uf¡¡¡ Cuantas cosas juntas
en una película que te arrastra en su belleza, en su dolor, en su pasión, en su
coraje. Un gran regalo.
Regalo
indio
La luz que imaginamos de Payal Kapadia
Esta sí que es un auténtico
regalo inesperado. Es tan bonita, como emocionante, tan contemporánea como de
toda la vida. Es un melodrama y es una comedia, es una historia de amor y una
historia de amistad. Es preciosa, no puedo imaginar mejor luz que esta para
empezar el año. Payal Kapadia es documentalista y eso se nota en la manera como
filma la ciudad de Mumbai y sus gentes. Pero es mujer y eso se nota en la
sensibilidad con que retrata a sus tres personajes femeninos. Y es directora y
eso se nota en el control sutil pero férreo de las emociones y los espacios.
Emociones de las cosas pequeñas que son las que cuentan en la vida. Espacios
que nos condicionan a un ritmo acelerado o ralentizado según los vivamos. Para
Payal Kapadia el tiempo es la única dimensión importante. Porque no se vive
igual cinco minutos de felicidad, que cinco minutos de tedio, que cinco minutos
de rabia. La historia es la de dos enfermeras y una cocinera. Las tres trabajan
en un hospital. Prahba, está casada, pero su marido vive en Alemania y ella está
paralizada en su espera; Anu, está enamorada de un musulmán, lo que la condena
a la clandestinidad. Las dos comparten piso. La tercera, Parvaty, es mayor que
ellas y se encuentra de repente en la calle por culpa de la especulación
inmobiliaria. Tres mujeres, tres edades, tres conflictos y una luz que imaginan
juntas y que alcanzan cuando son capaces de salir de la Mumbai nocturna y abigarrada.
La amistad y la solidaridad por encima de todo. Y la armonía con el mundo. No
se la pierdan.
Regalo
4 Una serie
Sugar, de Fernando Meirelles Apple TV –Movistar
Descubrimos esta serie
explorando el catálogo de Apple TV. No había leído nada de ella. Pero vi que la
hacía Colin Farrell y que la dirigía el brasileño Fernando Meirelles. Dos
garantías de que algo tendría. Pero ¿por qué nadie había hablado de ella?
Empezamos a verla y nos encontramos con un personaje de cine clásico: un
detective privado encargado de encontrar a una joven rica desaparecida. El
arranque es el de El sueño eterno, el
personaje que interpreta Farrell es un heredero de Bogart. El cine negro de
Hollywood está presente en diálogo constante con el pensamiento de John Sugar,
el narrador de la historia. Te engancha desde el primer momento por su puesta
en escena (el uso del cine clásico podría cansar, pero el director consigue que sea un interlocutor
imprescindible); por sus personajes inquietantes, llenos de zonas de sombra en
ese Hollywood decadente de estrellas infantiles en declive; por el uso del
espacio urbano y del coche azul. Todo funciona. Hasta que las pistas que te ha
ido dando, casi sin darte cuenta, desembocan en un giro de guión inesperado. Y
es ahí donde entiendo porque no ha gustado y no se habla de esta serie. Sugar se escapa de lo establecido y lo
convencional. Sugar es una sorpresa
que a mí, a nosotros, nos enganchó aún más. Desde aquí la recomiendo ver hasta
el final de su octavo episodio antes de decidir si son pro o contra Sugar.