viernes, 4 de abril de 2025

DESCONECTAR

 




Recuerdo que Mafalda, la añorada Mafalda de Quino, decía en una viñeta “¡¡¡Paren el mundo, que me quiero bajar!!!”. A veces, viendo el panorama que nos rodea, me entran ganas de decir lo mismo.

 

(no es una foto de la película, son dos chicas reales que sufren el 
Síndrome de la Resignación)

Vida en pausa, de Alexandros Avranas

Y de pronto, me encuentro con una película donde las y los Mafaldas de ahora mismo, han decidido bajarse de este mundo. Literalmente. La película se llama Vida en pausa, la dirige un griego, pasa en Suecia y sus protagonistas son una familia rusa que busca refugio político al estar amenazados de muerte en el paraíso putiniano. Pero los suecos son muy quisquillosos y no acaban de creerse que sea tan grave. Al rechazar su demanda de asilo, y ante la amenaza de deportación, la hija pequeña Katia, cae en una especia de coma o sueño inexplicable. Katia sucumbe a lo que los suecos han llamado Síndrome de la Resignación, algo real, no inventado por ningún guionista, que afecta a los hijos de los refugiados en Suecia, solo en Suecia. No se han detectado síndromes de la resignación en ningún otro país. Esta extraña reacción mafaldiana, aunque trágica, significa que los niños desconectan su cerebro, literalmente, lo apagan. En Suecia hay un hospital especializado en cuidar a estos niños, muchos más de lo que se podría imaginar. Separados de sus familias, a las que se considera responsables de su estado por hacerles pasar momentos de angustia, los padres deben sufrir un proceso de reeducación basado en la palabra PAPA, que resume los cuatro temas de los que nunca han de hablar en presencia de sus hijas: Pasado, Asilo, Problemas, Ansiedad. Eso, y tener siempre una sonrisa en los labios. Una humillación que se suma a la desesperación por la amenaza de deportación y la imposibilidad de ver a sus hijas. Porque la mayor, Alina, también es víctima del síndrome. Avranas, un director del que no conozco nada anterior, se acerca a este tema casi de ciencia ficción despojándolo de emociones: las suecas (son todas mujeres) que deciden sobre la vida de la familia de Sergei y Natalia, parecen robots salidos de un film futurista; los espacios vacíos y fríos, la casa, el tribunal de la Junta de Migración, el hospital donde están las niñas, carecen de cualquier indicio de vida. Los padres viven aislados en sí mismos. Vida en pausa me ha hecho pensar en mi propia historia y la de mis hermanos. ¿Habríamos caído en el síndrome de la resignación si México hubiera deportado a mis padres a España? 

 


Sorda, Eva Libertad

En cierto modo, el otro estreno destacado de la semana también habla de desconexión, aunque muy diferente. Sorda, de Eva Libertad, nos muestra una realidad que no solemos tener presente: como puede vivir una pareja en la que uno de ellos es oyente y el otro no oye. No es fácil responder a esto ,y menos cuando se trata de tener un hijo y la madre es sorda: si el bebé oye, el problema es para la madre que tendrá que aprender a comunicarse con él de otra manera; si el bebé no oye, el problema es para todos que tendrán que aprender a entender lo que le pasa. Todo es difícil. La película se acerca a esta situación con delicadeza pero sin paternalismo, o maternalismo, es decir sin condescendencia. La relación de Ángela, la mujer sorda, con su pareja con sus padres, con su hija, es complicada en una sociedad que no está preparada para asumir elementos que se salen de la norma. De cualquier tipo. Quizás por eso lo que más me ha interesado de esta película no es solo el tener conciencia de las dificultades de las personas sordas, sino el extrapolar estas dificultades a todos los que no cumplen lo establecido, tanto por una discapacidad física como por una diferente religión, cultura o idioma. La terrible secuencia del parto en Sorda se puede imaginar igualmente con una mujer afgana, rusa, o de donde sea, que no entienda el castellano. Y sería igual de dolorosa y humillante. De nuevo vuelvo a Mafalda: “¡¡¡Paren el mundo que me quiero bajar!!!”.


 

D’A Film Festival 2025

Menos mal que hay algunas cosas que nos conectan con el mundo, que nos abren puertas y ventanas y nos acercan a otras realidades. El D’A es una de estas cosas, un festival que cada año enriquece el paisaje del cine con distintas propuestas, muchas de ellas, por desgracia, solo visibles estos días porque no llegan a estrenarse jamás. Este año, como siempre, la oferta era enorme y resultaba difícil escoger entre títulos que no conocía. Por eso ésta no es una crónica al uso, sino una selección de algunas de las película que me más me han gustado. Hay dos que me parecen encantadoras, un calificativo que se usa poco en el cine más actual. Dies d’estiu i de pluja y El verano más largo del mundo.

 


Dies d’estiu i de pluja, Colectivo Espurnes

De las películas siempre interesantes de la sección Un impulso colectivo, me quedo con este film realizado precisamente por un colectivo de estudiantes de la UPF que siguen el camino de Las amigas de Ágata y Un sol radiant. Lo que cuenta este film veraniego y tranquilo, es el viaje de tres amigos, dos chicos y una chica, que pasan juntos unos días en el Pirineo de Huesca. Cada uno de ellos tiene un problema propio. Los conocemos por separado al principio de la película, y aunque no lo sabemos, ya en esas secuencias iníciales nos dan una pista de cuál es su problema. Cuando los encontramos juntos, bajando del tren en una estación de montaña, nos colocamos a su lado para acompañarlos en esos días compartidos en la naturaleza. Lo mejor y más bonito de esta historia es la potencia de la amistad, de la complicidad no teñida de sombras, de la capacidad de entenderse y de ayudarse.  Creo que eso es lo que más me ha gustado.

 


El verano más largo del mundo, Alejandra Lipoma, Romina Vlachoff

También de verano, amistad y crisis habla este film argentino, una primera película que se mueve en el terreno de la comedia y el humor ligero que surge de unas situaciones inesperadas. Su protagonista es un poco mayor que los tres amigos de Dies d’estiu i de pluja. Camila tiene 30 años y se encuentra en una encrucijada. En ese fin de año caluroso y veraniego, se separa de su pareja y se queda sin trabajo. Como Mafalda, Camila querría bajarse del mundo, pero su mejor amigo Oscar, le ofrece una mano para seguir adelante. Una obrita teatral de aficionados en un parque de atracciones no demasiado rutilante será el primer paso, el segundo es conocer a Gustavo, un hombre sabio y mágico y el tercero será despertar su imaginación. Borges y Bioy Casares no están lejos de este film en blanco y negro que me ha hecho pensar en algunas películas de Jacques Rivette, donde también se jugaba con la realidad y la fantasía, con lo posible y lo imposible, pequeños viajes/paréntesis como el que vive Camila de la mano de Oscar y Gustavo. Ojalá se estrene pronto porque no suele haber en nuestros cines películas tan frescas y felices, aunque hablen de cosas muy serias.

 


Un descubrimiento (al menos para mí) el cine de Miguel Ángel Blanca.

En esta edición del D’A había dos películas de Miguel Ángel Blanca, una en Un impulso colectivo, Invasión pequeña, y otro en Direcciones, Ejercicios para ver a Dios. Los dos me han sorprendido, y eso es difícil en un cine tan acostumbrado a repetir modelos y fórmulas. El resumen que da el festival de Ejercicios para ver a Dios dice: “Acompañadas de un equipo de TV, tres mujeres con supuestos dones místicos son enviadas a la montaña como concursantes de un reality show de supervivencia. Allí, serán juzgadas en prime time por sus visiones sobre el deseo, la verdad y el precio de la salvación eterna. Un film libre y mutante que se rebela contra todo.” Libre seguro, mutante, también, inesperado si, aunque de alguna manera conecta con una corriente del cine español que está dando algunos productos inclasificables como Espíritu sagrado, de Chema García Ibarra o Estols, de Xavi Moreno. Son experimentos que juegan con el misticismo, la naturaleza, el viaje. En el caso de Ejercicios para ver a Dios, nos encontramos con tres mujeres, Juana, María y Ana, cada una vestida con un color, Juana de azul, María de amarillo, Ana de morado, que se aventuran en la montaña, siempre vigiladas por una cámara, para hacer distintos y caprichosos ejercicios para ver a Dios. La manera de filmarlas, a veces calidoscópica, a veces inquisitiva, siempre presente, nos va adentrando en un mundo desconocido lleno de risas y peligros, de sacrificios y recompensas, en una montaña y un bosque mágicos. En contrapartida, el plató de televisión donde son juzgadas es un espacio de terror y burla. Pero todo esto son vanas explicaciones de un film que se ha de ver y compartir. Disfrutar con su humor y su ironía, con sus personajes extravagantes y dejarse llevar por ellos. Confieso que me lo pase muy bien con Ejercicios para ver a Dios y aunque no tengo claro que sea una película para todo el mundo, creo que a Mafalda le gustaría mucho. 

Simfonies de ciutat

Simfonies de ciutat reúne un año más cinco pequeñas películas realizadas por mujeres en un proyecto promovido por el CCCB y Dones visuals. Suelen ser todas interesantes, pero de las cinco de este año, me quedo con la que ha dirigido Lola Clavo, La barriga de la montaña. La montaña es la de Montjuic y la barriga es exactamente todo lo que encuentra Lola en esta montaña, desde lo más pequeño, gusanos, insectos, flores, a lo más grande; de la vida a la muerte; de la luz a la oscuridad. Un film abstracto y poético, fascinante en su corta duración.

 


Y casi como si fuera una sexta Simfonia de ciutat, me ha encantado el corto de Alice Rohrwacher en colaboración con JR (el fotógrafo que acompañaba a Agnès Varda en Caras y lugares). El film se llama Allégorie citadine y pasa en un París de cuento. Una bailarina acompañada de su hijo, acude a una audición para un papel en una obra basada en La caverna de Platón. Mientras ella ensaya, el niño, como una Mafalda parisina, sale a la ciudad, y descubre que la caverna de Platón está ahí mismo, debajo de las paredes que poco a poco va desgarrando, para dejar la cueva a la vista de todos, una cueva que nos tiene prisioneros, como la de Platón y de la que el niño quiere y consigue sacarnos. Una alegoría de ciudad, una sinfonía de lujo  y de libertad. Preciosa.

Ha habido muchas mas cosas, pero me quedo con estas.

El regalo de esta semana es una durmiente que se ha bajado del mundo