martes, 20 de julio de 2010

MARIA Y NOSOTROS



(esta piscina le habría encantado a María)
En general no me gustan las películas con discapacitados mentales. Casi siempre hay en ellas una especie de condescendencia que, aunque no se quiera, aflora sin que el guionista o el director se den cuenta. Eso me pasa con las películas de ficción que tienen protagonistas con síndrome de Down o cualquier otro problema. En cambio, me interesan mucho los documentales sobre este tipo de personas. Recuerdo uno producido por Julio Medem y dirigido por Lola Barrera. Se llamaba ¿Qué tienes debajo del sombrero? En él se demostraba que los raros, a lo mejor, somos nosotros y no ellos. También recuerdo Monos como Becky, de Joaquín Jordá. Pero cuando el cine se acerca desde la ficción, pierde esa lucidez. Pensemos por ejemplo en otra película producida por Julio Medem, Yo también, de A. Pastor y A. Naharro. Aun siendo un film lleno de ternura, Yo también no llega a provocar el mismo efecto iluminador que el documental de Lola Barrera ¿Qué tienes debajo del sombrero?
Todo esto viene a cuento del estreno de María y yo, de Félix Fernández de Castro, basado en el cómic y en la vida de Miguel Gallardo y su hija María. Hay varias cosas que me han gustado en este documental. Una es la alegría que se desprende de una relación padre (y madre)/ hija en una situación que por fuerza ha debido de ser y es, muy dura de sobrellevar. La otra es que se atreva a reconocer y reivindicar el hecho de que María no es igual a los demás. María es especial, ¿peor o mejor que nosotros? Todo depende donde pongamos los límites de la normalidad. Hay una novela preciosa de Theodore Sturgeon titulada Mas que humano, (1953) donde los supuestamente disminuidos eran en realidad “mas que humanos”. Por eso no me gusta la palabra discapacitado. ¿Discapacitado para qué? ¿Para ser como todos? También nosotros somos discapacitados para muchas cosas que ellos tienen y que se nos escapan por completo.
Pero lo que más me ha impresionado es una idea que se desprende del film: los padres querrían que María muriera antes que ellos porque no soportan la idea de dejarla sola o en manos de no se sabe quién. Para un padre no hay nada más terrible que se le muera un hijo. Es algo que va contra la naturaleza. Pero en este caso, es un deseo perfectamente legítimo y que me ha conmovido hasta muy adentro.
Todo esto sin perder el sentido del humor y la capacidad de reírse de la banalidad estúpida de la vida en el hotel, donde te llegas a preguntar viendo a los clientes ¿quién está mas disminuido mentalmente, María o los gordos y colorados guiris que hacen aquagym en la piscina? No tengo muchas dudas.
(Cuando se estrenaron los documentales de Medem escribí un texto que nunca se publicó. Lo cuelgo en el otro blog por si a alguien le interesa leerlo).
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