viernes, 23 de septiembre de 2011

CUENTO


Acabo de ver el telediario la noticia de la caida de un satélite en una zona habitada. Eso me ha hecho recordar un viejo cuento que escribí en 1982, revisado en el 2002, donde se habla de la caida d eun satélite. El cuento se llama Blade en homenaje a Blade Runner.He decidido publicarlo aqui, porque el cine sigue sin inspirarme para escribir. El cuadro de Ramon me gusta mucho y por eso lo he puesto como ilustración.

Blade
Los periódicos anunciaban la caída del satélite para las cinco de la mañana del día siguiente. Este era el décimo que se desplomaba sobre la tierra desde que en 1983 el Cosmos 1402 iniciara una serie de desastres técnicos en los satélites artificiales. Blade cerró el diario con desaliento y siguió comiendo su plato de soja en el bar de Chang. Soja con salmón. ¡Típico de los chinos! Pagó su consumición en la deteriorada máquina de la esquina del salón y se despidió de Chang con un movimiento de la mano.
Salió a la lluviosa y oscura mañana. Comenzaba un nuevo día. Un día más que quizá fuera el último para algunos de los habitantes de este planeta. Por suerte esta vez su espacio vital, comprendido en los escasos kilómetros cuadrados que ocupaba la ciudad, estaba a salvo del peligro. El satélite caería al otro lado del país en una zona poco habitada. Podía estar tranquilo, seguramente no los llamarían a ellos ya que estaban demasiado lejos y no sabían nada de aquel sector. Probablemente encontrarían otro equipo de seguridad en un área más próxima al desastre. Llovía sin parar, como casi siempre ¡Hacía tanto tiempo que no veía el sol!, ¡y el mar!... casi no se acordaba como era el mar. Y estaba allí muy cerca, pero ¿quién tenía ganas de ir al mar en estos tiempos?
Sorteando como pudo la abigarrada multitud que pululaba por las calles de la ciudad sin saber aparentemente a donde ir, Blade consiguió llegar hasta el enorme edificio donde estaba su laboratorio: la Oficina de Investigación del Plan Sextenal del Quinto Proyecto, más conocida entre la gente como la 6/5. Antes de entrar su mirada se detuvo en la enorme puerta reviviendo en su mente sensaciones de algo conocido pero inidentificable. Sentía esto cada vez que atravesaba la monumental entrada que daba acceso al hall del viejo edificio donde se encontraba su trabajo. Tomó el único ascensor que aún funcionaba y subió hasta el piso 11, cruzó el pasillo de paredes desvencijadas, saltó por encima de un profundo agujero lleno de agua, producto de más de diez años de goteras y entró en su laboratorio.
George ya estaba trabajando. Le saludó sin levantar la vista del diagrama que estaba calculando y siguió apuntando infinidad de números en una pequeña libreta que tenía a su lado. Blade se quitó el abrigo empapado y se puso el confortable jersey que tantos recuerdos le traía. Esta era una de las pocas razones que le hacían soportable su trabajo, poder utilizar este suéter en lugar de las horrendas y asépticas batas blancas que llevaban todos los investigadores del plan.
Se sentó a su mesa, frente a George, dispuesto a continuar con el cálculo que estaba realizando y distraídamente, le comentó la caída del satélite. Ante su sorpresa George reaccionó y le miró a la cara.¡Si que era raro! Muy pocas cosas en el mundo conseguían que George levantara la vista de sus diagramas y números.
-¿Sabes algo de la caída?
-No, tan solo lo que pone los periódicos.
-¿Saben ya donde caerá esta vez?
-¡Claro que lo saben! Lo saben desde hace varios días. ¿No has oído las noticias?
-No, ya sabes que no me gusta como informan de las cosas que pasan.
-No me extraña que no te enteres de nada. Si aún sigues empeñado en calcular a mano todos los términos de las operaciones, ignorando olímpicamente que estamos en la era de la informática.
-Sí, pero sigo siendo el mejor ¿no? Además, olvídalo. Tan solo quiero saber donde sucederá esta vez
-Parece que en California. Espero que no nos busquen a nosotros.
-California... nunca se lo perdonaré.
-¿A quién y qué, si puede saberse?
-California. ¿Qué quedará después del impacto? Nada ¿Por qué no podían ser más cuidadosos con sus juguetes? Si no sabían usarlos, por qué los mandaban al espacio amenazando las vidas, no de ellos, claro, sino de las generaciones futuras. No comprendo porque no esperaron a tener controlada la energía nuclear para ponerlos en marcha.
-Yo tampoco, pero es un hecho que lo hicieron. Así que ahora hemos de esperar que caigan todos los que aún están dando vueltas por ahí. Eso si no conseguimos que el Plan Sextenal de algún resultado rápido y se puedan eliminar en el espacio, pescarlos sería la palabra exacta, sin peligro para nuestras naves.
-California... era un lugar precioso. Yo lo conozco.
-¿Tú? ¿Cuándo estuviste allí?
-De niño, con mis padres. Me llevaron a ver los viejos estudios de Hollywood, un sitio increíble donde se hacían películas.
-Si, he leído sobre ese lugar.
-Era maravilloso. Ahora desaparecerá todo bajo las radiaciones del maldito satélite.
-Supongo que si, si no logran evitarlo. En fin, volvamos al trabajo.
La lluvia seguía cayendo sin descanso, resbalando por los grandes ventanales que se abrían a la sempiterna oscuridad. Blade y George trabajaban en silencio. De repente sonó un timbre estridente en el fondo de una de las habitaciones vacías de la planta.
-¡Oh no!- dijo Blade -esta vez no, por favor.
-Parece que nos llaman. ¿Quién va?
-Echémoslo a suertes. Me parece que es la única manera.
-De acuerdo cara o cruz.
-Cara.
La moneda saltó en el aire y cayó suavemente sobre la mesa.
-Lo siento Blade, te ha tocado a ti. Espero que vuelvas.
-Yo también lo espero. Hasta pronto George.
Se dieron la mano y Blade se dirigió hacia la salida en busca de la habitación donde seguía sonando el timbre estridente. Abrió la puerta de un cuarto de dimensiones gigantescas al fondo del cual había una mesa con una gran pantalla encima. Acercándose sin ganas, Blade desconectó el timbre y encendió la pantalla que inmediatamente le pidió un código personal. Blade lo tecleó y ante él apareció la amable cara de una azafata del Congreso que le dijo con una sonrisa de plástico:
-Por favor, no se retire
Blade miró a la azafata y esperó pacientemente. Allí estaba el jefe.
-Blade, me alegro que seas tú-. “Siempre dice lo mismo sea quién sea el escogido”, pensó Blade para si mismo.
-Creo que ya sabes de que se trata. Tienes que ir a California. No hay nadie cerca que sepa que puede hacerse con el satélite. Sólo puedo confiar en alguien del 6/5 para evitar que la catástrofe sea de grandes dimensiones.
-De acuerdo, iré. Pero necesito algunos datos. No estoy al tanto de que tipo de satélite se trata.
-No te preocupes. Todo está a punto. Ven inmediatamente a la Oficina Central donde te facilitarán toda la información.
-Bien. Hasta ahora.
-Oye Blade, por favor, por una vez deja ese horrible suéter en casa ¿quieres?
-Ni hablar-, fue su rápida y tajante respuesta.
Bueno, ya estaba de nuevo embarcado en una misión que no deseaba. Era parte de su trabajo, la que menos le gustaba y debía cumplirlo. Pero desde luego se daría un pequeño gusto. Si tenía que morir en California, lo haría con su viejo jersey puesto. No señor, no lo iba a dejar aquí abandonado.
Recogió sus cosas y salió a los pasillos laberínticos del enorme edificio del Plan Sextenal. Bajó en el destartalado ascensor, reliquia del pasado y salió a la calle oscura y mojada como quién está dispuesto a ir al sacrificio. La Oficina Central no estaba lejos y viendo el tráfico infernal pensó que sería mucho más rápido ir andando que coger un coche, así que caminó bajo la lluvia atravesando el viejo parque de su infancia, ahora completamente destruido.
Al final de la explanada de acceso a la Oficina Central se destacaba la magnífica arquitectura que, al igual que el edificio del Plan Sextenal tenía la capacidad de provocar en su imaginación el recuerdo de algo antiguo, latente o dormido en lo más profundo de su mente. ¿Por qué sería que aquellos edificios inhóspitos despertaban en él esa cualidad evocadora? Algún día, si volvía de California, intentaría averiguarlo. En las verjas de la explanada se identificó y un coche oficial le llevó hasta el Departamento de Información. Allí encontró otra chica de plástico con sonrisa de dentífrico y ojos rasgados que le entregó una carpeta con toda la documentación acerca del satélite y un talonario de cheques en blanco abierto a su nombre.
-Carta Blanca-, le dijo sonriendo de forma insinuante. “Lástima que no tengo tiempo ahora”, pensó Blade mientras recogía la carpeta.
El mismo coche oficial le llevó al aeropuerto. Un avión le llevaría a California en una hora. Perfecto, no se podía pedir mejor organización. Durante el trayecto, Blade estudió los informes del satélite. En realidad no era complicado. Era un modelo primitivo lanzado el año 1985 por los rusos y que había durado en el espacio más de lo previsto por sus propios creadores. Pero los imbéciles no calcularon que se caería algún día y que su uranio enriquecido no se destruiría al entrar en contacto con la atmósfera. En fin, una vez más se enfrentaba a un problema de arqueología espacial.
El avión no tenía ventanillas a causa de la velocidad de desplazamiento y por eso Blade no pudo darse cuenta del cambio que sucedía fuera del aparato. Cuando descendió en el aeropuerto de San Francisco se quedó asombrado al comprobar que no sólo no llovía, sino que además aún había sol en el mundo y allí relucía como en los viejos tiempos de los libros de historia. Sólo por esto ya valía la pena haber venido hasta aquí. Lástima que esa hermosa tierra verde –verde era un color borrado de la ciudad hacía muchísimo tiempo- fuera a calcinarse por una estupidez del pasado. Haría lo posible porque no sucediera lo peor. Antes de llegar no pensaba más que en terminar cuanto antes con lo que había venido a hacer y, si salía con vida, volver lo más rápido posible a su trabajo en el Plan. Pero ahora creía que valía la pena intentar en serio evitar la catástrofe, aunque solo fuera para salvar aquellas hermosas palmeras que se mecían al viento.
Nadie le acompañaría en su viaje. Aquella era una zona muy poco habitada y los escasos pobladores habían sido evacuados hacía varios días. Le dieron un coche y le indicaron el camino a Los Ángeles donde se localizaba el epicentro de la caída.
Sumergido en un mar de nuevas sensaciones que el sol y el viento despertaban en él, Blade condujo a gran velocidad por la autopista de la costa hasta que encontró una barrera. Un policía le detuvo y pretendió obligarle a retroceder, pero su actitud cambió radicalmente cuando se enteró quién era y porqué iba a Los Ángeles. La barrera se abrió dejándole pasar y el coche se alejó mientras el policía lo miraba con una mezcla de tristeza y esperanza en los ojos. Ahora Blade si que estaba completamente solo en el desierto californiano. Miró el mapa que le habían dado y comprobó que el lugar del impacto quedaba justamente en el lugar del que George le había hablado esa mañana: Hollywood, donde se hacían las viejas películas del siglo XX, vestigios de un pasado irrecuperable.
No tardó en divisar la ciudad. Eran las cinco de la tarde. Le quedaban doce horas. Enfiló un gran boulevard y detuvo el coche delante de un edificio cuadrado. El satélite no entraría en contacto con la atmósfera, primer momento de peligro, hasta dentro de cuatro o cinco horas, así que podía dar una vuelta antes de empezar a prepararse. Entró en el edificio cuadrado por una pequeña puerta lateral y se encontró en un vestíbulo vacío de enormes dimensiones. Desde fuera nunca habría pensado que fuera tan grande. Caminó lentamente por los distintos niveles intentando reconocer alguno de los objetos allí expuestos, pero nada le resultaba familiar. Era todo demasiado antiguo. ¿Para qué servirían esos instrumentos? Estaba tan ensimismado en su contemplación que no se dio cuenta de que no estaba solo hasta que sintió una mano en su espalda.
-¿Quién es usted?-, casi gritó al mismo tiempo que sacaba su pistola.
-No se asuste. En realidad debería ser yo quién le preguntara ¿no cree? Al fin y al cabo, yo estoy en mi casa.
La que le hablaba era una chica de unos quince años, morena, con el pelo corto y los ojos dorados como la miel.
-Pero ¿qué hace usted aquí? Debería haberse ido con todo el mundo. Esta zona está en peligro de desintegración.
-Ya lo sé. Y usted ¿qué hace aquí?
-Soy el encargado de intentar evitar el desastre, si es posible. Es preciso que se marche inmediatamente.
-No, ni hablar. Yo no me muevo. No me importa morir, pero quiero verlo. Quiero verlo caer del cielo. Es lo único que me importa. Quiero ver de verdad lo que tantas veces he visto en el cine.
-En el cine, ¿en qué cine?
-Aquí, donde estamos ahora. Aquí se proyectaban películas y yo tengo una. La veo continuamente ¿quiere que se la enseñe? Seguramente entonces comprenderá porque no quiero irme.
Blade miró su reloj. Tenía tiempo, así que se dejó llevar por unas escaleras hasta una pequeña sala llena de butacas.
-Siéntese.
Ella se fue detrás, a un cuarto más pequeño y manipuló en unas primitivas máquinas. De repente se apagaron las luces y la pantalla se iluminó. Algo estalló en la cabeza de Blade. Lo que salía en la pantalla era la imagen de aquello que estaba buscando desde hacía tanto tiempo. La evocación que sentía ante los grandes edificios del Plan y la Oficina Central, aquello que le hacía reaccionar de una forma extraña, como si tuviera algo que ver con él, aparecía ahora en colores y gran formato frente a sus ojos. “Pirámides” las llamaban en el idioma que salía de las bocas de los hombres que allí se movían. Pirámides, eso era lo que los edificios le recordaban. Pirámides que se construían para alabar a sus reyes. Reyes que podían hacer cosas impresionantes como separar el mar abriendo un camino entre sus aguas o desencadenar tormentas de insectos. Era increíble, no podía apartar los ojos de aquellas sombras en movimiento. Y de repente entendió lo que la chica quería decirle. En lo alto de una montaña había una mata de hierba ardiendo. Del cielo caía una bola de fuego y una lluvia de estrellas que iluminaba esplendorosamente el firmamento. Eso es lo que la chica esperaba ver en la realidad. Si había sucedido en el cine, ella lo vería ahora, aunque tuviera que morir para conseguirlo.
Cuando se encendieron las luces la chica estaba sentada detrás de él con el rostro transfigurado. No hacía falta que dijeran nada. Se entendieron con la mirada. Blade la cogió de la mano y salieron juntos a la luz de la tarde donde los últimos rayos del sol bañaban el centro de la calle vacía donde se levantaba uno de los grandes estudios de Hollywood.
Se acercaba la hora crítica, el momento más importante para controlar el desastre. Pero Blade se sintió de repente muy cansado. Por primera vez en su vida no sabía que tenía que hacer ¿debía destruir el fuego del cielo o, por el contrario, debía dejarlo caer en su esplendor en un destino anunciado muchos años atrás? Se sentía perdido mientras contemplaba el azul cobalto del cielo que muy pronto se llenaría de destellos naranjas y violetas. Los destellos de la muerte. La fascinación de las puertas, las pirámides, todo tenía sentido en esa órbita mortal.
Pero algo muy dentro de él sabía también que lo que sucedería al caer el satélite nada tenía que ver con aquellas imágenes recién descubiertas. La muerte añorada nada tenía que ver con la muerte real y terrible que encontrarían con la caída del monstruo del cielo. Abrazó a la chica y la arrastró a la zona de sombra de la calle venciendo el instinto y el deseo de destrucción que le dominaba. Era preciso que hiciera lo que había venido a hacer.
La chica temblaba de frío en el anochecer. Blade se quitó su viejo jersey y se lo puso por los hombros mientras la conducía hacia el aparcamiento. Aunque ella se resistía, Blade logró meterla en el coche. Subió a su lado y puso el motor en marcha. El familiar ronroneo le devolvió el aliento de vida que le faltaba. No, no iban a morir, ahora no. Por fin había encontrado un hilo conductor entre un pasado remoto y un presente hasta ahora sin sentido y no iba a permitir que se lo cortaran. Además había encontrado a la chica. Era preciso vivir y había que darse mucha prisa....

Barcelona 1982-2002
(publicado en una primera versión en Arc Voltaic número 15).

2 comentarios:

  1. M'agrada. Suposo que totes les civilitzacions acaben adoptant la majestuositat de l'antic Egipte, abans d'esfondrar-se.
    Suposo que, partint com partim els dos del referent de "Blade Runner", és fácil però curiós que coincidim en molts punts. A "Òbol" també faig el meu particular homenatge al cinema.
    N'hi ha més? ;)
    E.

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  2. Si hay mas cuentos. Y alguna novela. Ya las ire dando a conocer.

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