domingo, 30 de noviembre de 2014

LOS JUEGOS DEL HAMBRE



(no sé si es un Sinsajo, pero en todo caso es un pájaro bonito de Ramón)
La semana pasada se estrenó Los juegos del hambre: Sinsajo, tercera parte (o mejor dicho, primera parte de la tercera parte) de la trilogía juvenil de Suzanne Collins. Recuerdo que vi la primera cuando se estrenó sin saber nada de ella. Entonces no me pareció gran cosa. La segunda no la llegué a ver en su momento. Pero ahora, quizás porque se ha hablado mucho de Sinsajo, nos entraron ganas de ver la saga de nuevo. Entre las dos suman  casi cinco horas. Era una buena manera de pasar una tarde lluviosa.
Lo que me llamó la atención fue la diferencia entre las dos películas, y me imagino que entre los dos libros. La primera es una mezcla extraña de juego de rol y reality show televisivo, una especie de Gran Hermano salvaje. La presencia y la explotación mediática de la imagen y la figura de la protagonista, no solo está muy presente, sino que es casi el tema de la historia, el único sostén de la tenue línea argumental que aguanta un edificio espectacular de imaginería kitsch futurista. La lucha por la supervivencia de los tributos, se convierte en un espectáculo para disfrute de espectadores hambrientos de emociones fuertes. Nada que no supieran los romanos y su circo de gladiadores.
Pero la segunda es otra cosa. Aquí, la presencia mediática no es tan fuerte. Casi es inexistente. El fabuloso personaje de Stanley Tucci, Caesar Flickerman, el presentador estrella de la gran fiesta de los juego, prácticamente desaparece y el protagonismo pasa a un Philip Seymour Hoffman que controla el plató de esa arena que vive bajo la cúpula.
Y ahí es donde la película, mejor dicho las películas me empiezan a cambiar de sentido. De repente empiezo a verlas como una serie de televisión. Me doy cuenta que tienen una estructura similar y sobre todo, tienen un tempo y un escenario de serie. De serie famosa. De serie fundacional. Es decir de Perdidos. Los juegos del hambre: En llamas suceden en una especie de isla como la de Perdidos, donde pasan cosas inexplicables, y hay fenómenos extraños (justificados por el manipulador que es el director del programa) pero tan misteriosos como los de la famosa isla del avión. Y los personajes, dejan de ser fichas de un juego para convertirse en una red, un conjunto, que tiene claro que su enemigo no es “el otro”, sino “los otros”, los que controlan ese mundo ficticio e imaginario que se revela como un mundo cerrado bajo una cúpula. Como la de Stephen King en la serie y el libro de ese mismo nombre. Mas el libro que la serie. Y no cuento mas por si hay gente que no lo ha leído y le apetece hacerlo.
Desde este punto de vista, me ha interesado Los juegos del hambre. No me atrae nada su manido discurso social de clase dominante y pueblo explotado; no me importa mucho que la famosa rebelión triunfe o no triunfe; no me siento arrebatada por la historia de amor adolescente. Pero quiero saber mas. Como en las buenas series, que te dejan siempre en el último capítulo con un misterio abierto que te obligará a ver la siguiente temporada. Aunque, como buena serie adicta, he aprendido a controlar los tiempos y los deseos y esperaré a que la tercera entrega, la que por lo que intuyo se parece más a Revolution, esté completa para verla.

2
Esta semana se ha estrenado el último experimento de Godard Adiós al lenguaje. La película, por llamarla con un término que todos podamos entender, se proyectó en Cannes y en Sitges en su versión original en 3D. Pero en su estreno comercial en España no ha habido una sola sala de las que cuentan con ese sistema que se haya dignado pasarla en su formato correcto. El resultado es que se ha estrenado en 2D con lo que el discurso godardiano sobre el lenguaje y su adiós se ve completamente tergiversado. No estuve ni en Cannes ni en Sitges. Pero creo que tampoco iré a verla en el cine.  Una de las cosas que me atraían de este último acto del director suizo era comprobar cómo había utilizado el 3D. Pero si no me lo dejan ver… En fin. La cultura, el cine, el lenguaje, parece que a todo hay que empezar a decirle adiós. El empobrecimiento general del pensamiento se acelera. Y si es cierto que me apetece ver Los juegos del hambre, eso no impide que quisiera ver Adiós al lenguaje. O es que por qué me guste Stephen King no puedo disfrutar con Borges, leer a Proust, descubrir a Siri Hustvedt, o aprender de un ensayo sobre la belleza de los que habla Ramón Herreros en su blog (1). Poner límites al deseo de conocer es una estupidez . Ponérselos uno mismo una tristeza, que te los (im)pongan, una tragedia.
(1)   Ver su última entrada Otoño tardío.


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