sábado, 8 de noviembre de 2014

MUROS



(esto es lo que queda del Muro de Berlín)
Mañana 9 de noviembre se cumplen 25 años de la caída del Muro de Berlín. Recuerdo lo emocionante que fue vivir ese momento casi en directo. En octubre de 1989 participé en un jurado montado por la incipiente Academia del Cine Europeo para preseleccionar las películas que podrían optar a lo que entonces se llamaban Premios Félix del Cine Europeo. En el blog de textos he colgado lo que escribí sobre esta experiencia como memoria de mi lejano interés por la construcción de una cultura y un cine europeo.
Pero de ese viaje quiero recordar aquí una visita al Berlín oriental donde pudimos asistir a uno de los momentos más importantes de la reciente historia europea: el último discurso que el todo poderoso Honecker, presidente dictatorial de la Alemania Oriental, dio junto con Gorbachov y que significó el principio del fin de la República Democrática Alemana.  De ese día recuerdo el ambiente de fiesta colectiva que se respiraba y sobre todo el enorme contraste entre el desfile oficial con todo el mundo bien colocado en su sitio y con las banderitas ondeando mientras coreaban las consignas del régimen, con los grupos de jóvenes que en las calles paralelas se manifestaban pidiendo una ruptura con el pasado.  El mundo estaba a punto de dar un cambio radical. Caía uno de los símbolos más brutales de la separación y la exclusión. Era un momento de alegría y de esperanza.
Hoy, 25 años más tarde, podemos ser críticos con lo que ha sucedido después, podemos pensar que las cosas no se hicieron bien, que había que haber tenido mayor control sobre los estamentos políticos y financieros, pero desde luego, tenemos que sentirnos contentos de haber vivido y contribuido a que una aberración como aquella haya desaparecido.
Por eso, precisamente hoy me duele aun más el que en mi propio país, en mi propia ciudad se esté trabajando para levantar un nuevo muro. Un muro invisible pero tan letal y malvado como lo era el de las piedras de Berlín. Un muro de separación, de marginación, de exclusión. No ha servido de nada la experiencia empobrecedora y represiva que significó la división del mundo. Aquí y ahora, hay quién sueña con que vuelva levantarse una frontera entre los pueblos. Lo siento, pero me produce una profunda tristeza.

Otros muros

De muros habla también la película más importante de los estrenos de este fin de semana Interstellar, de Christopher Nolan. De unos muros que están en el espacio y hay que derribar para encontrar el camino de salvación de la raza humana. Hace muchos años que los científicos vienen diciendo que el futuro hay que buscarlo en el espacio, en otros mundos, en otras galaxias. De eso habla este precioso film. De eso y de los viajes en el tiempo y sus paradojas. Y lo hace con sencillez, sin grandilocuencias, incluso sin abusar de los efectos especiales o la jerga científica,  jugando la baza de los personajes y sus contradicciones. Porque en el fondo, Interstellar es una historia de familia. Una historia de padres e hijas. Una hija que supera al padre en su inteligencia y consigue recuperarlo al cabo del tiempo; y otra hija que pierde al padre y nunca lo vuelve a ver. Pero ambas, la pelirroja y la morena, tienen en el personaje del mayor Tom, el piloto escapado de la canción de David Bowie,  el punto en común. Interstellar no es una película fácil. No es un blockbuster, aunque lo pueda parecer. Esta película, una de las más ambiciosas de Nolan, traza una línea de continuidad con el 2001 de Kubrick. Pero si aquel film mítico era frio y casi quirúrgico, este de Nolan es cálido y muy cercano. Aunque su acción pase más allá del infinito, al otro lado de los agujeros negros. Al otro lado del muro.

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