domingo, 7 de diciembre de 2014

EXODUS


(la foto es de la peli de Scott, a veces es muy difícil tener una foto propia de algunas cosas, como por ejemplo separar las aguas)
Hace mas de 30 años, en 1982, escribí un cuento que se llamaba Blade (1). Era un homenaje a Blade Runner. En ese cuento, el protagonista llegaba a Los Ángeles, una ciudad en ruinas, condenada a la desaparición, y se encontraba con una chica que proyectaba una y otra vez una película en un cine. Blade la veía con ella:
 “La evocación que sentía ante los grandes edificios del Plan y la Oficina Central, aquello que le hacía reaccionar de una forma extraña, como si tuviera algo que ver con él, aparecía ahora en colores y gran formato frente a sus ojos. “Pirámides” las llamaban en el idioma que salía de las bocas de los hombres que allí se movían. Pirámides, eso era lo que los edificios le recordaban. Pirámides que se construían para alabar a sus reyes. Reyes que podían hacer cosas impresionantes como separar el mar abriendo un camino entre sus aguas o desencadenar tormentas de insectos. Era increíble, no podía apartar los ojos de aquellas sombras en movimiento. Y de repente entendió lo que la chica quería decirle. En lo alto de una montaña había una mata de hierba ardiendo. Del cielo caía una bola de fuego y una lluvia de estrellas que iluminaba esplendorosamente el firmamento…” La película era Los diez mandamientos, como es fácil deducir. Por eso no deja de ser curioso, que treinta años después, el mismo Ridley Scott haya escogido de todas las historias fascinantes que ofrece la Biblia justamente la de Moisés para hacer  su particular Exodus. Es como cerrar un círculo.
Antes de seguir quiero aclarar una cosa. A mí me ha gustado Exodus. La Biblia es un libro mal conocido, poco leído y muy divulgado en algunos de sus episodios. El de Moisés y la zarza ardiente, es uno de los más famosos. En el cine, cada generación, o mejor dicho, cada época, tiene su Moisés y su zarza ardiente. La de Scott es una zarza de los tiempos austeros. Y realistas. Porque Scott ha hecho un Exodus neorrealista, con un Moisés lleno de dudas, entre su amor al pueblo que lo cuidó y su deber hacia el pueblo que le han encomendado y que ha hecho de él un hombre fundamentalista e intolerante. Me ha gustado mucho que Dios sea un niño mal criado al que te vienen ganas de darle dos azotes por sus caprichos. Y me ha parecido muy interesante la iconografía y el  uso del paisaje. Pero todo esto no valdría si Ridley Scott no hubiera hecho con todo un gran espectáculo.  Dejen de lado toda clase de prejuicios, olvídense de absurdas y ridículas polémicas en torno a los actores que hacen de egipcios, déjense llevar como cuando veían a Charlton Heston separando las aguas. Christina Bale las separa también, pero su tsunami es absurdamente verosímil.
Solo una pega le pongo a esta macrohistoria: tengo la sensación que le falta una parte. Todo el final, desde la subida al Monte Sinai, es demasiado precipitado. Así que, conociendo a Scott, no me extrañaría nada que apareciera dentro de unos años la “directors’s cut” de Exodus, una película mucho más completa.

(1)   Publiqué este cuento en una entrada del 23 de septiembre del 2011. Si alguien tiene curiosidad por leerlo, poniendo Blade en la casilla de búsqueda arriba a la izquierda, sale enseguida.



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