domingo, 18 de septiembre de 2016

SAN SEBASTIAN DIA 2


(San Sebastián se despierta mojado)
¿Cómo se pueden hacer películas tan diferentes y sin embargo tan personales? No lo sé, pero  Alberto Rodríguez consigue cerrar su trilogía sobre la España contemporánea con un film, El hombre de las mil caras, que es diferente y al mismo tiempo igual a Grupo 7 y La isla mínima. ¿Por qué es igual? Probablemente porque Rodríguez trabaja con la misma gente, -coguionista, director de fotografía, músico, montador y productor-, desde hace muchas películas. Eso hace que entre ellos haya una complicidad que se nota en la fluidez con que se narra y se filma todo. Pero esta complicidad, que podía ser un problema por la tentación de la repetición, hace que cada proyecto se desarrolle desde planteamientos muy distintos y que por eso, Grupo 7 sea una película cegadora de luces de barrio, La isla mínima sea una película de brumas y marismas turbias y este Hombre de mil caras sea una película cosmopolita de trajes y corbatas. Aunque lo de cosmopolita habría que matizarlo. La acción pasa en distintas ciudades a lo largo de un año, pero su cosmopolitismo es claramente de interiores, porque, como corresponde a una historia de mentiras, engaños y disfraces, casi todo sucede en espacios cerrados, en pisos cada vez más claustrofóbicos.
El hombre de las mil caras es Francisco Paesa y lo que cuenta este thriller político, rompecabezas de mil piezas que poco a poco encuentran su encaje, es uno de los episodios más siniestros de la historia reciente de la democracia española: la corrupción y el robo que el director general de la Guardia Civil Luis Roldán perpetró a mediados de los años noventa, su escandalosa huida y su más escandalosa detención en Laos. Lo interesante de este film es que si no sabes nada de esa rocambolesca historia no importa, la disfrutas igual gracias a la puesta en escena rápida, ágil, fluida, con cambios de escenarios en los que nunca te pierdes gracias a la voz en off del piloto que conduce al espectador por los vericuetos de la trama y el engaño. Desde luego si se recuerda el caso, se puede disfrutar aún más reviviendo las mentiras y las estupideces que se dijeron y cometieron en torno a ese caso. Hay un tercer hecho: constatar que, como dice uno de los personajes, ahí empezó todo y ese todo es el principio de la podredumbre del estado y la corrupción institucionalizada. Y eso nos lleva a otra conclusión. ¡Que inocente era la corrupción en los años 90!, casi parece de Tin Tin, comparada con los tiburones corruptos que han ido creciendo en los últimos años.
Pero El hombre de las mil caras no es solo cine político, es cine de entretenimiento puro con un personaje tan mediocre y tan oscuro, tan sibilino y cínico capaz de engañar a todo un país y acabar con la carrera política de varios ministros, al que sin embargo acabamos queriendo gracias a la interpretación de Eduard Fernández. Le queremos a él y a ese piloto que es su sombra, su criado, su chofer, su amigo al que da vida Coronado con una contención absoluta. Es muy curioso ver como se complementan estos dos personajes, el guapo, elegante, conquistador sigue como un perro fiel al bajito, y completamente anodino cerebro de la operación. No podemos dejarnos a Luis Roldan interpretad por Carlos Santos, otro hombre vulgar que se creyó aquello de “si todos lo hacen, porque yo no”.


Esta no ha sido la única película española en esta jornada. También se ha podido ver Vivir y otras ficciones, el nuevo trabajo del inclasificable Jo Sol, director del Taxista ful cuyo personaje se recupera aquí en el papel del cuidador de un escritor tetrapléjico. Antonio, el escritor, reivindica la sexualidad para las personas con problemas físicos como el suyo y para eso monta un servicio de asistencia sexual en su casa donde los disminuidos físicos pueden tener relaciones sexuales satisfactorias. Pepe, el hombre que le ayuda y le cuida, no ve con buenos ojos ese servicio y las discusiones entre los dos son el centro ideológico de un film que contado así, parece algo tremendo y en cambio es ligero y sencillo. No sé muy bien cuál debería ser el destino de un producto como este, no lo veo en una sala de cine convencional programado en horario de la merienda. Creo que si el cine está buscando nuevos caminos y este experimento entre social y humano lo es, también debería buscar nuevas vías para su exhibición. En todo caso, el festival es uno de  los espacios a los que pertenece.

El contraste entre estas dos películas me sirve para cerrar este segundo día de festival con una conclusión. Hay que disfrutar con toda clase de propuestas.

(Si me he extendido tanto con El hombre de las mil caras es porque se estrena la semana que viene y quién quiera verla tendrá oportunidad de hacerlo).

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