sábado, 19 de junio de 2021

AMERICANOS

 

Si tuviera que escoger un personaje clave de esta semana (no solo de cine) diría que es sin duda Joe Biden. El presidente de Estados Unidos ha estado en Europa para relanzar una idea que Trump había dejado por completo de lado. América is back, América ha vuelto. América está otra vez del lado de los aliados. Es una gran noticia para el mundo. Y tanto las conversaciones, fueran de 50 segundos o de cuatro horas, como las intenciones, han abierto un camino nuevo y esperanzador para todos. Al menos en nuestro contexto donde el Yanqui go home se ha transformado en Yanqui come home. Ven a nuestra casa y ayúdanos a protegernos de la doble amenaza que viene del otro lado del nuevo telón de acero: la Rusia de Putin, la China de Xi Jinping.

Biden como americano y Biden como persona mayor (que no vieja, ya he dicho varias veces que son dos concepto diferentes) me permite centrar esta entrada en tres ejemplos de americanos mayores: un documental político estupendo, una serie inteligente y divertida y un estreno on line que habla de un paraíso que es en realidad un infierno.

 


The Fog of War: Eleven Lessons from the Life of Robert S. McNamara. (Amazon)

La niebla de la guerra o Rumores de guerra como se ha traducido en España, es un documental de Errol Morris del año 2003 disponible en Amazon. Supongo que debí ver este trabajo de uno de los mejores documentalistas del mundo en el Festival de Cannes del 2003, pero en ese momento no tenía la capacidad de entenderlo en toda su profundidad política. En el 2003 estábamos a punto de entrar en la Guerra de Irak o ya habíamos entrado y no estaba el horno para políticos americanos. Veinte años después, ha sido un buen amigo el que nos ha descubierto que el documental estaba en Amazon. Su recomendación entusiasta nos llevó a buscarlo. Y la verdad es que vale mucho la pena. Ahora, en este 2021, escuchar las once lecciones del secretario de estado más odiado de la historia de Estados Unidos, es en sí misma una lección de Historia. Morris plantea el documental como una larga entrevista con McNamara que en ese momento tiene 85 años y una lucidez envidiable respecto a su papel en la evolución del mundo a lo largo de los 50 años que van del final de la II Guerra Mundial, hasta el encuentro que tuvo en 1995 con el ex ministro de asuntos exteriores de Vietnam. Entre esas dos fechas, McNamara hace un repaso de las guerras y conflictos en los que se vio envuelto sin falsas culpabilidades, con un cierto cinismo no carente de emoción y sensación de haberse equivocado, no una, sino muchas veces: los bombardeos sobre Japón en 1945; la crisis de los misiles de Cuba; la muerte de Kennedy; la guerra de Vietnam, sin duda la que le produce más pesadillas y de la que da una visión interesante y válida para ahora mismo, una lección que no está entre sus once propuestas pero que se puede resumir en una frase. “Conseguir que se entiendan tus intenciones al emprender una acción es tan importante o más que la propia acción”. Este hombre inteligente, protagonista privilegiado de la guerra fría, intenta desde el presente dar una explicación de la guerra de Vietnam que nos puede parecer cínica (lo es) pero que también se puede entender en su contexto. Morris filma a McNamara siempre en plano medio y le deja expresarse, emocionarse, regañarse, sin mover la cámara, sin intervenir en el rodaje de la entrevista. Es luego, en el montaje, donde su enorme talento como documentalista se pone al servicio de lo que está contando con el uso de un material de archivo impresionante que a veces ilustra, a veces contradice, el discurso del político. De las once lecciones de McNamara me quedo con dos que creo deberían aplicarse ahora mismo todos los políticos, desde los locales hasta los mundiales: Lección 1: Empatizar con el enemigo, algo fundamental para entender sus razones y con ello combatirlas más eficazmente. Lección 3: Hay algo más allá de uno mismo. Reconocer esto es darse cuenta de que el mundo es mucho más grande que los escasos límites mentales y políticos suelen marcar a los políticos. Un hombre de 85 años ofrece su inteligencia, su experiencia y su capacidad para que la escuchemos. Que nos la creamos o no, es cosa de cada uno. Como me dijo el amigo que me la recomendó: “Es un cínico y un narcisista, pero el fondo de dolor y sorda desesperación, creo que es sincero. Por eso se resquebraja tan a menudo la máscara y llora”.



 El método Kominsky (Netflix)

El 19 de noviembre del 2019 escribí sobre esta serie que entonces tenía dos temporadas y estaba protagonizada por Michael Douglas a sus 75 años y Alan Arkin a sus 85 años. Sandy y Norman eran amigos, con muchos años, mucha experiencia, mucha inteligencia y sentido del humor para reírse de sí mismos y de su profesión. Acababa ese texto diciendo: “La historia no termina, hay un continuará, pero si no continua no pasa nada.” Pues bien, ya tenemos la continuación en una tercera temporada. Alan Arkin dijo al final de la segunda que no quería seguir trabajando. Por eso esta tercera entrega de seis capítulos de 25 minutos empieza con el funeral de Norman. La desaparición de Norman, personaje y actor, se nota mucho, pero no por eso deja de ser ácida, divertida, inteligente. Douglas se ve obligado a asumir más protagonismo, al menos al principio. Porque a partir del segundo capítulo entra en escena un nuevo personaje que le da un giro inesperado a la historia. Ese nuevo personaje es Roz, la ex mujer de Sandy y madre de su hija Mindy, que regresa a la vida de su marido. Si la química con Arkin ya era buena, la que se produce con Roz, es espectacular. Porque Roz no es otra que una irreconocible Kathleen Turner, pareja inolvidable de Douglas en Tras el corazón verde y La guerra de los Rose. Este reencuentro después de 30 años, sirve para demostrar dos cosas: una, que siguen funcionando muy bien juntos; dos, que el tiempo no pasa igual para todos. Disfrútenla y si pueden recuperen las dos anteriores temporadas. Vale la pena.

 


Una clase de cielo (Filmin)

Estoy segura que ni Joe Biden, ni Robert McNamara, ni Michael Douglas, ni Kathleen Turner acabarían nunca en un lugar como The Villages, ese cielo en la tierra que más parece un infierno de colores. El documental de Lance Oppenheim se adentra en esa Disneyandia de viejos en Florida, una ciudad ficticia como la del Show de Truman donde viven 130,000 jubilados al margen del mundo y de la sociedad. TheVillages es un gueto de lujo, una cárcel dorada a la que entras voluntariamente y de la que no quieres salir. Un horror. Es un refugio para gente de más de 70 años, con dinero, blancos y republicanos muy conservadores. Los votantes de Reagan en los ochenta, los fans de Trump ahora mismo, han encontrado en este falso cielo un lugar donde intentar detener el tiempo. Sus habitantes son lo que el director llama “joveviejos”. “The Villages, en Florida, es el cielo de los viejos: una ciudad diseñada especialmente para jubilados, donde cada mañana es igual, donde se suceden las clases de aquaerobic, golf, bailes de salón, bailes orientales, y cualquier tipo de actividad que uno pueda imaginar. Y todas las noches, viudas pudientes recorren los bares buscando a su alma gemela”, decía un excelente crítica de la serie.  En este micro universo de seres que han decidido voluntariamente apartarse del mundo, Oppenheim sigue en particular a cuatro personas. Anne y Reggie, un matrimonio que llevan juntos más de 50 años, Bárbara, una viuda reciente que no acaba de encontrar su lugar en el Village y Dennis un vividor de 80 años, sin casa propia, un intruso en el paraíso, en busca de viudas ricas que le dejen vivir en sus casas durante un tiempo. Los cuatro son la prueba de que ese cielo no es tan azul ni tan bucólico como se pretende. Aunque no hace falta que ellos lo pongan de manifiesto. Ver las caras de estos zombies y asistir a sus fiestas y sus reuniones, es más que suficiente para darse cuenta de que los Villages del mundo no son la solución al problema de envejecer. 

El regalo de esta semana es un cuadro que me sirve para llamar la atención sobre un estreno interesante que merecería no pasar desapercibido: Destello bravío de Ainhoa Rodríguez, retrato de las mujeres de un pueblo de la España vaciada, entre el documento y el realismo mágico, desinhibido y estremecedor, como ese destello bravío que pasa y de repente lo cambia todo, o no.

 


 

 

 

 

 

 

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